A Dios no hay que ir con los “puños cerrados” en plan de exigencia sino con las «manos abiertas» en plan de indigencia

Raúl Romero López
6 de septiembre de 2021

Salmo 143

1 Señor, escucha mi oración,

tú, que eres fiel, atiende a mi súplica;

tú, que eres justo, escúchame.

2 No llames a juicio a tu siervo,

pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti.

3 El enemigo me persigue a muerte,

empuja mi vida al sepulcro,

me confina a las tinieblas

como a los muertos ya olvidados.

4 Mi aliento desfallece,

mi corazón dentro de mí está yerto.

5 Recuerdo los tiempos antiguos,

medito todas tus acciones,

considero las obras de tus manos

6 y extiendo mis brazos hacia ti:

tengo sed de ti como tierra reseca.

7 Escúchame en seguida, Señor,

que me falta el aliento.

No me escondas tu rostro,

igual que a los que bajan a la fosa.

8 En la mañana hazme escuchar tu gracia,

ya que confío en ti.

Indícame el camino que he de seguir,

pues levanto mi alma a ti.

9 Líbrame del enemigo, Señor,

que me refugio en ti.

10 Enséñame a cumplir tu voluntad,

ya que tú eres mi Dios.

Tu espíritu, que es bueno,

me guíe por tierra llana.

11 Por tu nombre, Señor, consérvame vivo;

por tu clemencia, sácame de la angustia;

12 por tu gracia, destruye a mis enemigos,

aniquila a todos los que me acosan,

que siervo tuyo soy.

INTRODUCCIÓN

Un hombre, perseguido violentamente, se pone bajo la protección de Dios, a fin de que lo libre de sus perseguidores. “El orante se halla en peligro de ser condenado a muerte: un castigo que sus enemigos quieren que caiga sobre él” (H. Schmilt).  

El salmista, para motivar su petición, acude a los diversos atributos divinos: La fidelidad y la justicia, que impiden dejar de socorrer a sus fieles (v. 1). La bondad, que incita a Dios a hacer el bien y a guiar a sus criaturas por una tierra llana (v. 10). La majestad, que le obliga, por el honor de su nombre, a no dejar que triunfen sus enemigos (v. 11). La misericordia, que inclina a Dios a ser condescendiente con sus pobres criaturas (v. 2). A diferencia de lo que sucede en otros salmos similares, el salmista no hace una declaración de su propia inocencia, sino que reconoce su condición de pecador y la imposibilidad de obtener la salvación sin el auxilio de la divina misericordia.

Según la mayoría de los autores, éste es el séptimo y último de los llamados salmos penitenciales (los otros seis son los siguientes: 6, 32, 38, 51, 102, 130).

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO

No hay que buscar justificaciones ante Dios. Nos reconozcamos pecadores y Él hará lo demás (v.1-2).

El salmista es un hombre creyente que tiene necesidad de estar con Dios, de hablarle, de abrirle su corazón. Como se siente pecador no puede apelar a sus méritos; por eso le pide a Dios que use de misericordia con él. El salmista ha elegido el auténtico camino: aceptar su situación pecadora sin buscar justificaciones. El que nos justifica, es decir, nos hace justos, es Dios. La grandeza del hombre consiste en poner su debilidad y su miseria delante de aquel que sabe que le ama.

Lo que el enemigo desearía es empujarme hasta el sepulcro; pero Dios me salva de la muerte. ¡Qué bueno es tener a Dios como amigo!  (v. 3).

La persecución del enemigo es a muerte. Y para ello usa de dos símbolos: el polvo y la sombra. Para el símbolo del polvo la traducción original tiene más fuerza: Aplasta mi vida contra el suelo. Me pulveriza. Para la imagen de la sombra hay que tener presente que, en el antiguo Oriente, las cárceles eran, con frecuencia, unos hoyos o pozos abiertos en el suelo, donde no entraba la luz. El salmista se ve en la antesala de la muerte.

Alguna vez en la vida, hemos dicho: ¡Ya no puedo más! (v.4).

El salmista, en el versículo anterior, ha hablado de dos símbolos externos. Ahora se mira a sí mismo y observa que el aliento, signo de la vida, ha perdido su vigor y el corazón no hace sentir sus latidos. Conclusión: el salmista está en una situación extrema. Ya no puede más.

Es bueno recordar nuestras raíces (v.5)

El salmista, en medio de la noche, va a descubrir una luz al acordarse de la historia de su pueblo. La misma Palabra de Dios aconseja este tipo de recuerdo: “Fijaos en las generaciones pretéritas: ¿quién confió en el Señor y quedó defraudado? ¿quién esperó en él y quedó abandonado? ¿quién gritó a él y no fue escuchado?” (Sir 2,10).

Por otra parte, el israelita contempla la historia no como agua pasada, sino como agua que está siempre fluyendo. El Dios que actuó en el pasado sigue actuando ahora en el presente. “El israelita cree que los tiempos anteriores son datos del presente, mientras que nosotros pensamos que son un pasado que queda ya a nuestras espaldas” (H. W. Wolf).

El hambriento se acuerda del pan y el sediento del agua. Y el hombre “como tierra reseca” ¿Se acuerda de su Dios? (v.6)

El salmista ora con los brazos extendidos. Quiere tender un puente hacia el cielo para poder elevar hasta Dios sus propios sentimientos. Como la tierra reseca está pidiendo a gritos el agua, así el orante anhela vivamente la ayuda de Yavé.

La búsqueda, la inquietud, el deseo, el anhelo son elementos fundamentales en toda auténtica oración. Cuando estos elementos desaparecen, la oración se vuelve monótona y rutinaria.

Al hombre de fe, cuando le falta Dios, siente que le falta el aliento (v.7).

El salmista tiene prisa. Dios tiene mucho tiempo por delante, pero el salmista sabe que son cortos los días del hombre sobre la tierra. Hacer brillar el rostro de Dios es signo de su presencia. Ocultar el rostro es signo de su ausencia. Notemos con qué fuerza habla de Dios el salmista. Él es su aliento y su vida. Cuando Dios no está presente le falta el aliento y se hunde en la fosa. Para el salmista Dios no es un pensamiento, una teoría, una hipótesis razonable. Dios es su vida. Vivir es estar con Dios y morir es estar privado de Dios. Lo más grave que nos puede pasar es no sentir la ausencia de Dios en nuestra vida.

Es muy bueno rezar por la mañana, ya que Dios es el gran madrugador (v 8).

La mañana es la hora en la que la luz vence a las tinieblas; hora en que la luz de la gracia vence la oscuridad en la que ha estado envuelta el alma del salmista. En la mañana Dios se hace presente en el templo y se da sentencia de absolución al que ha sido acusado inocentemente.

Para los cristianos la mañana evoca el tiempo en que Cristo Resucitado llenó el mundo de luz: “En la clara mañana tu sagrada luz se difunde como una gracia nueva”. Con una gran confianza el salmista pide a Dios que le guíe, que le enseñe el camino para no volver a sus tristes andanzas. H. Gunkel piensa que aquí “en lugar de la espontánea confianza en sí mismo, aparece el sentimiento de lo desvalido que se es para el bien”.

De cualquier manera, el salmista se ha topado con su propia impotencia y, para salir de su desgracia, necesita levantar su alma a Dios.

El espíritu del hombre es limitado, se cansa, se agota. Por eso necesitamos que nos guie el Espíritu de Dios (v.10).

Cumplir la voluntad de Dios siempre ha sido la norma suprema de una auténtica vida de fe. Pero el cumplimiento fiel de la voluntad de Dios es difícil. El salmista ha sabido unir este cumplimiento con una entrega personal a él. “Tú eres mi Dios”. Sólo las personas que se aman buscan agradarse. Los santos, esos hombres y mujeres que han estado perdidamente enamorados de Dios, han cumplido su voluntad en todo.

“Tu espíritu, que es bueno”. Parece que hay una contraposición entre el espíritu de Dios, que es bueno, y el espíritu del hombre, incapaz de obrar el bien.

El espíritu del hombre está agotado, cansado. El espíritu de Dios es siempre nuevo y joven. Nunca se cansa de obrar el bien. Este espíritu me guía por tierra llana, es decir, por una tierra sin tropiezos ni obstáculos. En realidad, una vida espiritual no es ni más ni menos que una vida guiada y conducida por el Espíritu de Dios.

El hombre es criatura limitada, caduca. Sólo Dios nos puede conservar siempre “vivos” (v.11).

Dios es el Dios de la vida. “Por tu nombre” significa por el honor de tu nombre. Dios apuesta por la vida del hombre, por la conservación de esa vida. Dios es el amigo de la vida.

Desde una perspectiva cristiana podemos decir que Cristo murió para que tuviéramos vida y vida en abundancia. Cristo Resucitado es el Viviente, el que tiene poder para enrolarnos a todos en una corriente de vida eterna.

Ojalá que sepamos afirmar como el salmista: “Siervo tuyo soy” (v.12).

En el salmo no sólo se pide la liberación de la propia angustia personal, sino la liberación de los enemigos, de la acción maléfica del exterior. En el fondo lo que se está pidiendo a Dios es la total y progresiva liberación del hombre, por dentro y por fuera. “Siervo tuyo soy”. El salmista, al final, quiere poner su firma de identidad. Soy tu siervo. Tú eres mi Dios y yo quiero ser feliz sirviéndote.

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

“Dios no mandó su Hijo al mundo para condenarlo sino para salvarlo” (Jn. 3,16).

“No hay proporción entre el delito y el don; si por el delito de uno solo murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios , y el don otorgado en virtud de un hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos” (Ro. 5,15).

“Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Ro. 5,20).

“Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias,9ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Ro. 8,37-39).

“Solamente quien acepta sus propios límites intelectuales y morales y se reconoce necesitado de salvación puede abrirse a la fe y, en la fe, encontrar en Cristo a su Redentor” (Juan Pablo II).

“Jesucristo se da prisa en buscar a la centésima oveja que se había perdido… ¡Maravillosa condescendencia de Dios que así busca al hombre! ¡Dignidad grande la del hombre así buscado por Dios!” (San Bernardo).

“En la tarde de la vida yo apareceré delante de ti con las manos vacías… Yo no te pido, Señor, que cuentes mis obras… Todas nuestras justicias tienen manchas ante tus ojos. Yo quiero revestirme de vuestra propia Justicia y recibir de vuestro amor la posesión eterna de vos mismo, mi Bien amado”. (Santa Teresita).

ACTUALIZACIÓN

Nueva justicia.

Durante mucho tiempo los cristianos hemos vivido con miedos, con sobresaltos, con preocupación sobre nuestra salvación. Y es que no habíamos entendido algo que es fundamental: que la “Justicia de Dios” nada tiene que ver con la justicia de los hombres.

En este mundo un juez es bueno cuando, detectado el delito, castiga al culpable. Así ejerce su justicia. Pero la justicia de Dios en la Biblia es “Justicia salvífica”. Es decir, es el amor desbordante de Dios por el cual nos justifica, nos hace justos.

Lo que el hombre debe hacer es no tratar de justificarse a sí mismo, es decir, como hace este salmo, nos reconocemos pecadores y confesamos, con humildad, nuestros errores.

El fariseo de la parábola se creía “justo”. Se justificaba a sí mismo. No necesitaba que Jesús le justificara. Y salió del templo con los mismos pecados de antes más un nuevo pecado de soberbia.

El publicano, (pecador público) sólo decía: Ten piedad de mí, Señor, que soy un pecador. Y salió “justificado”, es decir, justo, bueno, santo.

A Dios podemos ir de dos maneras: por las buenas o por las malas. Por las malas cuando vamos a Él, como el fariseo, en plan de “exigencia”. Exigimos que Dios nos pague por nuestras obras. ¡Camino equivocado! O por las buenas, como el publicano, en plan de “indigencia”. Nos ponemos delante de Dios como indigentes pecadores. ¡Camino acertado.

A Dios no hay que ir con los puños cerrados, sino con las manos abiertas.

PREGUNTAS

1.- ¿Qué actitud adopto ante mi vida pecadora? ¿Trato de justificarme? ¿O más bien me abandono a la misericordia de Dios?

2.- Todo pecado conlleva un aspecto social, comunitario. ¿Soy consciente de que mis pecados entorpecen el desarrollo de una auténtica vida de comunión? ¿Acostumbro a pedir perdón a mi comunidad o grupo cristiano al que pertenezco?

3. Al salmista, cuando le falta Dios, le falta el aliento, le falta la vida. ¿Sé contagiar a los demás un Dios existencial?

ORACIÓN

“En la mañana hazme escuchar tu gracia”

Señor, me encanta la mañana. Me gusta bañarme de luz nueva, respirar un aire fresco y limpio, oír cantar a los pájaros anunciando un nuevo día. Cada día que nace me traslada al día primero de la creación en el que todo era nuevo y transparente. Todavía no había pasado la acción del hombre ensuciando y contaminando este hermoso planeta llamado Tierra.

La mañana me invita a nacer de nuevo, a quedar admirado ante tus maravillas en una oración de adoración y acción de gracias. La mañana me invita a estrenar. Estrenar la ilusión, estrenar el amor, estrenar la vida, estrenar la fe. Haz, Señor, que mi fe no se quede vieja ni rancia, que siempre tenga sabor a nueva.

“Enséñame a cumplir tu voluntad, ya que tú eres mi Dios”

Señor, cuando tú vivías entre nosotros, el cumplimiento de la voluntad del Padre era tu comida y tu bebida. Nada ni nadie te podía desviar de ese camino que tú habías elegido. En la mañana y en la tarde, de día y de noche, el dar gusto a tu Padre era tu ocupación y tu preocupación; tu tarea, tu oficio, tu locura, tu obsesión. Enséñame, Señor, a cumplir la voluntad del Padre en todo. En lo bueno y en lo malo; cuando las cosas me salen bien y cuando me salen torcidas; en los días que me toca reír y en los que me toca llorar; haz que sepa ponerme en manos del Padre. Yo sé que él no puede querer nada malo para mí.

“Tu espíritu, que es bueno, me guíe por tierra llana”

Señor, tengo dudas, a veces estoy aturdido, no sé por dónde caminar. Yo te pido que me des tu propio Espíritu: el Espíritu de luz y claridad; el Espíritu que te empujaba a la oración en una experiencia de intimidad con el Padre; el Espíritu que te ayudaba a superar las tensiones y dificultades de cada día; el Espíritu que se derramaba en tu corazón y lo llenaba de afecto y de ternura; el Espíritu que dejaste a tu Iglesia en el día de Pentecostés. Que tu Espíritu, Señor, me haga bueno, amable, cariñoso, desinteresado. Que tu Espíritu me ilumine, me aliente, me abrase en amor a ti y a los hermanos.

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