Cuando Dios se asoma por la ventana del amor estalla la primavera

Raúl Romero López
22 de abril de 2019

Salmo 18

 

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2 Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza,

3 Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador;

Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío,

mi fuerza salvadora, mi baluarte.

4 Invoco al Señor de mi alabanza

y quedo libre de mis enemigos.

5 Me cercaban olas mortales,

torrentes destructores me aterraban,

6 me envolvían las redes del abismo,

me alcanzaban los lazos de la muerte;

7 en el peligro invoqué al Señor,

grité a mi Dios:

desde su templo él escuchó mi voz

y mi grito llegó a sus oídos.

8 Entonces tembló y retembló la tierra

vacilaron los cimientos de los montes,

sacudidos por su cólera;

9 de su nariz se alzaba una humareda,

de su boca un fuego voraz

y lanzaba carbones ardiendo.

10 Inclinó el cielo y bajó

con nubarrones debajo de sus pies;

11 volaba a caballo de un querubín

cerniéndose sobre las alas del viento,

12 envuelto en un manto de oscuridad;

como un toldo, lo rodeaban

oscuro aguacero y nubes espesas;

13 al fulgor de su presencia, las nubes

se deshicieron en granizo y centellas;

14 y el Señor tronaba desde el cielo,

el Altísimo hacía oír su voz.

15 Disparando sus saetas los dispersaba,

y sus continuos relámpagos los enloquecían.

16 El fondo del mar apareció

y se vieron los cimientos del orbe,

cuando tú, Señor, lanzaste un bramido,

con tu nariz resoplando de cólera.

17 Desde el cielo alargó la mano y me agarró,

me sacó de las aguas caudalosas,

18 me libró de un enemigo poderoso,

de adversarios más fuertes que yo.

19 Me acosaban el día funesto,

pero el Señor fue mi apoyo:

20 me sacó a un lugar espacioso,

me libró, porque me amaba.

21 El Señor me pagó mi justicia,

retribuyó la pureza de mis manos,

22 porque seguí los caminos del Señor

y no me rebelé contra mi Dios;

23 porque tuve presentes sus mandamientos

y no me aparté de sus preceptos;

24 le fui enteramente fiel,

guardándome de toda culpa;

25 el Señor retribuyó mi justicia,

la pureza de mis manos en su presencia.

26 Con el fiel tú eres fiel,

con el íntegro tú eres íntegro,

27 con el sincero tú eres sincero,

con el astuto tú eres sagaz.

28 Tú salvas al pueblo afligido,

y humillas los ojos soberbios.

29 Señor, tú eres mi lámpara,

Dios mío, tú alumbras mis tinieblas.

30 Fiado en ti me meto en la refriega,

fiado en mi Dios asalto la muralla.

31 Perfecto es el camino de Dios,

acendrada es la promesa del Señor,

él es escudo para los que a él se acogen.

32 ¿Quién es Dios fuera del Señor?

¿Qué roca hay fuera de nuestro Dios?

33 Dios me ciñe de valor,

y me enseña un camino perfecto;

34 él me da pies de ciervo

y me coloca en las alturas;

35 él adiestra mis manos para la guerra

y mis brazos para tensar la ballesta.

36 Me dejaste tu escudo protector,

tu diestra me sostuvo,

multiplicaste tus cuidados conmigo.

37 Ensanchaste el camino a mis pasos

y no flaquearon mis tobillos;

38 yo perseguía al enemigo hasta alcanzarlo,

y no me volvía sin haberlo aniquilado:

39 los derroté y no pudieron rehacerse,

cayeron bajo mis pies.

40 Me ceñiste de valor para la lucha,

doblegaste a los que me resistían;

41 hiciste volver la espalda a mis enemigos,

rechazaste a mis adversarios.

42 Pedían auxilio, pero nadie los salvaba,

gritaban al Señor, pero no les respondía.

43 Los redujo a polvo que arrebata el viento,

los pisoteaba como barro de las calles.

44 Me libraste de las contiendas de mi pueblo,

me hiciste cabeza de naciones,

un pueblo extraño fue mi vasallo.

45 Los extranjeros me adulaban

me escuchaban y me obedecían.

46 Los extranjeros palidecían,

y salían temblando de sus baluartes.

47 Viva el Señor, bendita sea mi roca,

sea ensalzado mi Dios y salvador:

48 el Dios que me dio el desquite

y me sometió los pueblos;

49 que me libró de mis enemigos,

me levantó sobre los que resistían,

y me salvó del hombre cruel.

         50 Por eso te daré gracias entre las naciones, Señor,

y tañeré en honor de tu nombre:

51 tú diste gran victoria a tu rey,

tuviste misericordia de tu ungido,

de David y su linaje por siempre.

INTRODUCCIÓN

El salmo 18 es una oda real de liberación y de victoria. Aunque es un salmo hebreo está impregnado de elementos egipcios. Recuerda uno de los himnos del faraón con descripciones de sus victorias y su majestad sobre las naciones enemigas. En 2 Sam 22 tenemos un lugar paralelo del cual nos podremos servir para aclarar conceptos. El gran dramaturgo francés Jean Ranine, fascinado por esta monumental oda, afirma de este salmo: “Es solemne, vivaz, lleno de un drama simbólico riquísimo; nos da la imagen de un Dios trascendente e irresistible y, al mismo tiempo, vecino y atento al hombre”. El salmo parece estar compuesto en la época de la monarquía. A primera vista parecería que fuera David el propio autor del salmo, pero debemos reconocer que hay una tendencia en los salmistas a idealizar la figura histórica del rey; un afán por presentar a David como modelo de poeta religioso. Parece muy acertada la postura de Alonso Schökel: El autor utiliza a David como persona, como orante, o como “yo” del poema. Mannati quiere ver concentrada en este salmo la historia del pueblo de Israel y divide el salmo de esta manera: salida de Egipto (v.5-20), Alianza en el Sinaí (v.21-31); conquista de la tierra hasta la monarquía davídica (v.32-46). La división es forzada, pero nos sirve la intuición: en este salmo es Yavé el que guía al pueblo, lo defiende y lo toma en brazos. Parece decirnos: La historia del pueblo de Israel en un bello poema de amor.

 

Por una vez en la vida, amemos a Dios con un corazón desinteresado: “Yo te amo, Señor” (2)

Es muy raro este comienzo. Lo normal es que el verbo amar tenga a Dios como sujeto y no como objeto. En la Biblia el amor de Dios es primero y Él siempre va por delante. Y lo curioso es que emplea el verbo rhn que evoca las vísceras, el amor visceral, entrañable, indestructible. Dejemos las cosas así y, como los coleccionistas, hagamos de “lo raro” un precioso objeto de valor. Por una vez en la vida, como el salmista, vamos a ser generosos con Dios. Vamos a encariñarnos con Él; vamos a amarle con un amor pasional; como río desbordado que se precipita hacia el mar del amor infinito de Dios.

 

Las consecuencias de este amor no se hacen esperar: “Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos”

En esta ocasión el salmista no invoca al Dios de la Alianza, sino al Dios de la Alabanza. Este hombre de Dios ha descubierto en la alabanza algo inefable, misterioso, escondido para tantos y tantos cristianos que formamos una gran caravana de hombres y mujeres mediocres. Una cosa nos llama altamente la atención: en la alabanza se ve libre de los enemigos. En la oración de alabanza el hombre no cuenta, se pierde en Dios. Y así perdido en Dios deja que Dios luche por él y le defienda. El salmista parece hacernos esta invitación: piérdete en Dios y experimentarás que tus enemigos desaparecen. Algo así como cuando se dice en otro salmo: “Sea Él tu delicia y te dará todo lo que tu corazón pide” (Sal 36,4).

 

 “Tras la tempestad viene la calma”

“Entonces tembló y retembló la tierra… inclinó el cielo y bajó con nubarrones debajo de sus pies… el fondo del mar apareció y se vieron los cimientos del orbe”  (16) Es una manifestación de Dios en poder. A través de una gran tormenta hace sacudir las olas de una manera tan violenta que se puede ver las profundidades del mar. Y así, los fundamentos de la tierra firme son liberados de las aguas del caos. Bonita imagen para hablar del pecado como “anti- creación”. Sólo Dios puede volver a empezar asentando las bases de una nueva creación.  “Desde el cielo me alargó la mano y me agarró, me sacó de las aguas caudalosas” (17).  A una persona que pega, que castiga… le decimos que tiene una mano larga. Dios también tiene una mano larga, pero no para castigar, sino para salvar. Nos preguntamos:

 

¿De qué me salva Dios? Y, sobre todo, ¿por qué me salva?

A estas preguntas responde el salmo. Me salva de “aguas caudalosas” (v.17). Aquí son símbolo de muerte. Es la experiencia de aquel que se está ahogando, arrastrado por la corriente. Dios me pone a salvo, sacándome a tierra firme.

 

Me salva de “lo estrecho”, ( 20)  lo angosto (de la angustia) y me lleva a un lugar espacioso. Dios es el que da espacio, amplitud, horizonte abierto, libertad.

 

Me libró del enemigo poderoso (v.18). Puede ser el egoísmo, la soberbia, el odio… todo aquello que lleva dentro un veneno de muerte.

 

¿Por qué me libró? “Porque me amaba” (v.20).

El amor, sólo el amor, es la razón de obrar de Dios. Ese Dios que en este mismo salmo aparece enfurecido, galopando sobre el huracán, lanzando carbones encendidos de su ira, en realidad no es otro sino el Dios salvador. Dios nos ama salvándonos, liberándonos, haciéndonos volver a su proyecto inicial.

 

Confesión de inocencia: Le fui enteramente fiel (24). ¿De verdad?

Y aquí parece oir el eco de las palabras de Dios sobre su siervo David: “Guardó mis mandatos y me siguió con todo su corazón, haciendo sólo lo que es recto a mis ojos” (1 Reyes 14,8). Uno se pregunta: ¿David hizo siempre lo que era grato a los ojos de Dios? ¿Le fue grato cuando cometió adulterio con Betsabé? ¿Y cuando hizo matar a Urías? La mirada de Dios no es como  la nuestra que se fija sólo en lo negativo de las personas. Dios mira la actitud de David a lo largo de su vida y no los fallos concretos, por graves y gordos que fueran. . Estos han quedado borrados por sus lágrimas sinceras.

Cuando se mantiene una postura positiva con Dios, los fallos concretos, signo de nuestra fragilidad, no entorpecen nuestra marcha hacia Dios, sino que nos afincan en nuestra humildad. Y esa postura humilde sí que agrada a nuestro Dios.

 

Está bien conocer las costumbres inhumanas de entonces para contrarrestarlas con la bondad y dulzura de Jesús.

En este salmo aparecen las costumbres de entonces frente a los enemigos ya vencidos: arrastrar al enemigo a los pies del vencedor. En la fuga desesperada sólo se le veían las espaldas para humillarlo más. El mismo libro de Josué nos dice: “Acercaos y poned vuestros pies sobre la nuca de estos reyes” (Jos 10,24). Hay una especie de gozo de ver al enemigo machacado. ¿Y qué dice Jesús a todo esto?

“Si alguien te pega en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda” (Mt 5,39).

 

Algunas otras perlas encontradas en este salmo.

 

“Tú eres mi lámpara” (29)

Es el Señor el que nos ilumina por dentro y nos hace descubrir el sentido de la vida. El mismo Job, cuando estaba cubierto de una gran oscuridad, añorará sus años de luz: “¡Quién me diera volver a los viejos días cuando Dios velaba sobre mí, cuando su lámpara brillaba encima de mi cabeza y a su luz cruzaba las tinieblas!” (Job 29,23).

 

 “¿Qué roca hay fuera de nuestro Dios?” (32)

El salmista se siente seguro en Dios, frente a la inseguridad de los que viven sin Dios. De éstos dice el Levítico: “Les hace temblar el ruido de una hoja seca” (Lev26 36).

Tener seguridad en Dios no sólo significa sentirse personalmente seguro, sino saber arriesgarse por Él. “Fiado en ti me meto en la refriega, fiado en mi Dios asalto la muralla” (v.30). El profeta Ezequiel quiere dar pautas para conocer los verdaderos de los falsos profetas. Y dice de estos últimos: “No acudieron a la brecha”. El verdadero profeta está en lo más arriesgado, en lo más difícil, en lo más comprometido.

 

“Me coloca en las alturas” (34)

Es Dios quien alarga su mano y me pone en la altura. Lejos queda la experiencia de Babel, de aquellos hombres que buscaban la altura de su soberbia para ser como Dios. Aquí es Dios el que me da alas para volar, para escalar las cumbres más elevadas, para remontar el vuelo vertical y remontarme por encima de nuestros pequeños vuelos horizontales, a ras de tierra.

 

“Multiplicaste tus cuidados conmigo” (36)

Es una clara alusión a lo que ha sido la historia de Dios con su pueblo: una historia de liberación y de amor.

Cada uno de nosotros somos testigos de los inmensos cuidados que ha tenido el Señor con nosotros. San Pablo hablará de “derroche”. Y bien podemos decir que nuestro Dios es un “derrochador de amor”. David, aquel pastorcito que llegó a ser el más grande rey de Israel, nos dirá estremecido: “¿Quién soy yo… para que me hayas hecho llegar hasta aquí?” (1Cro 17,16).

 

  1. 47-51. Conclusión doxológica (47-51)

Aquí el salmista tiene ganas de cantar, de aclamar a Dios. Y todo por  lo bien que Dios ha llevado la historia, subrayando la acción personal de Dios con David. Para los cristianos el salmo se convierte en un himno a Cristo, el nuevo y definitivo Mesías, que ha triunfado de las fuerzas de la muerte y, por su Resurrección, está definitivamente sentado a la derecha del Padre.

 

TRASPOSICIÓN CRISTIANA.

 

Jesús se vio envuelto en las olas de la muerte. Por un momento, el Padre guardó silencio, pero después  habló con fuerza resucitándolo de la muerte. Y todo “porque lo amaba”. A nadie ha amado Dios Padre tanto como a su propio Hijo. La última palabra no la pueden tener los enemigos sino Dios que es Amor.

No se puede entender el Antiguo Testamento sin el Nuevo. Con Jesús todo se hace lúcido, transparente. Hay que leer muchas veces el Sermón de la Montaña y escuchar de Jesús:” “Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt. 5,30). “Habéis oído que se dijo… pero Yo os digo” (Mt. 5,21-22).

“El salmista, habiendo escuchado los beneficios del Señor, le ofrece el don más valioso: el amor” (San Atanasio).

“Dista mucho la revelación de los profetas de la de los apóstoles. De los profetas se puede decir: ‘agua tenebrosa en las nubes del aire’ porque escriben con oscuridad. De los apóstoles se dice: “resplandezca vuestra luz en las tinieblas”. (Ruperto de Deutz)

 

ACTUALIZACIÓN.

 

Este salmo puede ser muy interesante al hombre de hoy. A nivel teórico lo tenemos muy claro: “La violencia genera violencia”. Pero seguimos con guerras, con conflictos, con violencias, con la ley del más fuerte. Sólo Jesús es capaz de decir a Pedro que lo quería defender con la espada: “Mete tu espada en la vaina porque el que a hierro mata a hierro muere” (Mt. 26,52).  Y no se limita a teorizar sino que, allí mismo, le cura la oreja que el fogoso Pedro le había arrebatado a aquel soldado.

Si los cristianos cumpliéramos con el mandato del amor tal y como lo vivió Jesús, seríamos la “gran fuerza en el mundo”. Desde que el mundo existe se han hecho muchas guerras, incluso el salmo de hoy nos habla de ellas. Pero a los cristianos nos queda una: “La gran revolución del amor”.

 

PREGUNTAS

 

  1. Dice el salmista: “Me libró porque me amaba”. ¿Sé compaginar en mi vida el amor y la libertad? ¿Mi amor me hace ser cada día, más libre? Mi libertad, ¿está generando en mí más auténtico amor?

 

  1. Dice el salmo: “Tú eres mi lámpara”. En momentos de duda, de confusión, de oscuridad, ¿a quién acude mi Comunidad? ¿Sabe buscar en la Palabra de Dios la luz que necesitaba?

 

  1. Dice el salmista: “Fiado en Ti me meto en la refriega”.Mi comunidad, mi grupo cristiano, ¿qué actitud está adoptando ante los desafíos de la nueva evangelización? ¿Se repliega sobre sí mismo? ¿Sale sin miedos en busca de los alejados?

 

ORACIÓN

 

“Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza…”

Me gusta rezar con las propias palabras del salmista y decirte a boca llena: “Yo te amo, Señor”. Déjame repetirlo porque esas palabras se hacen miel en mis labios. “Te amo, te amo”. Y es que no estoy acostumbrado a ese lenguaje. En la Biblia siempre eres Tú quien nos tomas la delantera; siempre nos amas primero, siempre nos sorprendes con tu amor. Pero, en este salmo, este gran amigo tuyo ha querido madrugar un poco más que Tú para decirte: “Yo te amo”. Y este amor tan grande, tan intenso, tan mañanero hacia Ti es su fuerza. ¡Qué fuerza tiene el amor! Nada se pone por delante. Nadie lo puede detener. ¿Quién podrá adivinar lo que será capaz de hacer en un solo día una persona poseída por el amor de Dios desde el amanecer?

 

“El Señor tronaba desde el cielo…”

La tormenta es un signo del poder y de la grandeza de Dios. A veces, Señor, necesitamos que nos recuerdes lo inmensamente grande y poderoso que eres ya que nosotros los humanos, somos tan tontos que nos creemos los importantes, los dueños del universo. Nosotros necesitamos decirte que Tú eres nuestro Dios, que Tú eres nuestro Señor. Queremos encontrarnos a gusto contigo: en el Cosmos y en la tienda de campaña; en el diálogo y en el silencio; en el asombro y en la ternura.

 

“Me coloca en las alturas”

Por la propia inercia tendemos a lo bajo, a lo llano, a lo fácil, a lo de siempre… Pero Tú, Señor, alargas tu mano poderosa y nos colocas en las alturas. A Tí te va lo alto, lo esforzado. Tú has subido al monte Calvario y has sido clavado en lo alto de una cruz. Desde esa altura nos hablas de obediencia radical, de amor loco y apasionado, de entrega total, de santidad auténtica. ¡Viva el Señor, bendita sea mi roca!…

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