El capellán del hospital Royo Villanova de Zaragoza, Javier García Valenzuela, recuerda que los capellanes están a disposición de los enfermos y sus familias de manera permanente. «Basta con pedirlo», señala.
[button color=»white» size=»normal» alignment=»none» rel=»follow» openin=»samewindow» ]LOS GRANDES OLVIDADOS[/button]
No estoy oyendo ni leyendo por ningún lado la labor encomiable que están realizando un grupo de personas, por supuesto, en este caso, hombres a los que yo no he visto a través de los medios de comunicación, sobre todo en la televisión, aun cuando están al lado de los enfermos, no he oído por la radio y sin embargo sé del ofrecimiento de ellos, a través de asistencia a los enfermos, bien para asistirlos, o a los que han sufrido el coronavirus y reciben a estas maravillosas personas: sacerdotes cogiendo su mano en vez de tener la de sus familiares, prohibido por el Gobierno en estas circunstancias. Y finalmente estar al lado de los pocos familiares que dejan estar con los fallecidos, rezando por ellos y siendo un poco su consuelo.
Y no solo a nivel físico sino atendiendo a los teléfonos establecidos por la Iglesia para escuchar y con ello aliviar el dolor del duelo tan horrible que se sufre por no poder estar al lado de sus seres queridos en los momentos de la muerte, e incluso en los casos que hasta desconocen el paradero de sus restos.
Y además de esa labor, y por la misma, los hay que han fallecido precisamente porque no les ha importado acercarse al moribundo y ayudarle a irse al cielo con mucha paz.
Pues bien, creo que hay que reflexionar y pregonar muy alto la maravillosa labor de los sacerdotes, bien en los Hospitales, en las Clínicas, en sus teléfonos, y a través de las televisiones. Gracias a ellos hemos podido oír misas, tener exposiciones del Santísimo, Viacrucis, Rosarios, y hasta ver a la Virgen del Pilar, para llevar nuestros confinamientos con mas paz, esperanza y Alegría.
Lo que anima y da esperanza es el que una voz anónima, tras la que está un sacerdote, escuche el terrible dolor del familiar del fallecido, que es necesario contar para que disminuya, y aliente al que llora, se le corta la voz, y una vez que se ha desahogado, recibir el ánimo y la esperanza para poder ayudar en su dolor.
Y es bueno que más alto y más claro se alabe, se aplauda y se dé el agradecimiento que merecen a todos los sacerdotes que se han volcado en esta pandemia, como se vuelcan siempre.
Y también se reconozca y se rece por aquellos sacerdotes que, en cumplimiento de su labor, han dado su vida al Señor, y que no han sido ni uno ni dos, sino muchos y en el silencio y nombrados únicamente en los actos religiosos. Y se reconozca, que han fallecido dando su vida por los demás.
Decir muy abiertamente que estamos muy orgullosos de nuestros sacerdotes y que públicamente se conozca esa maravillosa labor, que hasta ahora está siendo silenciada.
Mary Carmen