Diego Blanco, productor de Un camino inesperado: “No me importaba la religión, me rebelé contra todo”

Sheila Peñalva
4 de febrero de 2022

Diego Blanco Albarova (Zaragoza, 1976) es escritor y productor de televisión. Obtuvo el Gabriel Award 2019, otorgado por la Asociación de Prensa Católica de Estados Unidos y Canadá, por la mejor película documental Un camino inesperado. Su serie Por muchas razones, emitida por Antena 3, obtuvo gran éxito de público y crítica. En esta entrevista relata su proceso de conversión, y cómo la obra El señor de los anillos lo ayudó a salir de la oscuridad, tema de su primer libro.

Diego Blanco imparte ciclos de conferencias sobre El Señor de los Anillos y su significado a jóvenes de los más diversos lugares de España y Europa.
  • EN BLANCO Y NEGRO

EN CASA VIVÍA UNA DICOTOMÍA. Tenía una madre de misa y rosario diarios, y un padre que se pasaba el día trabajando. Yo no sabía quererle y le veía como un ‘enemigo’. Tenía una sensación de soledad y quería sentirme querido, protegido. Pero la figura paterna la encontré en dos curas de mi colegio, que me querían mucho. 

NO ME IMPORTABA LA RELIGIÓN. Necesitaba recibir su ayuda, que me escuchaban. Pero, cuando llegó octavo de GB, esos dos curas que eran como mis padres, murieron en tres meses, uno de un infarto y el otro en un accidente. Fue un shock muy fuerte. Me rebelé contra todo. Y mi primer acto de rebeldía fue no asistir al funeral del segundo sacerdote, a pesar de que le quería.

“QUÉ MÁS DA, UN CURA MENOS”. Eso me dijeron algunos amigos. Me rompí. Emprendí un camino hacia el lado oscuro, porque me dio la gana, y porque no soportaba las estructuras sociales sólidas: colegio, curas, padres. 

ME HICE GÓTICO. En Zaragoza hubo una especie de movida como la madrileña, y vestíamos todos de negro, imitábamos a Héroes del silencio.

MIS PADRES NO SABÍAN QUÉ HACER CONMIGO. Cada vez que salía era horrible; llegaba a casa fatal, montaba follones. Encerrado en mi cuarto, me desesperaba. No quería estar con mi padre. 

UN GRAN LADRÓN DE LIBROS. Eso he sido. Y ello me ayudó durante mi encierro. Porque Dios me ha dado del amor por la lectura. Llenaba las horas leyendo los libros que me había robado de la biblioteca. 

UNA VOZ ME SUSURRABA. Me pasaba algo curioso en mi aislamiento. Escuchaba como una vocecita que me decía “tú estás fatal, para qué sufres si nadie se da cuenta de lo mal que lo estás pasando”. “A nadie le importas, estás solo en el mundo”. Solo cuando leía, desaparecía esa voz. Cuando cerraba un libro, esa voz volvía. Era horrible. Pasé mucho tiempo sin poder dormir. Tenía entonces 14 o 15 años. Y un día esa voz me susurró: “Tu vida es un desastre, ¿por qué no acabas con todo?».

EL SEÑOR DE LOS ANILLOS. Lo había leído de pequeño y no había entendido nada. Para quitarme esa voz, retomé esa obra de Tolkien, y me pasó una cosa impresionante: cuando cerraba el libro, la voz ya no estaba. Y notaba algo nuevo, una especie de esperanza. 

SALIÓ EL SOL. Leí varias veces El señor de los anillos. Y me decía: “¿Qué esperanza tengo?”. Era como si, después de una larga lluvia de veinte días, saliera el sol, una luz que te anima un montón. Con ese sol y esa luz, la voz se fue para siempre.

EL ANILLO. Lo que siempre me ha fascinado es que nunca Tolkien ha echado la culpa a nadie por ‘ponerse el anillo’. Me impresionó porque no me sentía culpabilizado. El libro me decía que había algo que me obligaba a pasarlo mal y estar en la oscuridad. 

UNA X EN LA CASILLA. El punto de inflexión fue cuando tuve que matricularme o en la materia de religión o la de ética. Como mi madre era muy religiosa, puse la X en la casilla de religión.  Vi la oportunidad de tenerla contenta, aunque yo me dedicaba a insultar a los curas que la impartían. Guardaba un resentimiento por la muerte mis amigos sacerdotes.

“DIOS TE AMA”. En segundo curso llegó un nuevo profesor de religión, un hombre laico a punto de ordenarse. El primer día de clase insulté al Papa Juan Pablo II. Quería molestarle y hacerle daño. Pero, en vez de echarme de la clase, como los demás profesores, me escuchó. Cuando terminé la perorata, solo me dijo: “¡Ánimo, que Dios te ama!” Me habló como si no hubiese pasado nada. Sus palabras me sonaron a élfico. No comprendí por qué me trataba así. Y no entendí cómo no pude hacerle daño. 

Diego Blanco está inmerso en su colección de libros para jóvenes, El Club del Fuego Secreto, cuyo quinto volumen sale en abril.

VAGO, PERO BUENA PERSONA. Al poco tiempo, el profesor me invitó a unas catequesis del Camino Neocatecumenal.  Y seguí sin entender nada. ¿Por qué me invitaba a mí, que vestía de negro, con los pelos largos, y con cadenas, y no al resto de mis compañeros, que eran buenas personas? Acepté la invitación por una sola razón: quería obtener un sobresaliente y tener algo contenta a mi madre.  Iba a suspender todas las demás. Quizás mi madre podría decir que su hijo era un vago, pero buena persona por obtener buena nota en religión. 

“¿POR QUÉ HAGO EL MAL QUE NO QUIERO?”. Durante la catequesis me sentía como un payaso montado en un globo. Recuerdo que un hombre llamado Juan mencionó a un tal San Pablo y que decía: “Lo que hago no lo comprendo, porque tengo el bien delante, pero no hago el bien que yo quiero hacer, sino el mal que no quiero hacer. ¿Y por qué no puedo hacer el bien si yo quiero hacer el bien, y hago el mal que no quiero hacer (…)?”.  Era la Carta a los Romanos. Y, en ese momento, caí en la cuenta de que trataba el mismo trasfondo que plantea Tolkien en su obra, y me dije:  Si ese señor llamado San Pablo dice que no quisiera hacer el mal, pero hay algo que le obliga a obrar mal, debe ser por “el anillo”.

ABRAHAM Y GANDALF. En la siguiente catequesis nos recordaron un pasaje del Antiguo Testamento, y dijeron al público: “Tienes que salir de tu tierra como Abraham”. En ese momento, pensé en lo que Gandalf le dice a Frodo, que debe salir de la Comarca. En otra catequesis reflexionaban sobre la importancia de compartir la fe en comunidad.  Y pensé otra vez: ¡Como en la Comunidad del anillo! En aquel momento no entendía por qué se parecía tanto la Palabra de Dios al Señor de los anillos. ¿Qué estaba pasando? Opté por leer la correspondencia de Tolkien, su biografía y descubrí que era católico con una fe muy profunda. Fue un final inesperado, como dice el titular de mi libro, que me ha costado escribir cinco años.

  • A CONTRACORRIENTE 

NO HAY CAÍDA DEL CABALLO SIN LAPIDACIÓN. Cuando se obra el milagro de la conversión de Saulo hay dos fases: la primera es cuando apedrean a Esteban, el primer mártir, y Esteban perdona a sus ejecutores.  Saulo estaba sujetando los vestidos de aquellos que estaban lapidando a Esteban. La caída del caballo de San Pablo se forja primero al atestiguar que ese cristiano no solo no se resistía, sino que perdonaba y rezaba por sus enemigos. Como Cristo. Y en mi caso fue algo parecido; en otras circunstancias, por supuesto.

EL PELIGRO DE LAS REDES. Hoy trabajo mucho con jóvenes, voy a muchos campamentos en verano y hablo con chavales de toda España. Y allí constato lo que ya explican los informes que se han hecho públicos sobre los riesgos de redes sociales, como Instagram. Esos estudios sostienen que una de cada tres chicas usuarias de Instagram se siente peor consigo misma y con su cuerpo después de haberlo usado. E Instagram lo sabe.

SUICIDIOS. Hasta hace un tiempo, cuando los jóvenes se sentían mal, pedían ayuda a sus padres o contaban con soporte psicológico. Hoy no hay término medio: muchos casos acaban en suicidios. Sufren mucho con sus vidas. Por ello, hace tres años produjimos la miniserie Por muchas razones, con capítulos de cinco minutos, y que se transmitió por Atreseries y Antena 3, con mucho éxito. Constituye un alegato contra esta especie de pandemia emocional que afecta a nuestros jóvenes, y que se ha multiplicado por mil después de la pandemia del coronavirus.  

EL MEJOR MENSAJE. El cristianismo contiene el mensaje más poderoso de todos los tiempos. Pero no termina de calar en los jóvenes porque es muy difícil luchar contra la cultura del placer. Los creadores culturales, los políticos y la ideología dominante intentan convertir el mensaje del cristianismo en una prohibición que anula el placer, y que te quita la posibilidad de ser quien tú quieras. Se trata del viejo engaño de la serpiente: “Dios no te quiere, Dios te limita y te envidia. Tú podrías ser lo que quisieras. Pero Dios te tiene en el jardín y no puedes tocar el árbol ni comer el fruto”. Les venden a los jóvenes una libertad tan absoluta que no es libertad, sino esclavitud.

ES DIFÍCIL ANUNCIAR EL EVANGELIO. Pero no imposible. Hay que recoger los cachitos de aquellos chicos que están destrozados. Como el buen samaritano, estar siempre allí para curarles las heridas. Y hay que decirles con convicción que ese “anillo” que los ata lo pueden tirar. Inculcarles que no están solos y que Dios les ama. 

SABER ACOMPAÑAR A LOS HIJOS. Hay un gran problema en las familias que empieza con el mal uso del móvil. Algunos padres se lo regalan a un niño al hacer la primera comunión. Si te descuidas, con ese dispositivo tienen acceso a la pornografía con nueve años.  Es una ventana a lo que te dé la real gana. Se ha perdido ese tiempo que compartían padres e hijos viendo juntos una película o una serie. Conviene evitar que cada uno vea un contenido por su cuenta, sin dar paso al diálogo y a la reflexión. Lo importante no es que le digas que esto lo puede ver o no. Cuando veas una película o serie con ellos dales la oportunidad de que te pregunten para que tú puedas explicar, matizar, etc.

 LUCHAR CONTRA EL DESÁNIMO. Cuesta ser cristiano, vencer el desánimo y perseverar en la esperanza. Pero el Señor siempre ayuda, anima y consuela. 

¿MI ÚLTIMO PROYECTO? Se llama Exlibris y consiste en trabajar en los colegios para ayudar a los chavales a detectar la depresión y otros problemas emocionales y combatirlos a través de la lectura de buenos libros. Incluye tutorías para guiarles, y reforzar su carácter y personalidad:  ayudarles a entender que no pasa nada porque algún día sufran un poco. Estamos en una fase piloto tres colegios, en Vitoria y Barcelona. De momento, en Zaragoza no me han pedido colaboración, pero me encantaría ayudar a los jóvenes de mi tierra.  

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