Este es el lema con el que la iglesia celebra el día 25 de marzo la Jornada por la Vida. Es una celebración de alegría y de esperanza. Sin duda que esto serían los sentimientos con los que nuestra madre María afrontó el tiempo de espera desde la Encarnación al nacimiento de Jesús.
Nuestro Dios, por amor infinito al hombre, se hace uno de nosotros para traernos la salvación, revelándonos de esta manera lo que somos para Dios, sus hijos queridos y por tanto, toda vida humana es fruto del amor de Dios y expresión de ese amor. Cada vida, cada persona somos una luz de esperanza para los demás, por eso abrazar la vida es construir esperanza, pues a través de ella nos va a llegar el amor de Dios y va a ser fuente de fraternidad y progreso.
Cuanto más débil sea una vida, antes de nacer o al final de sus días, mayor debe ser nuestro esfuerzo por cuidarla y protegerla. El papa Francisco en la Bula de convocatoria del año jubilar nos proponía unos cuantos signos de esperanza, como deseos para alcanzar durante este año jubilar. Uno de ellos nos decía, “mirar el futuro con esperanza también equivale a tener una visión de la vida llena de entusiasmo para compartir con los demás” (9).
La vida es un don de Dios y por tanto su sentido pleno, lo alcanza, siendo para Dios a través del amor a Él y a todas las criaturas. “Cada persona ha sido creada por amor y para amar” subraya los obispos en el mensaje para la celebración de esta jornada, en el que también nos recuerdan las palabras de San Agustín que nos ayudan a entender el fin de nuestra vida: “nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en ti” (Confesiones 11).
Continuando con la reflexión del Papa Francisco, “sin embargo, debemos constatar con tristeza que en muchas situaciones falta esta perspectiva, (ver la vida llena de entusiasmo). La primera consecuencia de ello es la pérdida del deseo de transmitir vida” (9). Como signo, que lo demuestra es la disminución de la natalidad, el envejecimiento de nuestra sociedad. Son muestras de una falta de esperanza que necesita la gracia de Dios para que redima el corazón de las personas. La realidad del aborto es la cara más dramática de esta falta de esperanza, de la lejanía de Dios, de la presencia del pecado.
Tenemos que rezar para que el Señor mueva nuestros corazones, para que “se garantice el bienestar de las madres proporcionando el apoyo necesario para que puedan vivir su maternidad” (mensajes de los obispos). Pedimos, por iniciativa del Papa, para que “se produzca una alianza social para la esperanza, que sea inclusiva y no ideológica y que trabaje por un porvenir que se caracterice por la sonrisa de muchos niños y niñas que vendrán a llenar las tantas cunas vacías que ya hay en numerosas partes del mundo” (9)
Que María Nuestra Madre, en esta fiesta de la Encarnación, nos ayuda a mantener nuestra esperanza y a mover los corazones de todos para cuidar y proteger todas las vidas.