Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del VI Domingo del tiempo ordinario – C – (16/02/2025)
El evangelio de este domingo (Lc 6, 17. 20-26 ) nos confronta con lo que el papa Francisco ha denominado “el carnet de identidad del cristiano”: con las Bienaventuranzas. Hemos escuchado la versión de Lucas, más escueta y contundente que la de Mateo, aunque ambas coinciden en lo esencial: proponen una visión de la existencia humana muy distinta y distante de la que predomina en nuestro mundo. Acomodados delante de nuestros cafés, no he podido menos de manifestar a Jesús una inquietud que me ha asaltado durante la Misa…
– No me extraña que muchos hagan oídos sordos a tu llamada. ¡Sólo a ti se te ocurre proclamar que los pobres son dichosos! -le he dicho con el tono más amable de que he sido capaz-. ¿Quién puede tomar en serio tus palabras?
– Y sólo a ti se te ocurre cuestionar mis palabras -me ha replicado sonriendo-. ¿Es que no te das cuenta de que el dolor, que tanto os perturba, hunde sus raíces en el amor al dinero, que, como dijo Pablo, mi apóstol, es una idolatría? ¡Cuánta gente pasa hambre y llora y se odia y hasta deja de hablarse con su familia por culpa de ese amor al dinero!
– No digo que no tengas razón, pero me parece que no estuviste muy acertado al comenzar tu predicación del Reino diciendo que los pobres son dichosos. Cuando bajaste del monte, la multitud estaba ansiosa por escucharte y tengo la impresión de que les echaste un jarro de agua fría, como si las normas del marketing no contasen para ti. ¿No hubiera sido preferible que empezases con algo más suave? -le he confesado tomando mi taza de café entre las manos-.
De nuevo me ha sonreído, ha bebido un sorbo de café y después de unos momentos de silencio, en los que me ha mirado fijamente, me ha respondido:
– ¿Cuándo te darás cuenta de que la escala de valores de Dios es distinta de la del mundo? En aquella llanura tuve delante a mucha gente pobre, que con frecuencia sufría y algunas veces lloraba. Tenía que decirles, y deciros a todos vosotros, que, a pesar de los sufrimientos que acarrea el ser discípulos míos, no estáis perdidos, que estáis bendecidos por el Padre y podéis alegraros y regocijaros.
– Sí, pero largo me lo fiais. Tendremos que esperar a que te manifiestes de nuevo con gloria y nos cansamos de esperar… ¡No suena bien eso de que los pobres son dichosos!
– Me parece que desbarras… Si el discípulo empieza a mirar y vivir con los ojos de Dios, si el discípulo camina conmigo, actúa con nuevos criterios y empieza a palparse esa nueva situación en la que los pobres son dichosos, los que tienen hambre quedan saciados y los que lloran convierten sus lágrimas en risas esperanzadas; entonces, lo que está por venir ya empieza a hacerse presente. La esperanza cristiana hace que el futuro ya sea palpable ahora y aquí. ¿No te dicen nada los muchos hermanos y hermanas que a lo largo de la historia se recluyen en un monasterio o gastan su vida sirviendo a los pobres, a los enfermos, a los desvalidos…? Benito de Nursia, Francisco y Clara de Asís, la Madre Teresa de Calcuta, Juan de Dios, Oscar Romero y tantos otros, con la interminable lista de sus seguidores, ¿no te dicen nada? Además de ser felices han sido y siguen siendo una bendición para el mundo y han cambiado el curso de la historia.
Me he quedado embobado y perplejo escuchando sus palabras y he exclamado:
– Perdona mi cerrazón. Tuviste razón al decir a los pobres: «Alegraos y saltad de gozo» ¡Cuánto he de cambiar para ser discípulo tuyo! -he añadido cabizbajo y me he despedido-.