Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XXX Domingo del Tiempo Ordinario – B – (27/10/2024)
Jesús ya había llegado a Jericó, última etapa de su camino hacia Jerusalén, y al ponerse de nuevo en marcha se encontró con un ciego, identificado como el hijo de un tal Timeo, parece que suficientemente conocido en Jericó. Bartimeo, que así llamaban al ciego, cuando supo que se acercaba Jesús, se puso a dar voces pidiendo compasión (Mc 10, 46-52), y Jesús se detuvo y habló con aquel hombre, que pasaba sus días sentado al borde del camino…
– ¡Cuánta gente hay ahora al borde del camino pidiendo compasión! -he suspirado mirando a Jesús-.
– Y también están los que no dejan que sus gritos se escuchen -me ha respondido-. ¿Cuántas veces has tenido la tentación de apagar la televisión cuando salen noticias con migrantes y refugiados que huyen de la muerte como pueden? ¿Esos no están al borde del camino?
– Igual que los que son objeto de tantas noticias sobre el maltrato, la pornografía infantil, la trata de mujeres privadas de libertad y un largo etcétera de desgracias que se abaten sobre tantos hermanos nuestros…, pero ¿qué puedo hacer ante tanta desgracia? -le he dicho desviando mis ojos de los suyos, mientras disolvía un azucarillo en mi taza de café-.
– Por lo menos que se oigan sus gritos de auxilio. Siempre vas a encontrar a alguien que, como ocurrió con Bartimeo, regaña a los que piden ayuda porque molestan, sin reparar en lo mucho que sufre esa pobre gente y sin reconocer que la mayor parte de ellos, sobre todo los inmigrantes y refugiados, están dispuestos a incorporarse en vuestras comunidades si les hacéis sitio y les permitís trabajar -ha añadido con pesadumbre-.
– ¡Me avergüenza la contradicción de nuestras vidas! -he exclamado mostrando impaciencia-
– No te lamentes, que así poco se arregla -me ha atajado-. Recuerda lo que hablamos en el café del domingo pasado. Cuando se me presentaron dos de mis discípulos, Santiago y Juan, para hacerme una petición. Les pregunté lo mismo que al ciego Bartimeo: «¿Qué queréis que haga por vosotros?». ¡Qué diferente fue su respuesta y la de Bartimeo! Los Zebedeos pidieron que les reservase los primeros puestos en mi reino mientras que el ciego pidió: «Maestro, que pueda ver». Pidió recobrar la visión, pero recibió más, tal como mis palabras «Anda, tu fe te ha salvado» dan a entender. El evangelista añade una observación muy aleccionadora: Bartimeo «recobró la vista y me siguió por el camino». Yo venía instruyendo a mis discípulos sobre lo que iba a ocurrir en Jerusalén, pero eran reticentes, no les hacía gracia que el Hijo del hombre, al que habían reconocido como “el Mesías”, fuera despreciado hasta una muerte de cruz y olvidaban que resucitaría al tercer día. No lo veían o no querían verlo. Bartimeo, en cambio, estaba al borde del camino cuando llegué hasta él y, en cuanto recobró la vista, me siguió hacia Jerusalén, afrontando el riesgo de seguir a un hombre que iba a ser perseguido hasta la muerte… Con la vista de sus ojos recibió también la fortaleza para creer en mí y seguirme. ¿No te parece emocionante?
– Y muy sugerente. ¡Cuánto nos enseña Bartimeo y muchos otros, cuyos gritos nos molestan!
– Os enseñan a ser discípulos decididos a proclamar la fe, a traducirla en oración perseverante y confiada, y a liberaros de todo lo que os impide encontraros conmigo.
Pero mirando al reloj de la pared ha añadido: Ya se nos ha echado encima el tiempo, así que llevemos las tazas a la barra y ¡hasta el próximo domingo!