Covid-19: El Arzobispo se dirige a las personas mayores

Diócesis de Zaragoza
7 de abril de 2020

Uno de los colectivos que más está sufriendo los efectos de la pandemia es el de los ancianos. Su soledad se ha incrementado, hasta el punto de que en bastantes ocasiones son aislados e incluso ‘descartados’. No es moral descartar a una persona persona, tampoco a una persona mayor.

Para ayudar a llevar esta soledad no deseada de los ancianos, el arzobispo don Vicente comparte dos textos muy sugerentes y cargados de sabiduría bíblica y experiencia cristiana.

Las bienaventuranzas de las personas mayores

Son ocho bienaventuranzas no sólo para las personas mayores, sino también para quienes queremos acercarnos con respeto y amor, con estima y con cariño,  a los venerables mayores.

  • Bienaventurados los que me hacen sentir que soy amado, que soy útil todavía y que no estoy solo.
  • Bienaventurados los que llenan la última etapa de mi vida con cariño y comprensión.
  • Bienaventurados los que atienden mi paso vacilante y temblorosa mano.
  • Bienaventurados los que tienen en cuenta que ya mis oídos tienen que esforzarse para captar lo que hablan.
  • Bienaventurados los que se dan cuenta de que mis ojos están nublados y de que mis reacciones son lentas.
  • Bienaventurados los que desvían la mirada con disimulo al ver que he derramado el café en la mesa.
  • Bienaventurados los que con una sonrisa me conceden un rato de su tiempo para charlar.
  • Bienaventurados los que nunca dicen: ya me han contado eso dos veces.

Acción de gracias por mi amigo el bastón

Yo doy gracias a Dios por mi amigo el bastón.

Es el amigo fiel que tengo. Lo uso cuando lo necesito y siempre lo encuentro dispuesto a apoyarme. Lo olvido en cualquier rincón, y al encontrarlo de nuevo, continúa apoyándome sin guardar resentimiento.

Mi bastón es testigo de momentos muy íntimos en mi vida. Me acompaña a comer, está cerca de mí en la oración, en la alabanza divina, ahí está de pie, recordándome la postura que debo tener de vigilancia y rectitud hacia Dios. Gracias a mi bastón puedo acercarme a recibir la comunión eucarística.

Me asombra la sumisión y fidelidad del bastón. A este buen amigo se le puede poner a la medida que se necesite; se le puede subir o bajar como convenga, se le puede coger por donde y como se quiera, y siempre permanece fiel.

Sólo tiene como misión el servir de apoyo, el ayudar a caminar con seguridad, el acompañar sin hacer ruido. Nunca se ha escrito nada sobre un bastón, pero cuántas lecciones nos da a los seres humanos. Si mi bastón pudiera hacer oración, creo que sería así:

  • Gracias, Señor, por ser una ayuda para muchos caminantes enfermos o ancianos.
  • Gracias por los ratos que descanso en el rincón, esperando que alguien me necesite de nuevo
  • Gracias por mi misión de acompañar, de ser descanso y apoyo para los demás.
  • Gracias por ser manejable, por no ser carga inútil, por ser dócil y por no molestarme cuando me olvidan.
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