Hoy comenzamos el tiempo de Adviento, tiempo de esperanza. “Cómo se pasa el tiempo, pronto Navidades y un nuevo año”, suele ser una expresión habitual en especial en este día. Pero esta rapidez no es para todos igual, los que están atravesando por dificultades de cualquier tipo, se les hace largo el paso de las horas, los días, llegar a final de mes. Pensemos en los que está sufriendo los desastres de la Dana en nuestro país, de los que sufren la guerra, de los que tienen que migrar, de los marginados.
Por todo ello, vemos que la esperanza es una necesidad. No es un deseo vacío, hueco, que solemos expresar en este tiempo. Toca estar al lado del hermano necesitado, acompañar al que nos tiende la mano. El “Dios con nosotros” que se hace hombre, nos llama a que abramos caminos de esperanza allí donde nos necesiten, porque nos ha convertido a cada uno de nosotros en fuente de esperanza.
Descubrimos signos de esta esperanza en la bondad de lo creado, en la generosidad del corazón de las personas, en la capacidad que tenemos para relacionarnos con los demás, en el cuidado que Dios tiene con cada uno de nosotros y de todo lo creado, en el perdón. Son dones que Dios siembra en nuestro interior para que les hagamos crecer y los pongamos al servicio de los demás. El don más grande es su propio Hijo hecho hombre, que nos redime dando su vida en la Cruz, certeza de que Dios está con nosotros.
Tiempo de espera, de preparación para coger al Señor, ¿cómo hacerlo? En primer lugar, desde la vigilancia, en palabras del Papa Francisco “el Adviento nos llama a estar vigilantes, a no ser distraídos, porque no sabemos cuándo vendrá el Señor. Es un tiempo para levantar la mirada, para abrir el corazón y prepararnos para acoger al Señor”. En estos días hay mucho ruido en el exterior, muchas cosas que quieren captar nuestra atención. Sabemos que “una sola es importante” la escucha de Jesús, que nadie, ni nada nos lo impidan.
Preparemos el Adviento desde la humildad, como Juan Bautista, como San José, como María. Es en el corazón humilde en el que se encarna Cristo. La humildad no es pasividad, sino centrarnos en lo importante, acoger a Cristo que pasa junto a nosotros en todas las personas que nos tienen su mano para que les ayudemos.
Preparemos el Adviento desde la conversión, es decir, apartar de nuestra vida lo que nos impide recorrer el camino de la fe, lo que nos impide ver al hermano junto a nosotros; quitar lo que no nos deja sufrir con el que sufre. Buscar la conversión del corazón para ser libres.
Prepararnos desde la alegría, porque creemos en la cercanía de Jesús, en que su amor está siempre con nosotros, en que nunca nos abandona.
Tengamos siempre esa actitud positiva del que sabe que el Señor nunca nos falla y nos salvará. Escuchemos en nuestro interior la invitación de Jesús para este tiempo “levantaos, alza la cabeza se acerca a vuestra liberación”.