Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo XXIII del tiempo ordinario.
Si alguno de los que le seguían confiaba en que Jesús sería el rey que los iba a conducir a la prosperidad y a verse libres de los romanos, el evangelio de hoy (Lc 14, 25-33) enfrió sus expectativas. Aquella conversación debió caer como un jarro de agua fría, pienso yo…
– Tú no me engañas -me ha dicho nada más vernos-. También hoy traes algo que no te ha gustado. ¿Ha sido lo que ha dicho el cura la homilía?
– No; ha sido lo que has dicho tú. Pareces empeñado en ahuyentar a la gente que te sigue -he respondido con los cafés en la mano-. Con tan duras renuncias no harás muchos amigos…
– ¿No es mejor dejar las cosas claras desde el principio? -me ha dicho sin perder la calma-. Antes de que yo manifestara las consecuencias que comporta el seguirme, conté aquella parábola de los invitados al banquete, que se excusaron uno tras otro…
– Sí; la he leído en el evangelio de san Lucas (14, 15-24). La contaste delante de los fariseos que estaban comiendo contigo y con el que te había invitado -he interrumpido, cogiendo mi taza de café en las manos-; otro episodio de falta de tacto por tu parte.
– Pero fue uno de los comensales el que me puso los dedos en la boca, cuando dijo pomposamente: “¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!” -me ha replicado sonriendo-. Pensé que, ante una afirmación tan solemne, tenía que desengañarlos: el Reino de Dios no es una copia de los reinos de este mundo y yo no iba a ser el líder que les liberaría de los romanos. Tenía que decir claramente que el Reino de Dios y su justicia comporta un estilo de vida que algunos no están dispuestos a aceptar.
– Ya veo que no sabes nadar y guardar la ropa –he dicho meneando la cabeza y tomando otro sorbo de café–. Tú, al pan le llamas pan y al vino, vino, como dice la gente de nuestros pueblos; no sirves para político…
– Tampoco he pretendido serlo -me ha cortado-. Aunque la política debería ser otra cosa, si quiere servir a la gente, sobre todo a la gente honesta y pobre; con la doblez, la mentira y el guardar las apariencias, el político sólo logra hacer daño al pueblo y engañarse a sí mismo, porque es la verdad la que os hace libres.
– Así que quien quiera seguirte ha de tentarse la ropa y prepararse a renunciar a muchas cosas valiosas -he concluido jugando con la cucharilla entre los dedos-.
– Yo no dije “renunciar”, sino “posponer” -me ha corregido levantando su taza-. No pretendo que renunciéis a querer y cuidar a vuestras familias, sino a que no las pongáis como excusa para no entregaros al Reino de Dios en cuerpo y alma. Los que no acudieron al banquete tenían excusas más o menos razonables y las antepusieron a la invitación. ¿Quiénes son los personajes de la parábola? El que invita es el Padre, el banquete es su Reino y los invitados, todos vosotros. Quienes se excusaron dieron a entender que sus “legítimas” ocupaciones les importaban más que el participar en el Reino. Y, cuando dije: «Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío», no pretendí añadir un peso adicional a las dificultades y sufrimientos que la vida lleva consigo, sino que os invité a vivir las alegrías y angustias de cada día con el estilo del Reino de Dios: aceptando gustosos que «se haga la voluntad del Padre así en la tierra como en el cielo» y confiando en que entonces la tierra será un cielo.
— ¿Por eso concluiste con dos parábolas que invitan a echar cuentas antes de seguirte?
– A ti, ¿qué te parece? Pero no olvides que lo que está en juego es que sea Dios o el Maligno quien reine en este mundo -ha dicho dando por concluida la tertulia-.