La solemnidad de San José que ilumina tradicionalmente el tiempo de Cuaresma nos acerca también al día del Seminario. San José se encargó de la educación de su Hijo y fue «el primer formador». Por ello, aquel que cuidó y forjó las manos y la persona de Jesús, es también padre de los seminaristas, de aquellos que han recibido la llamada a configurar su vida con Cristo en el sacerdocio.
El día del seminario nos sirve para dar gracias y rezar por los jóvenes que en nuestra diócesis han dado el paso de seguir a Jesús y han comenzado a formarse humana, espiritual, pastoral y académicamente para ser en su momento ordenados presbíteros. Gracias queridos seminaristas por vuestra generosidad y vuestro sí, a pesar de las dificultades que hayan podido surgir en vuestro discernimiento. Gracias porque vuestra respuesta alegra a toda la Iglesia diocesana que da gracias con vosotros y por vosotros, por todas las vocaciones sacerdotales.
Asimismo es un buen momento para pedir por los formadores, profesores y todas las personas que acompañan a los seminaristas para que puedan llevar adelante las tareas que la Iglesia les encomienda, para que con sabiduría y generosidad les ayuden verdaderamente en su camino de formación. También es un día en el que nuestro pensamiento puede llenarse de nostalgia al considerar necesitamos vocaciones sacerdotales y que no son muchos los jóvenes que se descubren llamados por Jesús. Esa nostalgia no debe hacernos bajar los brazos, al contrario, debe suscitar en nosotros una oración confiada a Dios para que sea Él quien mueva a muchos chicos a plantearse la vocación sacerdotal.
Esa es la intención del lema de la campaña del seminario de este año: “Padre, envíanos pastores”. Es cierto que este curso debemos dar muchas gracias al Señor, pues han sido varios los jóvenes que en Zaragoza y Aragón han llamado a la puerta de nuestro Seminario Metropolitano para iniciar su proceso de discernimiento y formación en vistas a la ordenación sacerdotal. Dar gracias por dejarse interpelar por la llamada del Maestro que ha pronunciado su nombre y les ha pedido que le sigan. La respuesta positiva de nuestros seminaristas, nos estimula para seguir confiando en ese Dios que llama, trabajando para que su voz llegue al corazón de muchos otros jóvenes, especialmente aquellos que han terminado su iniciación cristiana en nuestras parroquias y comunidades, para que puedan responder al Señor eligiendo un estado de vida concreto conforme a la invitación de Cristo.
La pastoral vocacional es cosa de todos los que pertenecemos a esta Iglesia diocesana: las familias, los sacerdotes, los catequistas, los que acompañan la pastoral juvenil y vocacional, los profesores, y tantos agentes de pastoral que de un modo u otro se encuentran con nuestros jóvenes en sus procesos de formación. Del corazón de todos debe surgir esa plegaria: Padre, envíanos pastores, envíanos sacerdotes santos.
Le pedimos a la Virgen del Pilar que junto San José nos siga moviendo a rezar por esta intención, y a trabajar con determinación por nuestros jóvenes y por las vocaciones.