Ante la pandemia que estamos sufriendo, nunca el hombre se ha sentido tan vulnerable.

Raúl Romero López
25 de mayo de 2020

Salmo 76

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2 Dios se manifiesta en Judá,

su fama es grande en Israel;

3 su tabernáculo está en Jerusalén,

su mirada en Sión.

4 Allí quebró los relámpagos del arco,

el escudo, la espada y la guerra.

5 Tú eres deslumbrante, magnífico,

con montones de botín conquistados.

6 Los valientes duermen su sueño,

y a los guerreros no les responden sus brazos.

7 Con un bramido, oh Dios de Jacob,

inmovilizaste carros y caballos.

8 Tú eres terrible: ¿quién resiste frente a ti

al ímpetu de tu ira?

9 Desde el cielo proclamas la sentencia:

la tierra teme sobrecogida,

10 cuando Dios se pone en pie para juzgar,

para salvar a los humildes de la tierra.

11 La cólera humana tendrá que alabarte,

los que sobrevivan al castigo te rodearán.

12 Haced votos al Señor y cumplidlos,

y traigan los vasallos tributo al Temible:

13 él deja sin aliento a los príncipes

y es temible para los reyes del orbe.

INTRODUCCIÓN.

El salmo celebra el poder devastador que Yavé manifestó en el año 701 contra Senaquerib, rey de Asiria, que acababa de asediar la ciudad santa e increpaba con desdén a todos sus habitantes a que cesaran de ofrecer una resistencia inútil. ¿Qué puede hacer Yavé, Dios insignificante, contra él y sus poderosos reyes triunfadores? Ezequías se vuelve confiadamente hacia Dios e Isaías le comunica la seguridad de la salvación. «Senaquerib, rey de Asiria, levantó el campamento y partió» (2 Re 19). Ese recuerdo quedó grabado en la memoria del pueblo. Dios destruye a los poderosos del mundo y salva a los pobres. Esta confianza de los pobres subirá siempre desde lo profundo de la humanidad, como la protesta contra el orgullo dominante, como un anuncio del juicio de Dios.

¡JERUSALÉN, JERUSALÉN!  (2-3).

Dios ha escogido un centro geográfico para acercarse a los hombres, como ha escogido un pueblo para penetrar en la historia. Desde ese centro, Dios se revela: primero a su pueblo y, por él, a los enemigos de su pueblo, de ahí que Israel haya sabido poner a Jerusalén en «la cumbre de sus alegrías». Todavía hoy, cuando peregrinamos a Tierra Santa y subimos cantando a la ciudad santa, nuestro corazón se encoge y se estremece nuestro ser “al pisar los umbrales de Jerusalén”.

Dios, el quebrantador de las armas de guerra. (v. 4).

«Allí». Según el profeta Ezequiel a la ciudad de Jerusalén se le va a dar un bello nombre: «El Señor está aquí» (Ez 48,35). Dios es el que está en esta ciudad. Hasta ese punto se identifica Jerusalén con su Dios. Cada uno de nosotros podemos contar también con un nombre parecido: el Emanuel, el que está siempre con nosotros, el que nunca nos abandona. Él se hace uno a nuestro lado.  

El Dios que ha decidido habitar en Salén ha roto y seguirá rompiendo los instrumentos de guerra, símbolos de la arrogancia humana. Es como la coronación de sus conquistas, conquistas que llevan a la paz mesiánica, a la paz definitiva. El ser victorioso de Dios no es para la derrota del hombre, sino para la obtención de un hombre salvado, donde todo lo humano puede crecer y vivir. El hombre-lobo ha de dar paso al hombre-hermano.

¡Qué pequeño es el hombre ante Dios! (v.5-7).

Dios es el soberano que vuelve a su capital con un rico botín que ha quitado a los guerreros más valientes.  Dios ha actuado y los enemigos no se han opuesto a esta acción: duermen su sueño, no les responden sus brazos, quedan inmóviles, no resisten.  Toda la caballería queda paralizada al grito del Dios de Jacob, que es el grito de guerra de Yavé.

«El triunfante ardor de aquellos enemigos fue paralizado por una fuerza misteriosa: hombres y caballos cogidos por un invencible entorpecimiento habían perdido en un solo instante, todas sus fuerzas. Incapaces de la más pequeña
acción» (L. Jacquet).

Dios no puede quedar impasible ante las injusticias de los hombres. Lo que más le duele es el sufrimiento de los pobres. (v. 8-10).

Desde el cielo distante Dios domina el universo: es el terrible ante el cual toda la tierra tiembla y se estremece. La ira de Dios se enciende contra el pecador, sobre todo, contra el agresor injusto. Cuando Dios revela su ira en acción aparece como terrible.

Este aspecto se recoge también en el Corán: «Oh hombres teman a su Señor porque su hora será tremenda. Ese día verán a toda mujer que amamanta, olvidar su lactante y toda mujer embarazada, dar a luz el fruto de su vientre y los hombres parecer como ebrios sin serlo; entonces el castigo de Dios aparecerá en toda su dureza» (Corán).

Esta acción de Dios es también obra salvadora. Los enemigos de Dios son los enemigos de los pobres y oprimidos. Éstos, apenas ven levantarse a Dios, saben que la historia está destinada a un cambio.

¿Cómo puede la cólera humana alabar a Dios? (v. 11).

Texto difícil. El P. Schókel da esta interpretación: «Del viejo Israel que un día se partió en Judá e Israel, queda un resto el sagrado resto que continuará la historia y será portador de salvación, sobreviviendo a tantas agresiones y ahora concentrado
en Judá».

Los violentos, con su fuerza, vuelven a levantarse contra el resto inerme. Entonces Dios interviene. Celebra un juicio histórico, dicta sentencia y castiga a los agresores derrotándolos. Los agresores acaban alabándole a su pesar.

Mientras el pueblo de Dios le ofrece sacrificios, los otros pueblos le pagan tributo. (v. 12).

Contando con un defensor tan terrible e irresistible, dueño soberano del destino e incluso de la vida de todos los soberanos de la tierra, los israelitas pueden confiarse con seguridad a él con tal de que sepan agradecer su solicitud mediante el voto
de las ofrendas, de los sacrificios y oraciones. Ésta es la misión de todos los que están a su alrededor: los sacerdotes y los levitas que viven junto a él, en el templo. Todos los demás pueblos, como vasallos, deberán pagarle tributo. Sólo pueden ser libres aquellos que tienen a Dios como Padre.

El hombre es nada si Dios le retira su soplo de vida.v.13

El hombre es un soplo de Dios. (Gn.2,7) Cuando Dios retira ese soplo se hunde en la nada. El hilo de vida está en manos de Dios. Para los malvados es motivo de terror. Pero para los buenos es fuente de serenidad el poder abandonarse a esas manos divinas.

ENSEÑANZA FUNDAMENTAL DE ESTE SALMO:

HAY QUE DEJAR A DIOS SER DIOS

Desde el principio de la creación el hombre ha entrado en conflicto con Dios. El hombre no ha querido aceptar el rol de criatura que le pertenecía. Y quiso ser como Dios: «conocedor del bien y el mal».

Y en eso precisamente consiste el pecado: en no creerle a Dios capaz de ennoblecernos, enriquecernos, hacernos plenamente felices.

El pecado consiste en que el hombre, con el uso y abuso de su libertad, quiere ponerse en lugar de Dios, ocupar el puesto que sólo a Dios le pertenece.

Tener fe es aceptar a Dios como Dios y ponerlo en el centro de la vida. Fiarse de que las cosas con Dios van muy bien: hay paz interior, coherencia, transparencia, luz en el corazón.

El creyente aprende que, cuanto más absoluto y total es Dios, más hombre es el hombre. La realidad plena de la persona humana está en su apertura a Dios como el Absoluto.

Dios ha creado al hombre para volcarse en él, darle su propia vida. Si el hombre se niega a recibir esta vida, poco a poco se va anulando, poco a poco se va destruyendo hasta caer en el vacío total.

En la magistral parábola del Hijo Pródigo, el pecado esencial no está en haber despilfarrado su fortuna con malas mujeres. Está en que ese hijo no le creía a su padre capaz de hacerle feliz. Estaba en casa físicamente pero su corazón estaba fuera. En realidad tuvo que encontrarse consigo mismo, tener la valentía de regresar y quedar perplejo ante el derroche de cariño de su padre. Por muchos años estuvo en casa sin haberlo conocido, incluso teniéndolo como rival de su propia realización
personal.

Cuando el hijo le dejó a Dios ser Dios, le dejó ser Dios-Padre y se dejó querer por Él entonces se acabaron todas las dudas y fue feliz durante toda su vida al poder expresarle su locura del pasado y su agradecimiento en el futuro.

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

Este salmo va más allá de un episodio concreto y se refiere a la lucha de Dios contra las fuerzas del mal que atacan a los hombres, especialmente a los pobres. Es lo que expresó María en el Magníficat: “Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”. (Lc. 1,51-52).

En este salmo aparece un Dios “que camina con su pueblo”. Un Dios que vive sus dramas, participa en su lucha, y quiere llevar al pueblo a la victoria. En estos momentos de oscuridad a causa del “corona-virus” lo peor que nos puede pasar es creer que Dios nos ha abandonado. Sufre con nosotros, llora a nuestro lado y quiere que acabe este mal que tanto daño hace a sus hijos. En estos días celebramos la Resurrección de Cristo, el triunfo definitivo de Cristo sobre la muerte. A él nos agarramos, con Él nos abrazamos y en Él nos fundimos en el Mar Infinito de su amor.

«Para mí, Dios es verdad y amor. Dios es ética y moral; Dios es coraje. Dios es la fuente de la luz, de la vida … es un Dios personal para todos aquellos que necesitan de su presencia personal. Es encarnado para todos los que necesitan de su contacto … Es todas las cosas para todos los hombres. Está en nosotros y más allá y más
arriba de nosotros. Es paciente pero también terrible. Con él la ignorancia no es una excusa. Y, sin embargo, perdona siempre porque siempre nos da la posibilidad de arrepentimos». (Gandhi)

ACTUALIZACIÓN

En este momento en que escribo, miércoles quince de abril del 2020, yo, como miles de personas, llevo más de un mes sin poder salir de casa, sin poder dar un abrazo a mis familiares y amigos, sin haber podido enterrar a un compañero sacerdote. Estoy en una residencia con compañeros de más de ochenta años y en una situación de riesgo. Y me pregunto: ¿Qué está pasando? Está bajando el índice de muertos, pero todavía están cayendo más de quinientos todos los días. ¿Qué ejércitos tan poderosos han entrado en el mundo que tienen en jaque a la humanidad entera? Y la respuesta es que no hay ejércitos, ni caballos, ni armas. ¡Un virus invisible! Independiente de toda ideología o creencia religiosa, deberemos hacernos esta reflexión: ¡Qué pequeño, frágil y vulnerable es el hombre! Este hombre del siglo XXI que se creía saberlo todo, dominarlo todo, controlarlo todo, no ha podido hacer frente a este “enemigo invisible”.  ¿Seguirá el mundo como antes? Esta es la cuestión. ¿Habrá un cambio en nuestra manera de vivir? De nosotros depende. 

En este salmo se le llama a Dios “Quebrantador de armas”. No le pedimos que nos libre de aquellas armas grandes, visibles, de entonces. Que nos libre de esta “arma invisible” terrible y demoledora.

PREGUNTAS.

1.- En el salmo Dios aparece como el Temible. ¿Alguna vez le he tenido miedo a Dios? ¿Tal vez en estas circunstancias que me toca vivir?

2.- Dios aparece en el salmo como el quebrantador de arcos, espadas, e instrumentos de guerra. En mi grupo, ¿sé destruir todo lo que de palabra u obra atenta contra la paz y la unidad de la comunidad?

3.- Con el testimonio de mi vida, ¿sé dar esperanza a tanta gente que vive con miedo y sin el apoyo de la fe?  

ORACIÓN.

«Tú eres deslumbrante, magnífico»

Señor, me encanta ese lenguaje tan preciso y precioso que usan los

salmistas para hablar de ti. Para ellos eres magnífico, estupendo, maravilloso. Si de lo que hay en el corazón habla la lengua, debemos deducir que estos hombres estaban entusiasmados contigo, apasionadamente enamorados de ti. Lamentablemente hoy no se habla de ti de esa manera. Y es que hay demasiada rutina en nuestras vidas, demasiada vulgaridad, demasiada superficialidad. Da la impresión de que hay poca gente que vibre ante tu persona; que quede embobada ante las maravillosas acciones desplegadas en la Creación y en la Historia.

Pero yo, Señor, no quiero ser uno de éstos. Quiero con el salmista
gritar al mundo y decirle que eres estupendo, magnífico, maravilloso. 

«Él deja sin aliento a los príncipes»

Nosotros, Señor, somos barro con un soplo divino. Y tú no quitas nada de lo que nos das. Tú eres el que alientas, el que animas, el que constantemente impulsas a la vida. Pero hay personas que no quieren recibir tu aliento vital y están condenadas al fracaso, a la frustración. Sopla, Señor, con la fuerza de tu espíritu como soplaste un día sobre aquel montón de huesos secos, símbolo de un pueblo sin esperanza.  Reanima en nosotros lo que está muerto o a punto de fenecer. Que nunca nos abandone tu Santo Espíritu.

«Allí quebró el arco, el escudo, la espada y la guerra»

Qué bonita definición de ti da el salmista en este salmo: el quebrantador de arcos y armas de guerra. Tú no dejaste que tu siervo David te construyera el gran Templo. Y diste esta razón: ha derramado mucha sangre.  Por otra parte, qué lindos tus sueños sobre el mundo: «Convertirán sus espadas en arados y sus lanzas en podaderas. No alzará la espada nación contra nación, ni se prepararán para la guerra» (Is 2,4).

Lamentablemente nunca se han cumplido estos sueños. Hoy las
naciones están en guerra. Tu misma nación de Israel está en guerra.
Sé siempre el Dios de la paz.

ORACIÓN EN TIEMPO DE PANDEMIA.

Dios todopoderoso y eterno, refugio
en toda clase de peligro, a quien nos
dirigimos en nuestra angustia; te
pedimos con fe que mires
compasivamente nuestra aflicción,
concede descanso eterno a los que
han muerto por la pandemia del
«corona-virus», consuela a los que
lloran, sana a los enfermos, da paz a
los moribundos, fuerza a los
trabajadores sanitarios, sabiduría a
nuestros gobernantes y valentía para
llegar a todos con amor, glorificando
juntos tu santo nombre. Por JNS.
Amén.

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