Hoy celebramos la fiesta del Bautismo del Señor con la que ponemos fin a las celebraciones de la Navidad y da comienzo su vida pública con el reconocimiento como el Hijo Amado de Dios. En la Navidad lo hemos descubierto en la debilidad de un niño que nace en la pobreza, en la soledad con sus padres. Sólo los más sencillos los pastores y unos personajes extranjeros, venidos de tierras lejanas, le reconocen como el Mesías, como El Salvador del mundo. Hoy le descubrimos en su realidad plena de Dios y hombre, como la segunda persona de la Santísima Trinidad.
Contemplamos su gesto de humildad, se acerca a ser bautizado como el resto de sus contemporáneos ante Juan Bautista, gesto lleno de solidaridad; aparece como un pecador más. Con palabras del Papa Francisco en su última encíclica Dilexit nos “Nos considera algo propio, algo que él guarda con cuidado, con cariño. Vino, saltó todas las distancias, se nos volvió cercano como las cosas más simples y cotidianas de la existencia” (34).
Le contemplamos como el Dios cercano y amigo, su Encarnación es cierta, su naturaleza humana es real, Dios y hombre a la vez y para siempre. A partir de este momento, comienza el tiempo para redimirnos plenamente, muriendo y resucitando en la cruz. Su identificación con nosotros es total, uniéndose en el dolor y en la muerte y liberándonos de todo ello, haciéndonos partícipes de su resurrección para siempre.
Este día nos recuerda el momento en el que comenzamos a recibir la vida divina en nosotros, el día de nuestro bautismo. Nuestra vida cristiana empieza por reconocernos hijos de Dios; es el gran don que Dios nos concede a través de la redención de Cristo y que recordábamos de forma especial en este tiempo de Navidad, como dice San Ireneo, “Dios se hace hombre para que el hombre se haga hijo de Dios”. Por eso también el Señor nos dijo a nosotros en nuestro bautismo, “tú eres mi hijo, el amado”, sabiendo que sólo el amor de Dios es el que nos regenera en cada momento, supera nuestras limitaciones materiales y nos prepara para poseer plenamente ese don en la vida eterna.
Nos tenemos que sentir discípulos de Jesús, llamados a vivir como él vivió. La coherencia es una de las necesidades de nuestra vida de fe, no es fácil, ya no estamos en esas épocas en las que el ambiente social era propicio a esta forma de vida. Ahora, muchas veces, es contrario, no está de moda confesarse. Qué importante es que no vivamos nuestra fe de forma individual, los grupos de referencia, las asociaciones, la familia parroquial…, deben ser siempre un instrumento para considerar con especial interés en nuestra vida.
Es importante en este día sentirnos invitados a renovar nuestro compromiso bautismal. Ser cristiano no es una creencia, es un estilo de vida, seguir a Jesús nuestro Señor y Maestro, y eso pasa por comprometernos por vivir como Él vivió, entregados a los demás, haciendo de la caridad la norma de nuestra vida. Hoy le decimos al Señor que cuente con nosotros para ser sus seguidores.
+Vicente Rebollo Mozos.
Obispo de Tarazona