Como nosotros perdonamos

Pedro Escartín
16 de septiembre de 2023

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XXIV domingo del tiempo ordinario

Sólo llevaba cuatro días de Papa, cuando Francisco nos sorprendió con su espontaneidad al decir: «Dios nunca se cansa de perdonar. Nunca. El problema es que nosotros nos cansamos de pedir perdón». A alguno le pareció excesivo, porque si Dios siempre perdona, ¿pondremos empeño para arrepentirnos y corregirnos? Pero el papa Francisco no rectificó y ha vuelto a decir algo parecido otras veces. Al escuchar el evangelio de hoy (Mt 18, 21-35) me he acordado del papa Francisco y me he preguntado qué pensará Jesús de lo que dijo su Vicario…

– ¿Hay algo que no te ha gustado en la homilía que hoy os ha predicado el párroco? -me ha preguntado al verme concentrado en mis pensamientos-.

– No pienso en la homilía, sino lo que tú dijiste a Pedro cuando te preguntó cuántas veces tenía que perdonar -le he respondido mientras dejaba las dos tazas de café sobre una mesa-.

– ¿Qué tuvo de particular mi respuesta? -me ha respondido después de tomar un primer sorbo de café-. Pedro me preguntó si tenía que perdonar hasta siete veces y yo le dije que subiera la medida: que perdonase hasta setenta veces siete. ¿Es que no sabes multiplicar?

– Sé multiplicar como todo el mundo, pero no son las cuentas lo que aquí está en juego, sino el número “siete”. Para aquellos israelitas, el número “siete” significaba “siempre”; al decirle “setenta veces siete” quisiste remachar su significado y le pediste un perdón sin medida. ¿No será peligroso contar siempre con el perdón del Padre?

– ¿Por qué te parece peligroso, porque si no tenéis miedo al castigo tampoco os arrepentís y corregís? ¿Es que sois tan ramplones que sólo el palo os hace reaccionar? -me ha respondido mirándome intensamente a los ojos-. Tendré que recordarte la parábola de los dos deudores, que propuse a continuación.

– Ya la recuerdo y me gusta. Refleja perfectamente el ambiente cortesano de aquella época: un rey llama a sus altos funcionarios para pedirles cuentas de los impuestos que habían recaudado y no le habían pagado; eso ocurría con frecuencia. Aquel rey era magnánimo y a uno de ellos le perdonó una deuda inmensa, pues diez mil talentos era una cantidad incalculable. Hasta aquí todo fue bien; pero el funcionario perdonado era un “rata” y, aunque la cantidad que le debía un compañero era ridícula, intentó estrangularlo para obligarle a pagar. Entiendo la consternación de sus compañeros ante la ingratitud de aquel funcionario, y también la indignación del rey y el castigo que le impuso.

– Me parece que te dejas algo -me ha dicho y ha vuelto a coger la taza del café en sus manos-: Te dejas la conclusión que expresé con toda claridad al final de la parábola: «Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano». Lo que dijo el papa Francisco te parecía exagerado porque piensas que sin miedo al palo no hay conversión. Yo te digo, como dijo mi Vicario, que el Padre no se cansa de perdonar; con lo llamativo de la suma adeudada reforcé el que no se cansa de perdonar, pero añadí que vosotros también debéis estar dispuestos a hacer lo mismo que el Padre hace con vosotros. Cuando os enseñé la oración que más le gusta al Padre, incluí una petición exigente, que nunca podréis olvidar: «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». ¿Has comprendido? El perdón de Dios no tiene medida a condición de que vosotros seáis tan generosos como Él -ha concluido indicando que teníamos que irnos-.

– Ahí es donde nos duele, en estar dispuestos a perdonar -he dicho mientras he visto que alguien pagaba nuestros cafés-.

– ¿Ves cómo aún queda gente con corazón generoso? -me ha dicho sonriendo con picardía-.

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