Flash sobre el Evangelio del V domingo de Cuaresma (21/03/2021)
Este domingo he vuelto a oír en el Evangelio (Jn 12, 20-33) que Jesús debía ser elevado sobre la tierra para “atraer a todos” hacia él, y esto significa que debía ser crucificado. Lo curioso es que esto lo dijo delante de unos griegos que estaban interesados por conocerle. No sé cómo les sentaría, pero a mí me parece que no era una buena tarjeta de presentación. Y así se lo he dicho mientras buscábamos una mesa en la cafetería.
– Yo creo que los dejaste cortados. Aquellos griegos eran gente más refinada que los judíos; llegaron a Jerusalén y oyeron hablar de ti como de un “caso” singular: habías curado a un ciego de nacimiento, habías resucitado a un muerto tan conocido como Lázaro, y tenías a los jefes alterados. Era comprensible que aquellos griegos se interesaran por ti, pero tú les echaste un jarro de agua fría diciéndoles que ibas a morir como un malhechor.
– ¿Y qué querías que hiciese? -me ha dicho mirándome a los ojos- ¿Qué les dorase la píldora o les engañase? Eso sólo lo hacen quienes quieren quedar bien, aunque sea a costa de la verdad.
– Pero un poco de diplomacia no es mala -he respondido mientras recogía los cafés-. Incluso puede ser necesaria desde un punto de vista pedagógico.
– Mi querido amigo -me ha dicho profundamente convencido-, supongo que no te das cuenta de que ya empezaba la Pascua y los acontecimientos iban a precipitarse. Además, sólo les dije algo que es la pura verdad, tanto en la agricultura como en la vida: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo». Nunca deberías olvidar que el sufrimiento tiene un alto valor humanizador, porque siempre que hacemos el bien o algo verdaderamente valioso, aparece el sufrimiento de una u otra manera, en forma de esfuerzo para comprender al otro, de cansancio producido por el trabajo, o de contradicción por la mala voluntad de algunos… Y el sufrimiento acostumbra a echar a la gente hacia atrás.
– ¿Por eso añadiste que «el que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna»?
– Así es. Todos nos sentimos inclinados a rechazar el sufrimiento; así que hemos de disponer de un motivo fuerte para asumirlo y no dejar de hacer el bien, como le pasa a la madre con el hijo que va a nacer: es más fuerte la alegría de traerlo a la vida que las molestias del embarazo, el mal rato de las convulsiones y los dolores del parto; pero está feliz cuando tiene a la criatura en sus brazos…
– Has dicho que “nos sentimos”, ¿también tú experimentaste rechazo ante el sufrimiento?
– No te sorprendas: también yo. Para esto soy también verdadero hombre, para solidarizarme con vosotros en todo, incluso en la debilidad. Recuerda que aquel día, con los griegos delante, dije: «Ahora mi alma está agitada y, ¿qué diré?: Padre líbrame de esta hora». Pero justamente vine a este mundo para ayudaros a hacer el bien, aunque sea arduo y arriesgado, y había sonado la hora de la solidaridad y del sufrimiento compartido. Por eso añadí: «Padre, glorifica tu nombre».
– Y en esta ocasión, el Padre no guardó silencio y dijo que te iba a glorificar…
– Y me glorificó de la manera más sorprendente: desde lo alto de la cruz. Por eso dije: «Cuando yo sea elevado, atraeré a todos hacia mí». Si con esto aprendéis a no rehuir el sufrimiento que comporta hacer el bien, el mundo habrá dado un paso definitivo hacia la felicidad -concluyó mientras el camarero traía la cuenta-.