El foro ChurchCom, celebrado en el Seminario de Zaragoza el pasado 25 de noviembre, reunió a un grupo de treinta personas interesadas en comunicar mejor la Iglesia y, en definitiva, en transformar la sociedad –mejorar el mundo– desde la promoción de los valores humanos y del Evangelio.
El encuentro, inaugurado por el arzobispo, monseñor Jiménez Zamora, y en el que participaron laicos, seminaristas, sacerdotes, religiosas y agentes de pastoral, propició un diálogo honesto sobre el camino recorrido y los retos que plantea el mundo de hoy. A continuación, recogemos las principales conclusiones.
¿Qué se ha conseguido en la comunicación de nuestra Iglesia?
- Comprendemos que muchas veces no hemos comunicado bien, y lo hemos pagado a un alto coste. Hemos “vendido” una imagen a veces “prepotente”, segura, en una sociedad que respiraba “en cristiano” por herencia. Gracias a Dios, somos cada vez más conscientes de que debemos hacerlo mejor como Iglesia, también en materia de comunicación.
- Se ha adquirido conciencia de la necesidad de comunicar con profesionalidad y cercanía. El papa Francisco es un modelo a imitar, pues hablar claro (directo y sin rodeos), breve y se dirige al corazón de las personas. Esto hace que sus mensajes no dejen indiferente a nadie.
- Existe una presencia más patente del mensaje cristiano, sobre todo, gracias a los nuevos medios de comunicación. Se genera contenido útil (reportajes, entrevistas, etc.) y la comunicación interna resulta mucho más fluida.
- Ante el efecto polémico que en ocasiones suscita lo religioso en la opinión pública, la Iglesia ha tomado conciencia de que debe pasar de ser reaccionaria y defensiva (apologética) a la convicción de la propuesta: la buena noticia de la que es protagonista, poniendo siempre en el centro a las personas.
- Hemos interiorizado la importancia que tiene comunicar al ritmo de los acontecimientos y no ir desfasados con respecto al mundo real. A veces, los tiempos de la Iglesia son objeto de controversia. Resulta imprescindible estar atentos al “hoy de la vida”, para conectar con la gente, para propiciar el encuentro entre el Evangelio y la vida concreta de las personas.
¿Qué está pendiente? Retos:
- Descubrir las nuevas expresiones de fe que se están viviendo; expresiones que, sin llevar una explícita carga religiosa, son evidencia de la infinita bondad de Dios que está impresa en el ser humano. Es una gran oportunidad evangélica, que requiere también un cambio de mirada y una evidente apertura al mundo.
- Pescar en RED y no con caña, aprovechando las grandes bondades que nos ofrece la impronta cristiana como expresión de comunión, y no solo como estrategia comunicacional. A esto nos invita el papa Francisco.
- Perder la vergüenza de hablar, de comunicar el Evangelio, también con la palabra y el ejemplo. La experiencia cristiana, comunicada de forma personal, continúa teniendo un poder insustituible, sobre todo en estos tiempos en que la virtualidad nos está llevando a una cultura de relaciones de “contacto-sin-tacto”. Es importante que se nos vea como somos, sin complejos.
- Implicar a las comunidades. Donde hay una monja, un cura o un seglar, ya sea niño, joven, adulto o anciano, hay un corresponsal de los medios diocesanos. Una foto, unas notas sueltas… Se trata de compartir la vida de nuestras parroquias, la riqueza de la vida cotidiana. El portal iglesiaenaragon.com, como espacio exclusivo de información, facilita ahora la actualización diaria y la difusión por las autopistas digitales.
- Pronunciarse, aún más, al hilo de los acontecimientos. Una noticia, un problema social… Cualquier momento puede ser una oportunidad para comunicar la Doctrina Social de la Iglesia. Pronunciarse al hilo de la actualidad es clave para conectar con la gente, para propiciar –como se ha apuntado líneas arriba– el encuentro entre el Evangelio y la vida concreta de las personas.
- Hablar claro. El lenguaje eclesial (y eclesiástico) es una barrera de comunicación. Debemos traducir al lenguaje de la gente común la misma Verdad que es Jesús. No basta con contar el mensaje o la noticia con los medios de hoy (cuestión solo de estructura comunicacional), sino de generar significado en la gente, llegar al fondo, hablar al corazón, mostrando la “verdad-bondad-belleza” de Dios. Esto es hablar un “nuevo lenguaje”.
- Dar cabida a las múltiples susceptibilidades que existen dentro de la propia Iglesia y distinguir por públicos. ¿Podría darse otra orientación, por ejemplo, a los contenidos de “Iglesia en Aragón”? Convendría replantearse a quién nos dirigimos y pensar en el mensaje idóneo para cada público. No se puede llegar a todo el mundo de la misma manera. Por encima de todo, hay que evitar que las formas o el enfoque causen rechazo. No podemos olvidarnos de los jóvenes, de los ancianos, de las familias… y de los que no creen. Es un error comunicar solo al convencido.
- Fomentar una cultura “gif” para conectar con los niños y jóvenes. Se requiere fomentar un espacio fijo, atrayente, visual y escueto, donde sea posible el encuentro. ¿Dónde se mueven las personas a las que nos dirigimos? ¿Cómo lo hacen? Hay que estar ahí. ¿Por qué no fomentar la catequesis online? Parece que no vale, y lo cierto es que hay ciberpredicadores de sectas que se están aprovechando de las nuevas herramientas para captar a personas que atraviesan momentos de vulnerabilidad.
- Crear comunidad (física y virtual). Se necesita un tejido de cibervoluntarios (no basta ya solo con voluntarios) que, desde el compromiso, puedan ayudar en la misión. De esta forma, los medios diocesanos sentirán el apoyo que exigen las redes sociales, por ejemplo, para comunicar en red. Solos, como islas en el océano, es imposible. Quizá sea interesante disponer de un calendario compartido en la web de ArchiZaragoza para actuar de manera coordinada y evitar que se solapen eventos.
- Formar en las nuevas tecnologías desde la clave del evangelio. Además de estar en las redes, conviene fomentar la comunicación audiovisual. El objetivo es producir material que cuente de manera atractiva y dinámica nuestras experiencias particulares, la alegría y esperanza de creer. Pero ¡ojo! No basta con formar e informar. También hay que entretener. ¿Qué papel puede tener la cada vez más extendida gamificación –aprendizaje lúdico– en el proceso evangelizador?