¿Cómo caminar juntos desde la vida contemplativa?

Diócesis de Barbastro-Monzón
29 de enero de 2022

P. Pablo di Cesare. Superior IVE, Monasterio de El Pueyo

Respondo a esta pregunta, diciendo en primer lugar, que la vocación contemplativa, como toda vocación es un llamado de Dios a cumplir una misión especial en la Iglesia.

Los contemplativos, por puro amor de Dios, hemos sido llamados a estar en el corazón de la Iglesia, para desde allí llegar a todos los miembros del Cuerpo Místico.

Por eso, considero que no sólo caminamos junto a la Iglesia, y a la sociedad, sino que lo hacemos de un modo singular, no cómo alguien que sólo acompaña, como quien va a la par, sino desde el interior.

Este es el motivo, por el cual, un contemplativo no puede estar al margen de las necesidades de la Iglesia y de los hombres. Y debe arder de amor, por aquellas almas por las cuales, Cristo derramó su sangre. Demostrado está por demás, como han sido las almas contemplativas las primeras en estar dando respuesta a las necesidades de todos los hombres a lo largo de la historia de la Iglesia.

El monje, miembro del Cuerpo Místico, está llamado a participar en la misión de la Iglesia. Así no lo recuerdo el Concilio Vaticano II: “Los religiosos dados únicamente a la contemplación contribuyen con sus oraciones a la labor misional de la Iglesia, “ya que es Dios quien, movido por la oración, envía operarios a su mies, despierta la voluntad de los no-cristianos para oír el evangelio y fecunda en sus corazones la palabra de salvación…”[1].

Movidos, entonces, por la fe en el misterio de la comunión de los santos, el monje imitará a Cristo orante, y se ofrecerá a Dios para que por él todos los miembros de la Iglesia crezcan en santidad, reparando por los pecados propios, los de todo el mundo, pidiendo el perdón y la misericordia sobre todos[2].

Y en cuanto a la relación con la sociedad, San Pablo VI decía: La Iglesia y el mundo necesitan de “una pequeña sociedad ideal en la cual reina por fin el amor, la obediencia, la inocencia, la independencia de las cosas y el arte de usar bien de ellas, el predominio del espíritu, la paz; en una palabra, el Evangelio”[3].Esta sociedad ideal se plasma en las comunidades de vida monástica, es decir, en los “institutos que se ordenan íntegramente a la contemplación, de suerte que sus miembros se dedican sólo a Dios en la soledad y silencio, en asidua oración y generosa penitencia…”[4]. Dichos institutos “mantienen siempre un puesto eminente en el Cuerpo Místico de Cristo, en el que no todos los miembros desempeñan la misma función[5].


[1] AG, 40.

[2] Los monjes contemplativos “ofrecen, en efecto, a Dios un eximio sacrificio de alabanzas, ilustran al pueblo de Dios con ubérrimos frutos de santidad, lo mueven con su ejemplo y lo dilatan con misteriosa fecundidad apostólica” (PC, 7).

[3] AAS, 56 (1964), 987; Pablo VI, Discurso después de la consagración de Montecasino, (24/10/1964) Dir. Esp., [93].

[4] PC, 7.

[5] Ibid.

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