Dejar las cosas claras

Pedro Escartín
3 de septiembre de 2022

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo XXIII del tiempo ordinario.

Si alguno de los que le seguían confiaba en que Jesús sería el rey que los iba a conducir a la prosperidad y a verse libres de los romanos, el evangelio de hoy (Lc 14, 25-33) enfrió sus expectativas. Aquella conversación debió caer como un jarro de agua fría, pienso yo…

– Tú no me engañas -me ha dicho nada más vernos-. También hoy traes algo que no te ha gustado. ¿Ha sido lo que ha dicho el cura la homilía?

– No; ha sido lo que has dicho tú. Pareces empeñado en ahuyentar a la gente que te sigue -he respondido con los cafés en la mano-. Con tan duras renuncias no harás muchos amigos…

– ¿No es mejor dejar las cosas claras desde el principio? -me ha dicho sin perder la calma-. Antes de que yo manifestara las consecuencias que comporta el seguirme, conté aquella parábola de los invitados al banquete, que se excusaron uno tras otro…

– Sí; la he leído en el evangelio de san Lucas (14, 15-24). La contaste delante de los fariseos que estaban comiendo contigo y con el que te había invitado -he interrumpido, cogiendo mi taza de café en las manos-; otro episodio de falta de tacto por tu parte.

– Pero fue uno de los comensales el que me puso los dedos en la boca, cuando dijo pomposamente: “¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!” -me ha replicado sonriendo-. Pensé que, ante una afirmación tan solemne, tenía que desengañarlos: el Reino de Dios no es una copia de los reinos de este mundo y yo no iba a ser el líder que les liberaría de los romanos. Tenía que decir claramente que el Reino de Dios y su justicia comporta un estilo de vida que algunos no están dispuestos a aceptar.

– Ya veo que no sabes nadar y guardar la ropa –he dicho meneando la cabeza y tomando otro sorbo de café–. Tú, al pan le llamas pan y al vino, vino, como dice la gente de nuestros pueblos; no sirves para político…

– Tampoco he pretendido serlo -me ha cortado-. Aunque la política debería ser otra cosa, si quiere servir a la gente, sobre todo a la gente honesta y pobre; con la doblez, la mentira y el guardar las apariencias, el político sólo logra hacer daño al pueblo y engañarse a sí mismo, porque es la verdad la que os hace libres.

– Así que quien quiera seguirte ha de tentarse la ropa y prepararse a renunciar a muchas cosas valiosas -he concluido jugando con la cucharilla entre los dedos-.

– Yo no dije “renunciar”, sino “posponer” -me ha corregido levantando su taza-. No pretendo que renunciéis a querer y cuidar a vuestras familias, sino a que no las pongáis como excusa para no entregaros al Reino de Dios en cuerpo y alma. Los que no acudieron al banquete tenían excusas más o menos razonables y las antepusieron a la invitación. ¿Quiénes son los personajes de la parábola? El que invita es el Padre, el banquete es su Reino y los invitados, todos vosotros. Quienes se excusaron dieron a entender que sus “legítimas” ocupaciones les importaban más que el participar en el Reino. Y, cuando dije: «Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío», no pretendí añadir un peso adicional a las dificultades y sufrimientos que la vida lleva consigo, sino que os invité a vivir las alegrías y angustias de cada día con el estilo del Reino de Dios: aceptando gustosos que «se haga la voluntad del Padre así en la tierra como en el cielo» y confiando en que entonces la tierra será un cielo.

— ¿Por eso concluiste con dos parábolas que invitan a echar cuentas antes de seguirte?

– A ti, ¿qué te parece? Pero no olvides que lo que está en juego es que sea Dios o el Maligno quien reine en este mundo -ha dicho dando por concluida la tertulia-.

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