Me adentro en tu hogar para invitarte a recrear el gran Misterio de la Redención en tu vida, ser contigo testigo del Resucitado y cirineo de tantos crucificados en el mundo. San Pablo expresa magistralmente cómo nuestra verdadera transformación personal se produce sencillamente al participar en la muerte y resurrección de Cristo: «Todo para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3, 10-11). Desde esta convicción te ofrezco cuatro claves posibles para adentrarte en el MISTERIO y celebrar en toda su hondura teológica y existencial la Pascua del Señor:
1. ACTUALIDAD DEL MISTERIO
Durante la Semana Santa, que comenzaremos con el domingo de Ramos y culminaremos con el Triduo Pascual, la Iglesia actualiza los misterios de la salvación realizados por Cristo al final de su vida. La liturgia actualiza realmente el misterio que celebramos y tiene carácter sacramental; no sólo nos llega la salvación sino que el mismo acontecimiento que fue histórico se actualiza ahora sacramentalmente. La liturgia actualiza también el sacerdocio de Cristo.
2. PASO DE LA CRUZ A LA GLORIA
Las celebraciones nos adentran en el MISTERIO ayudándonos a presagiar y vislumbrar la cruz, la pasión, la muerte de Cristo, por una parte, y, al mismo tiempo, como la otra cara de una misma y única moneda, el triunfo definitivo, su resurrección gloriosa.
3. PRESENCIA DE CRISTO
Cada gesto, cada palabra, cada rúbrica trata de acercarnos a Cristo. La asamblea convocada en su nombre, la palabra, el altar, el sacerdote (revestido = actúa en lugar de)… lo representa propiamente.
4. PERSONALIZACIÓN
Siguiendo la práctica de San Ignacio en los ejercicios espirituales de recrear el lugar, la situación y sustituir al personaje del relato, te invito a vivir en primera persona aquel momento en que Jesús exclama: ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? y colocarte en su lugar. Esta pregunta, como nos recuerda Benedicto XVI, no podemos responderla tampoco nosotros con palabras si no queremos vernos abocados al mismo fracaso que los amigos de Job. La única solución es resistirla y sufrirla con Aquel y en Aquel que ha sufrido por todos nosotros. Jesús no constata la ausencia de Dios, sino que la transforma en oración. No es ninguna casualidad que la fe en Dios provenga de un rostro lleno de sangre y heridas, de un crucificado.