Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del domingo II de Adviento – A –
La figura de Juan el Bautista, que domina una parte significativa del Adviento, resulta inquietante. En el evangelio de hoy (Mt 3, 1-12), Juan insiste en la necesidad de convertirnos; pero además llama «raza de víboras» a los fariseos y saduceos, y anuncia que con el que está a punto de llegar «el árbol que no da fruto será talado». Tengo la impresión de que el modo de hablar de Juan, ratificado con su austeridad en el comer y vestir, lo hacían poco atractivo…
– Hoy estoy perplejo -he dicho a Jesús a modo de saludo-. Me parece que tu precursor se hacía antipático y, sin embargo, mucha gente acudía a él y tu dijiste que era «el mayor de los nacidos de mujer». Era todo lo contrario a lo que ahora llaman “marketing religioso”.
– Supongo que te refieres a Juan Bautista -me ha respondido mientras llevaba los cafés a la mesa-. Juan fue un hombre honesto y fiel, y su mensaje era de esperanza, aunque el mensajero no te caiga bien y su mensaje te parezca otra cosa.
– Explícame cómo y por qué -le he contestado abriendo las manos-. Juan quería que cogieras el bieldo en la mano para aventar la parva y que quemases la paja en una hoguera que no se apaga. Menos mal que no te ajustaste a sus predicciones y nos dejaste el mensaje de la misericordia del Padre…
– Querido amigo -me ha dicho mirándome a los ojos-. ¿Por qué te pones en guardia en cuanto oyes hablar de rectificar vuestros caminos errados? Juan Bautista anunció lo que nadie se había atrevido a asegurar: que aquel reinado de Dios, que Isaías había anunciado varios siglos antes, estaba llegando. Isaías lo describió con unas imágenes muy atrevidas; recuerda la primera lectura de este domingo (Is 11, 1-10): en los tiempos del Mesías, «habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea». Estas imágenes ¿no son un mensaje de esperanza?
Debieron serlo para las gentes de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán que acudieron a él para confesar sus pecados y ser bautizados con agua ratificando así su arrepentimiento. ¿No crees que sus palabras generaban expectación y esperanza?
– O sea -he añadido después de escucharle atentamente-: que el Reino de Dios no llega gratis, sino que hay que pagar un peaje: hay que rectificar…
– Me parece que sigues sin entender. ¿Qué hay más gratuito que ese perdón del Padre, que proporciona vida eterna a todo el que cree en mí? Pero no olvides que creer significa confiar en que mis palabras dan vida y, naturalmente, hay que tomarlas en serio; no vale decir: “Señor, creo en ti” y luego buscar la efímera felicidad que ofrece el mundo y que, además, es una felicidad que se apoya en el egoísmo -me ha explicado con una sonrisa que animaba a confiar en sus palabras-. Con medias tintas y egoísmos encubiertos nunca será posible la paz, nunca se logrará que cohabiten el lobo y el cordero…
– Perdona -le he dicho bajando la mirada hacia el suelo conforme escuchaba sus palabras-. Me he pasado en mis apreciaciones sobre el amor gratuito del Padre. La prueba de su gratuidad es que te tengo aquí delante de mí, entregado hasta el extremo y enviado por Él para que tengamos vida. Reconozco que Juan fue un hombre honesto y nunca se aprovechó de la expectación que levantaban sus palabras y su vida…
– Cierto -ha ratificado apurando su café que seguramente ya se había enfriado-. Juan reconoció: «Yo os bautizo con agua, pero el que viene detrás de mí os bautizará con Espíritu Santo y no merezco ni llevarle las sandalias». Sólo la buena gente es así de sincera.
Luego se ha levantado y me ha recordado que ya era hora de marcharnos.