El Domingo de Ramos abre una nueva Semana Santa, que en esta ocasión está enmarcada por el Año Jubilar. Son días preciosos para contemplar a Cristo y agradecer su vida entregada por nuestra salvación. Contemplándolo en su pasión y resurrección nos atrevemos a afirmar con toda la Iglesia, que Él es la esperanza que no defrauda (Cfr. Rom. 5, 5).
Son unos días singulares en los que caminamos junto a Jesús, camino de la cruz, para buscarle después en el sepulcro vacío. Es una peregrinación de fe, que vivida en caridad, nos impulsa a ser peregrinos de esperanza. Si, peregrinos de esperanza que nos hace mirar al Resucitado con ojos nuevos. Jesús nos da la certeza de que el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra. Jesús vence el mal y nos invita a compartir la vida nueva. Hay esperanza para toda la humanidad y ante el mucho sufrimiento de este mundo, brilla con fuerza Cristo Resucitado, el lucero de la mañana, que ilumina y sacia el deseo de eternidad que todo ser humano tiene en su corazón, abriendo la certeza de un cielo nuevo y una tierra nueva donde no existe el llanto, el luto y el dolor. Esa esperanza nos mueve y nos compromete a ser nosotros también signos de esperanza para los demás, aliviando sus dolencias y sufrimientos, especialmente aquellos que son provocados por la injusticia y la violencia.
Para llegar a la resurrección estamos llamados a vivir con mucha intensidad estos días. Vivir ya el Domingo de Ramos acogiendo ese nuevo Reino que Dios quiere instaurar con el Hijo y que tan poco tiene que ver con los poderosos de este mundo.
El Jueves Santo, con la celebración de la institución de la Eucaristía, Jesús nos da el ejemplo de servicio al lavar los pies a sus discípulos. Servicio y humildad que nos dan la auténtica medida de la grandeza y nos introducen en el camino a seguir para todos aquellos que busquen la plenitud. Celebraremos también el día del amor fraterno que nos hará mirar, con los ojos de Jesús que se entrega, se parte y se reparte, a todos aquellos que sufren. Que nuestro Jueves Santo sea también solidario y con el bien que podamos hacer nos convirtamos en auténticos signos de esperanza para los demás.
El Viernes Santo nos mueve a adorar a Cristo crucificado y a contemplar el misterio de la cruz y a descubrir su importancia en nuestras vidas. La cruz es la escuela del amor que nos enseña a amar a Dios y a los demás con generosidad y sacrificio. Es, a los pies de la cruz, donde entendemos bien las palabras pronunciadas por Él: “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn. 15, 13).
Las celebraciones en los templos y las procesiones, que de la mano de las cofradías y hermandades llenan nuestras calles de serena belleza y solemnidad, presentando el Misterio del amor más grande, seguro que nos ayudan a renovar nuestra fe y a experimentar la alegría y la esperanza que brotan de la Resurrección de Jesús. ¡Santa semana para todos!
Un comentario
Gracias,muchas gracias, por recordarnos lo que ya sabemos y ayudarnos a profundizar cada vez más.
Feliz Pascua.