Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del II domingo después de Navidad
Este domingo después del de la Sagrada Familia y antes de la Epifanía o de los Reyes Magos, como decimos coloquialmente en nuestra tierra, es como un eco de la Navidad; por eso, la liturgia nos ha ofrecido el mismo texto evangélico que el día Navidad (Jn 1, 1-18). Se trata del prólogo que Juan escribió en su Evangelio: «En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra era Dios…» Es un himno a Jesucristo, empapado de amor, sorpresa y sabiduría teológica, que recitaban los primeros cristianos. Esta erudición no es de mi cosecha, sino de las explicaciones del párroco en la homilía. ¿Cómo le sentó a Jesús el ser calificado como Palabra?
– Pues muy bien -me ha respondido en cuanto se lo he preguntado-. Ten presente que la “palabra” identifica a los seres dotados de inteligencia y libertad; por medio de ella os “decís” el amor y “creáis” comunión y vida. Así que me supo a gloria el que los primeros cristianos me identificasen como “Palabra del Padre”.
Enzarzados entre saludos y preguntas, hemos pedido los cafés y nos hemos acomodado en una mesa vacía.
– Pero éste es un himno largo y complejo, en el que tampoco quedan bien parados tus coetáneos -he reaccionado después del tomar el primer sorbo de café-.
– ¡Siempre viendo la botella medio vacía! -ha exclamado en tono conciliador-. Es cierto, y me sigue entristeciendo que el mundo, «que se hizo por medio de la Palabra», no me conozca, y que los de mi casa no me reciban, pero ¿recuerdas lo que el himno dice a continuación?
– Sí, lo recuerdo -he añadido, recitando apresuradamente-: «Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios».
– No te pares -ha dicho levantando la mano- y no corras tanto. ¿Por qué no reparas en esa frase y la que sigue: «Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios»? No se trata de unas frases hechas ni de palabras vaciadas de verdad, como tantas veces hacéis vosotros devaluando con ello el don de la palabra; son la “Palabra” que el Padre ha pronunciado, cargada de vida y de verdad. No lo olvides nunca: al creer en mí, el Padre os toma como hijos suyos, os impulsa para que logréis dar un salto maravilloso que os permite alcanzar el nivel de lo sobrenatural, os equipa para que paséis por este mundo haciendo el bien, curando a los que se encuentran heridos por el mal y sirviendo a todos, «como el Hijo del Hombre que no ha venido a ser servido, sino a servir y dar la vida». Esto es lo que yo hice y dije como Palabra viviente del Padre.
Mientras le escuchaba, miraba las tazas de café que permanecían casi intactas sobre la mesa, y Jesús ha proseguido en tono de confidencia:
– No te sientas mal, que no te estoy regañando; sólo pretendo que caigas en la cuenta de qué es lo esencial, porque con frecuencia os perdéis en el laberinto de los intereses mezquinos a los que tanta prioridad concede el mundo, y ya sabes lo que dice ese prólogo de Juan: «la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió».
– Y bien que agradezco tus observaciones. ¿Qué sería de nosotros sin estos toques de atención? ¿Qué sería de nosotros, si no hubieseis decidido tú y el Padre meterte en un cuerpo de carne y hueso y plantar tu tienda de campaña entre las nuestras? -me he sincerado, satisfecho por haber sido capaz de expresar lo que siento, aunque no siempre encuentro el modo de decirlo-. ¡Déjalo, que hoy pago yo, pues aún estamos en Navidad!