La Palabra de Dios ilumina el camino del creyente. El papa Francisco, con la institución del Domingo de la Palabra de Dios, nos propone el que la acojamos y la hagamos vida (Cfr. Iglesia en Zaragoza 24-1-2021). Este tiempo de Cuaresma es un tiempo propicio para hacerlo. Durante el mismo, la Palabra de Dios debe ocupar un lugar fundamental en la vida del cristiano. Basta acoger la propuesta de Isaías que escuchamos estos días: “Así dice el Señor: Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo” (Isaías 55, 10-11).
La Palabra del Señor fecunda la vida de la Iglesia y debe iluminar el sendero de la vida de cada uno de nosotros. La Sagrada Escritura no nos introduce en un castillo interior ajeno a la historia y a los hombres. Por el contrario, nos compromete con ellos. Si la comprendemos adecuadamente, aunque sea parcialmente, nos lleva a construir el doble amor a Dios y al prójimo que la Palabra de Dios nos propone como el gran testamento de Jesús. El concilio Vaticano II afirma que «es conveniente que los cristianos tengan amplio acceso a la Sagrada Escritura» (Const. Dei Verbum, 22) para que las personas, cuando encuentren la verdad, puedan crecer en el amor auténtico, en el amor a Dios y a los hombres. Se trata de un requisito que hoy se hace indispensable para la evangelización.
«Saborear la Palabra de Dios»
Un lugar privilegiado en el que resuena la Palabra de Dios es la liturgia. Nos lo recordaba Benedicto XVI en la homilía de la clausura del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra: “En la liturgia se evidencia que la Biblia es el libro de un pueblo y para un pueblo; una herencia, un testamento entregado a los lectores, para que apliquen en sus vidas la historia de la salvación testimoniada en lo escrito. (…) La dependencia entre pueblo y Sagrada Escritura es celebrada en cada asamblea litúrgica, la cual, gracias al Espíritu Santo, escucha a Cristo, ya que es Él quien habla cuando en la Iglesia se lee la Escritura y se acoge la alianza que Dios renueva con su pueblo. Escritura y liturgia convergen, entonces, con el único fin de llevar al pueblo al diálogo con el Señor, a la obediencia de la voluntad del Señor. La Palabra que sale de la boca de Dios y que testimonian las Escrituras regresa a Él en forma de respuesta orante, de respuesta vivida, de respuesta al amor”.
Os animo en las celebraciones de la eucaristía y en vuestra oración personal o comunitaria, en este tiempo de Cuaresma, a saborear de cerca la Palabra de Dios.