Un taller de oración

Pedro Escartín
25 de julio de 2022

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo XVII del tiempo ordinario.

Ahora se llama “taller” a lo que antes se consideraba enseñanza: lo normal era que el maestro enseñase a sus alumnos el lenguaje y la mejor forma de utilizarlo; ahora se dice que se dispone de un taller de expresión, de declamación u oratoria, y nos quedamos tan ufanos. En esto iba pensando a propósito de las lecturas de la Misa de hoy, rumbo a la cafetería y, en cuanto he podido hablar, he soltado con algo de sorna:

– Sin avisar, hoy nos habéis metido en un “taller de oración”.

– ¿Por qué lo dices? -me ha respondido Jesús con gesto perplejo-.

– ¡Hombre! -he exclamado con cara de sorpresa-. Tu Espíritu, en la primera lectura (Gen 18, 20-32) nos ha recordado aquel delicioso regateo de Abrahán, con el que consiguió que el Padre rebajase el número de inocentes que debía encontrar para no destruir a Sodoma y, en el evangelio (Lc 11, 1-13), tú enseñaste a los discípulos una oración que nunca se nos cae de los labios…; ¿no puedo llamar “taller de oración” a todo esto?

Mientras yo hablaba, Jesús ha tomado un sorbo de café con evidente regusto y me ha dicho:

– Bueno; si te gusta llamar “taller” a lo que fue una enseñanza elemental, no discutiremos por ello. Lo que ocurrió fue más sencillo: los discípulos me vieron hablar con el Padre, que esto es orar, y quedaron tan encantados que uno de ellos dijo en voz alta: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos», y yo les enseñé el “Padre nuestro”…

– Y añadiste un par de parábolas y una recomendación -le he recordado.

– Naturalmente -me ha respondido con una mirada cándida y tomando la taza en sus manos-. ¿Ves este café? Si te lo tomas con prisa, de un solo trago, no lo saborearás ni podrás apreciar su aroma. Con la oración ocurre algo parecido: si te limitas a recitar unas palabras, te saben a poco y puede que te resulten monótonas; pero si saboreas cada palabra como quien siente la necesidad de decirla con el corazón, producen paz y confianza. ¿Sabes por qué hay gente que deja de orar?

– ¿Por qué? -he preguntado lleno de curiosidad-.

– Pues porque se ponen a rezar sin haber arrinconado primero esa autosuficiencia que impide reconocer que necesitan a Dios. Están tan satisfechos consigo mismos que no piden, ni buscan, ni llaman; tienen bastante con “sus” dineros, “sus” amistades, “su” saber… Por eso, añadí dos parábolas después del “Padre nuestro”: una para poner de manifiesto la insistencia con la que pide el que siente verdadera necesidad, y otra para recordaros que, si vosotros «sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan».

– O sea -he concluido apurando mi café-: que, cuando rezamos, hemos de empezar por sentir que necesitamos al Padre y, además, hemos de ser insistentes y constantes en pedir y buscar, y sobre todo hemos de tener confianza en que Dios nos escucha…

– Sin olvidarte de saborear las palabras con las que hablas al Padre y convencerte de que te dará lo que necesitas, aunque tal vez no sea exactamente lo mismo que le pides.  

– Me parece que, sin quererlo, hemos montado un “taller de oración” mientras tomábamos el café de esta mañana -he dicho recogiendo mis cosas antes de irme-. Supongo que, como aprendiz, tendré que pagar.

– No -me ha dicho sonriendo-, que el café va por cuenta del empleador.

Este artículo se ha leído 48 veces.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Compartir
WhatsApp
Email
Facebook
X (Twitter)
LinkedIn

Noticias relacionadas