El sacerdote diocesano don Leszek Ryszard Pach murió en su Polonia natal el domingo 30 de diciembre de 2018. En el año 2000, pasó seis meses en Zaragoza, perfeccionando el español para ir como misionero a Hispanoamérica. En 2008, regresó a España y fue nombrado párroco de Escatrón, Cinco Olivas y Sástago, haciéndose cargo además, en dos periodos, de la parroquia de Alborge. El día 30 de junio de 2017 se le encomendaron las parroquias de Mequinenza y Fayón. Y en Mequinenza vivió su enfermedad -el cáncer-, hasta que el 20 de noviembre pasado se trasladó a Polonia para pasar las últimas semanas de su vida mortal junto a su familia. El sacerdote diocesano misionero Eduardo Roca, natural de Mequinenza describe en esta ‘Semblanza de un cura de pueblo’ las vivencias que conserva de su trato con Leszek:
Poco antes de volverme a África, en noviembre, Leszek me dijo que si quería estar en Dios, que entonces me acercase a María, porque ella es el corazón de Dios. Él así lo había sentido mientras en el hospital los médicos concluían que le quedaba poco tiempo, y que el cáncer se lo acabaría llevando.
Leszek reía siempre. Su sentido del humor era una marca suya, una de las más importantes. Y su sonrisa era además contagiosa, limpia, capaz de hacerte sentir bien al instante. Yo estoy seguro de que Leszek debía su sonrisa a esa fuente de alegría interior que había descubierto…
En el mensaje que le envié sin saber todavía que estaba ya tan enfermo y que ya no leyó, le decía que él me había encendido una pasión por María que yo tenía un poco apagada. Una de las frases que más me repitió fue: la Virgen es poderosa, vamos a pedírselo a ella. Y su convicción y su emoción al hablar de la Virgen no te dejaban indiferente.
Fue poco el tiempo que conviví con él, sólo dos meses. Pero al final, una gran amistad se había tejido entre nosotros, una relación y una comunión de las que no pueden desaparecer sencillamente. Sólo algo hecho por Dios puede explicarlo. En esos pocos días juntos, él supo toda mi vida y yo la suya, una comunicación muy intensa se creó entre nosotros sin que realmente lo pretendiésemos. Para alguien tan enfermo y a quien le quedaba tan poco tiempo, nunca vi a Leszek centrado en si mismo, sino siempre hacia los demás… pero era muy consciente de que su tiempo era poco, y que todo lo que estaba viviendo era ya algo regalado, cada segundo más, un tiempo de Dios. Puedo verle riéndose mientras decía, «esto del cáncer ha sido volver al seminario…».
El tiempo ya no era para Leszek una cantidad que se sucede sino una experiencia de calidad de vida y ésta dependía de las relaciones auténticas y sinceras con los demás. En medio de su vulnerabilidad era capaz de aguantar la tensión de la misa y la oración parroquial, aunque le doliese todo o no pudiese respirar… y además acogía a todo el que llegase a la sacristía, en una actitud descentrada, «ya fuera de sí mismo», por una caridad que para él era una naturaleza.
Rapidamente conocí a sus amigos y él a los míos, y los vínculos se hacían fuertes entre todos, y esa red maravillosa de la amistad se expandía, desde el cariño, la oración y la solicitud por el otro…
Después de saber que ya no está entre nosotros, sentí que la comunión que él creó sigue tan fuerte como antes, y algo me dice por dentro que no he de encontrarme solo aun en la lejanía de África.
Leszek se ha ido pero yo todavía estoy ofreciendo las misas que él me dio, conocedor de la misión y de las muchas necesidades que tenemos los misioneros. Durante los dos meses que convivimos, concelebramos en casi todas las celebraciones litúrgicas de mi pueblo, donde él era el párroco. Me pidió que predicase casi todas las veces… cada dia, Leszek se metía más dentro de mí, cada día ocupaba un espacio mayor en mi interior, aunque yo no sé cómo lo hacía, y los últimos días de mi estancia su enfermedad me preocupaba tanto como la de un hermano querido.
Cuando, este domingo, me dijeron, algunas horas después que Leszek había muerto, lloré. Necesité aislarme y rezar un tiempo. Estaba en un encuentro con jóvenes cristianos y musulmanes y preparábamos juntos la marcha por la paz del día 1 de enero por expreso deseo del obispo. Todos comprendieron al instante que algo doloroso acababa de suceder. Cuando regresé y comuniqué lo sucedido un joven musulmán rezó : «Dios lo tiene ahora en su infinita misericordia».
Me hubiese gustado hacer dos cosas que no hicimos juntos : ir a Lourdes y a Polonia. Eran deseos que manifestamos en tan poco tiempo y que no pudimos realizar. Si Dios me lo permite, haré esos viajes yo solo o con un amigo para recordar a Leszek, aunque no haga falta, porque yo no soy la misma persona después de haberlo conocido, y no es posible olvidarlo.
De esa red maravillosa que es la amistad algunos nudos se van sumergiendo en las aguas profundas del misterio de Dios, luego seguirán otros, y otros… hasta que Dios la levante de nuevo llena de esos peces que necesitan librarse de la oscuridad profunda, y entonces comprendamos el sentido más verdadero de nuestras vidas.
A Leszek le conté mi vocación, cómo la mano de María estuvo un tiempo encima de mi y me sacó de la muerte… pero ahora entiendo que Leszek estuvo en la mano de nuestra Madre, desde siempre, y que ella nunca le dejó de su lado.
Cuando le regalé la imagen que me dio nuestro amigo Antonio para él, la imagen de María abrazando a Juan Pablo II, me pareció que lo acababa de comprender todo… que ya nada importaba fuera de aquel abrazo.
Pasó haciendo el bien, dejando un rastro de ternura de Dios, afianzando en la amistad a los que tuvimos el regalo de conocerle. Leszek conoció a mi madre y a mi familia antes que a mi, me confesó que rezó para que pudiese conocerme a mí también y que la enfermedad no se lo impidiese. Y ese había sido otro de los dones de la Virgen para él…
Un hombre de fe, un hombre bueno.
Un sacerdote ejemplar con el deseo verdadero de ser santo, ese deseo que transparentaba y nunca le abandonó.
Un sacerdote con el secreto de María,
Me gustaría poder ponerme su sotana… aunque fuese sólo una parte. Y ser merecedor de una parte de su espíritu, y que ya no me abandone.
Ya no puedo decirle que no se vaya, pero puedo pedirle que ahora derrame algo de la compasión de Dios sobre mi humilde vida y mi pobre ministerio.
Con amor y fe,
Presbítero Eduardo A. Roca