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Apártate que soy un pecador

Pedro Escartín
7 de febrero de 2025

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del V Domingo del tiempo ordinario – C – (09/02/2025)

 

El párroco ha advertido que Dios, cuando quiere confiar a alguien una tarea importante, da a conocer que es él quien envía mediante algún signo de su poder. Este modo de actuar aparece con frecuencia en la Biblia. El evangelio de este domingo (Lc 5, 1- 11) es un ejemplo. Después de recordar aquella memorable jornada de pesca en el lago de Genesaret, he dicho a Jesús acercándole un café:

– Me parece que aquel día apabullaste a Simón y a sus compañeros de faena.

– No pretendí acomplejarlos, sino ofrecerles una señal que les ayudara a descubrir que era el Padre quien les pedía que fueran “pescadores de hombres”. Esta tarea podía parecer demasiado rara a unos pescadores de Galilea -me ha respondido con su taza de café en la mano-.

– No te esfuerces en demostrarlo. La puesta en escena de una pesca tan milagrosa hubiera convencido al más incrédulo -he replicado tomando mi taza de café-.

– No creas -me ha dicho con una sonrisa-. En el capítulo once de su evangelio, Mateo ha conservado una advertencia que reiteré en varias ocasiones: el Evangelio es buena noticia para los sencillos, pero no para los que se consideran salvados por su buen hacer. Por eso, tuve que decir: «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido». Cuando alguien se resiste a creer, los signos no logran convencerlo.

– No fue éste el caso de aquellos pescadores. Habían escuchado la palabra de Dios, que les enseñaste desde la barca de Simón y cuando les dijiste que remasen mar adentro y echasen las redes para pescar siguieron tus deseos al pie de la letra.

– Y no les resultó fácil -me ha interrumpido-. Ellos eran pescadores de profesión, yo no, yo era “el hijo del carpintero” y ¿qué podía saber del arte de la pesca? Además, habían estado toda la noche bregando y no habían cogido nada; ¿cómo iban a pescar a plena luz del día, cuando los peces no acuden a las redes? Simón me lo dijo un tanto perplejo, pero añadió: «Maestro, por tu palabra echaré las redes». Su confianza en mí me emocionó. Ahí tienes un ejemplo palpable de lo que es la fe: confiar más en la palabra de Dios que en las propias convicciones. El resultado fue una pesca tan abundante que las redes se rompían. ¿Te das cuenta de por qué el Reino de los Cielos es de los sencillos y no de los sabios y entendidos?

– Supongo que este signo los preparó para que aceptasen ser “pescadores de hombres”. ¡Así cualquiera te sigue! -le he dicho con desparpajo después de tomar un sorbo de café-.

– Estás equivocado -me ha respondido-. La fe obliga a convertirse y la conversión reclama un profundo cambio de mentalidad. Observa cómo Simón se echó a mis pies allí mismo, en la barca, pidiendo que me apartase de él porque era un pecador. Lo mismo hicieron sus compañeros Santiago y Juan, hijos de Zebedeo. Dejaron todo lo que tenían: su barca, sus redes y su familia, y se vinieron conmigo. Por eso, puse en pie a Simón y le dije: «No temas, desde ahora serás pescador de hombres». Y, a pesar de alguna vacilación y cobardía, ¿quién no la tiene?, me siguió hasta la muerte. Cuando después de mi resurrección le pregunté por tres veces: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?», me dijo casi llorando: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero», y yo le reiteré el encargo: «Apacienta mis ovejas».

Al oír esto le he dicho emocionado: ¡Ayúdame convertirme y seguirte de cerca! Y me he despedido.

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