Cuando el hombre no escucha la palabra de Dios, Dios habla con su silencio

Raúl Romero López
1 de julio de 2019

Salmo 28

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1.-A ti, Señor, te invoco,

Roca mía, no seas sordo a mi voz;

que si no me escuchas, seré igual

que los que bajan a la fosa.

2.- Escucha mi voz suplicante

cuando te pido auxilio,

cuando alzo las manos hacia tu santuario.

3.- No me arrebates con los malvados

ni con los malhechores,

que hablan de paz con el prójimo,

pero llevan la maldad en el corazón.

4.-Trátalos según sus acciones

según su mala conducta;

págales las obras de sus manos,

y dales su merecido.

5.-Porque ignoran las acciones de Dios

y las obras de sus manos,

que él los destruya sin remedio.

6.- Bendito el Señor, que escuchó mi voz suplicante;

7.-el Señor es mi fuerza y mi escudo:

en él confía mi corazón;

me socorrió, y mi corazón se alegra

8.-y le canta agradecido.

El Señor es fuerza para su pueblo,

apoyo y salvación para su ungido.

9.-Salva a tu pueblo y bendice tu heredad,

sé su pastor y llévalos siempre.

 

INTRODUCCIÓN

 El salmo 28 tiene dos partes bien definidas: súplica angustiosa y ferviente  acción de gracias. No es fácil determinar la índole del peligro al que hace alusión el salmo. Podría tratarse tanto de una enfermedad grave como de una acusación injusta. El salmista confía plenamente en su Dios. Por eso el  salmo se podría iniciar con unas palabras del poeta Caldelli: “¿Dónde te esperaré, celoso amor? ¿Dónde tengo mi descanso, mi salvación?”  El salmo es el canto de una espera, de la ansiosa espera de la palabra de Dios, única palabra capaz de superar su sufrimiento y conjurar la muerte.

 MEDITACIÓN-REFLEXIÓN SOBRE EL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO.

          “Caminar hacia la tumba” (1)

Así, de una manera tan plástica, describe el salmista la vida de una persona que deliberadamente corta su comunicación con  Dios.  Si no me escuchas seré igual que los que bajan a la fosa. Si Dios rompiera el diálogo conmigo, si se apartara  de mí,  si me dejara abandonado a mis propias fuerzas, yo no sería   nada. En el mundo hay personas que se despreocupan de Dios, que prescinden de él, que no lo echan en falta. que viven como si Dios no existiera. ¿Se puede llamar a eso vida? ¿Se puede vivir sin sol, sin luz, sin aire, sin cielo?

Otros no pueden soportar su silencio, que cae sobre ellos como una losa y adoptan una postura irreverente.  “Después del orden del mundo que está regido por la muerte, quizá sea mejor para Dios que no se crea en él y se luche con todas las fuerzas contra la muerte sin levantar los ojos hacia el cielo donde él se calla” (A.Camus).

Pero puede haber otro tipo de personas, como el salmista, que intentan escuchar ese silencio de Dios, como una nueva forma de presencia. El sentir el silencio como vacío, como carencia, como soledad angustiosa, es un modo de afirmar a Dios. Es un modo de decir: no puedo prescindir de ti. Yo sé que vendrás.

 

Dos bonitas maneras de orar: Gritar y alzar las manos. (2)

 Cuando te pido auxilio. En la Biblia Latinoamericana, la traducción tiene más fuerza. Dice: Cuando grito, oye la voz de mi corazón. La oración es un grito. Y ese grito brota de lo más íntimo del ser, del corazón. Cuando yo rezo, es mi corazón el que grita. El salmista no quiere hacer de la oración un rito vacío de sentido. Es el ser, la persona, con todos sus afectos y sentimientos, quien se abre a Dios.

Cuando alzo las manos. El salmista parece jugar con dos términos: lo alto y lo bajo. De lo alto (donde está Dios) baja un silencio que precipita al fiel a la tumba, al polvo, a la nada. De lo bajo (donde está el hombre) salen unas manos que se alzan hacia arriba y perforan  el muro del silencio. La oración, con las manos alzadas, es el puente de comunicación entre las dos esferas. Dios tiene que escuchar. Por amor a Sión no callaré; por amor de Jerusalén no quedaré indiferente (Is 62, 1).

Hacia tu santuario. No es propiamente el Templo, sino el debir, el recinto último del Templo, el “Sancta Sanctorum” donde está el arca y donde el Sumo Sacerdote entra una vez al año. Las manos alzadas quieren alcanzar lo más íntimo, lo más recóndito, lo más inefable de Dios. Una oración que se dirige desde el corazón del hombre hasta el mismo corazón de Dios. El Espíritu lo sondea todo: hasta lo profundo de Dios. Disfrutemos  de lo profundo del Mar de Dios como los buenos buceadores.

Dios no soporta ni la hipocresía ni la ingratitud. (3-5)

En los malvados domina la hipocresía. Sus labios no expresan lo que hay en sus corazones. Sus gestos están viciados de raíz. “Su lengua es flecha mortal, su boca dice mentiras. Saludan a su prójimo deseándole paz, pero en su corazón le preparan una trampa” (Jer 9, 7). Los malvados ignoran las acciones de Dios. Los malvados no quieren reconocer que Dios interviene activamente en la historia. No piensan en las acciones pretéritas de Dios, ni creen que Dios va a intervenir en el futuro.

Notemos el contraste: mientras el salmista ejerce una intensa actividad gritando, alzando las manos, orando a Dios… los malvados despliegan su actividad prescindiendo de Dios. Intentan reducir a Dios a la inactividad. A Dios le duele la indiferencia de los hombres ante sus accio­nes maravillosas. Nosotros, a nivel humano, no soportamos hacer una buena obra sin recibir una palabra de aliento, un elogio, una recompensa para seguir trabajando. Muchas personas, ante la belleza y grandeza desplegada en la creación, no son capaces de decir: Gracias, Dios mío, por tanto derroche.

«Totalmente insensatos son todos los hombres que no han conocido a Dios; los que por los bienes visibles no han descubierto al que es, ni por la consideración de sus obras no han reconocido al artífice… En la grandeza y hermosura de las criaturas se deja ver al Creador» (Sab 13,1-5). ¿Cómo responde Dios ante esa fría indiferencia de los hombres? «Vuestro padre celestial hace salir el sol sobre bue­nos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45).

 

El descanso del corazón. (6-7)

El salmista ha experimentado la acción de Dios y le canta agradecido. “En Él confía mi corazón” Llama la atención la repetición de la palabra corazón en el salmo. Aquel que ha orado con el corazón, ha gritado con el corazón, se ha esforzado con el corazón… es lógico que quiera poner en Dios su corazón fatigado. Decía Jesús: «Venid a mí todos los que estáis  cansados y yo seré vuestro descanso» (Mt 11,28-29).

No puede haber mejor descanso que el descanso sobre el corazón, el descanso en el amor. Así, el amigo descansa con el amigo; el niño en los brazos de su madre; el enamorado con su enamorada; el esposo con su esposa. Y el hombre con su Dios. «Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti» (San Agustín).

 

La alegría del corazón (6-7)

 Mi corazón se alegra. Hay alegrías postizas, tangenciales, superficiales. Apenas rozan la piel. Así suelen ser las alegrías humanas. Pero hay alegrías profundas, que brotan de lo íntimo, de lo profundo del corazón, sede de los sentimientos y de las emociones. Estas son las alegrías que vienen de Dios. A este gozo del corazón se refería Jesús cuando decía a sus discípulos: «Volveré a veros y de nuevo os alegraréis con una alegría que nadie os podrá quitar» (Jn 16,22).

La Biblia de Jerusalén traduce este versículo de esta manera: mi carne de nuevo ha florecido. Y esta obra maravillosa de hacer florecer es propia del Espíritu Santo:

  • El Espíritu del Señor hizo florecer la vida en las entrañas resecas de Sara (Heb 11,11).
  • El Espíritu abre caminos en el desierto y ríos en la tierra estéril (Is 43,19).
  • El Espíritu llena de vida los huesos muertos, cuando la esperanza de Israel parecía que había desaparecido (Ez 37,1-14). Con la fuerza del Espíritu siempre puede florecer la ilusión, la alegría, la esperanza.
  •          La flor exquisita del agradecimiento. (8-9)  El salmista no sabe cómo dar gracias a Dios que le ha liberado, le ha salvado. No sólo lo hace con los brazos, con la lengua, con su pensamiento. Sabe dar gracias a Dios con un corazón agradecido. El salmista termina echando una mirada a su pueblo elegido. La experiencia que él ha tenido con Dios quiere compartirla con todo el pueblo. Y el agradecimiento tan espontáneo que brota de su corazón quiere también que sea agradecimiento de ese pueblo tan grandemente favorecido por tantas maravillas que Dios ha hecho con él.El Espíritu llena de vida los huesos muertos, cuando la esperanza de Israel parecía que había desaparecido (Ez 37,1-14). Con la fuerza del Espíritu siempre puede florecer la ilusión, la alegría, la esperanza.

El salmista no sabe cómo dar gracias a Dios que le ha liberado, le ha salvado. No sólo lo hace con los brazos, con la lengua, con su pensamiento. Sabe dar gracias a Dios con un corazón agradecido. El salmista termina echando una mirada a su pueblo elegido. La experiencia que él ha tenido con Dios quiere compartirla con todo el pueblo. Y el agradecimiento tan espontáneo que brota de su corazón quiere también que sea agradecimiento de ese pueblo tan grandemente favorecido por tantas maravillas que Dios ha hecho con él.

 

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

En el evangelio aparece el silencio como un “castigo saludable”. Así, Zacarías no creyó que su mujer podría engendrar en la vejez, y quedó mudo. ( Lc. 1,20).

El Viernes Santo, con la muerte de Jesús, llegaron las tinieblas y el gran silencio de Dios. Pero tanto en Zacarías como en Jesús, ese silencio era por un momento. Después Zacarías rompería su silencio con un canto de Alabanza, el Benedictus. Y Jesús con un canto de victoria definitiva: La Resurrección.

“Tú me resucitarás y yo te alabaré” (San Clemente).

“La carne de Cristo floreció en la Resurrección. Por eso hemos resucitado con Él” (San Jerónimo).

“Un alma junta las dos palmas, después las levanta, los ojos fijos sobre Oriente, como si le dijese a Dios: no tengo ninguna otra preocupación” (Dante).

 

ACTUALIZACIÓN

 En ninguna otra época de la historia se ha extendido tanto el “silencio de Dios”. Cada vez se habla menos de Él, incluso se llega a prescindir de Él y decir de una manera insolente: “Yo no necesito a Dios”. En el A.T. el castigo mayor que Dios podía dar a su pueblo es el ayuno de su Palabra. “Vienen días, dice el Señor, en que enviaré el hambre al país; pero no hambre de pan ni sed de agua, sino hambre de oir la Palabra del Señor”. (Am. 8,11).

El silencio de Dios provocaba en el pueblo hambre de su Palabra. ¿Podremos nosotros, los modernos del siglo XXI,  decir lo mismo? ¿Llegará un momento en que el hombre actual, cansado de tanta  palabrería humana, añore una Palabra de Dios que llene el vacío de su corazón? ¿Llegará un momento en que el silencio de Dios se deje sentir? Entonces el silencio de Dios  habrá sido provechoso.

 

PREGUNTAS

 

  1. ¿He sentido alguna vez en mi vida el silencio de Dios? ¿Cómo he reaccionado ante él?
  2. Una comunidad cristiana vive palpando el actuar del Señor en ella. A través de lo que hago a lo largo del día, ¿descubro las huellas de Dios en mi comunidad?
  3. En muchas personas de nuestro tiempo ha muerto la fe y se ha marchitado la esperanza. ¿Qué puedo yo hacer para que florezcan de nuevo en ellos estas virtudes?

 

ORACIÓN

 “Si no me escuchas, seré igual que los que bajan a la fosa…”

Señor, yo necesito dialogar contigo. Tu palabra es el alimento que sostiene mi vida. Lo mismo que nuestros primeros padres en el Paraíso vivían de tu palabra y eran felices cuando paseaban contigo “al caer de la tarde” así yo, cuando me abro a ti, cuando me siento escuchado por ti, vivo feliz. En cambio, cuando tú no estás, cuando tú no me hablas, me siento solo y desterrado. Tu silencio, Señor, me aplasta y me deja al borde de la muerte.

 

Hablan de paz, pero llevan la maldad en el corazón”

         En este mundo, Señor, todos hablan de paz, pero pocos construyen la paz. ¿Cómo pueden firmar tratados de paz aquellos que llevan la guerra en su corazón? Pon paz en los corazones de los hombres para que la paz sea algo más que una bonita palabra. Pon amor, justicia, libertad, fraternidad en los corazones de los hombres para que, de verdad, sean artífices de la paz. Que la paz sea un don y una tarea. Don tuyo y tarea del hombre.

 

”Ignoran las acciones de Dios y las obras de tus manos”

Por todas partes nos sentimos envueltos de tus maravillas, Señor. Tú las has creado para nuestro recreo y nuestra felicidad. Y muchas veces pasamos indiferentes ante las obras de tus manos: ni un detalle, ni un gesto, ni una palabra de gratitud. Qué bien captó esta situación de ingratitud tu profeta cuando decía: “Conoce el buey a su señor y el asno el pesebre de su amo; Israel, en cambio, no conoce; mi pueblo no comprende” (Is 1,37)

 

“Mi corazón se alegra y te canta agradecido”

Permíteme, Señor, llenar mi corazón de gozo y, con este mismo corazón con que tantas veces te fui ingrato, quiero cantarte y alabarte hasta rebosar de agradecimiento. Deja que ponga mi corazón en danza, como el corazón de tu siervo David cuando bailaba ante el Arca.

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