Flash sobre el Evangelio del VI Domingo de Pascua (09/05/2021)
El evangelio de hoy (Jn 15, 9-17) nos ha transmitido lo que Jesús dijo a sus discípulos después de explicarles la alegoría de la vid y los sarmientos, del domingo pasado. Hoy les ha dicho: «Vosotros sois mis amigos». Iba pensando en esta declaración de amistad cuando me he topado con Jesús en la puerta de la cafetería:
– ¡Buen domingo, amigo! -le he dicho con cara de fiesta-.
– ¡Hola, amigo, ya veo que estás contento! -me ha dicho sonriendo con satisfacción-.
– Pues sí. Lo que hoy has dicho en el Evangelio es para alegrarse y sentirse confiado.
– ¡Cuánto me consuela que lo hayas entendido! Dime, ¿qué palabras mías han tocado tu corazón? -me ha preguntado al acomodarnos en una mesa con los cafés en la mano-.
– Bien las sabes tú, pero te las repetiré por darte gusto. Me ha encantado oírte decir que no tienes secretos con nosotros, porque somos tus amigos, y que todo lo que has oído a tu Padre nos lo has dado a conocer.
– Efectivamente; es lo que hace un buen amigo. Los amigos somos amigos porque nos queremos, nos apoyamos, tenemos gustos parecidos y, sobre todo, porque entre nosotros hay confianza y no hay secretos. ¿Por qué te pones serio ahora?
– Porque nosotros no siempre somos buenos amigos tuyos. ¡Bien lo sabes! Confías en nosotros más de lo que nosotros confiamos en ti.
– Tampoco pensáis y actuáis siempre igual que yo -ha añadido sin una pizca de rencor-. Por eso, me veo obligado a contradeciros en algunas ocasiones, aunque bien sabes que lo hago para que no os dejéis atrapar por el Maligno, que, como escribió mi apóstol Pedro, anda siempre rondando buscando a quien devorar.
– Y, aun así, sigues siendo amigo nuestro -he reconocido apesadumbrado-.
– ¡Pues claro! Os conozco y, sin embargo, «no sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure», a pesar de vuestros fallos. Esto último no lo escribió el evangelista, pero es verdad.
– ¡Cuánto me consuelan tus palabras! -he dicho tomando un sorbo de café antes de que se enfriase del todo, pues me estaba quedando embobado con la taza en la mano-.
– Mira, yo no sé hacer otra cosa que lo que he visto a mi Padre. Él hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis sólo a los que os aman, ¿qué hacéis de particular? ¿No hace eso mismo también mucha gente en este mundo? Para mi Padre, valéis más que los pájaros y las flores, y, si cuida de ellos, ¿cómo no va a cuidarse de vosotros y no va a estar dispuesto a perdonaros? Siempre está esperando que vuelva el hijo que se fue de casa dando un portazo, y, si vuelve, hace una fiesta, como os anuncié con la parábola del padre bueno. Por cierto, no sé por qué la llamáis “del hijo pródigo”, cuando el verdadero protagonista es el padre, que espera y perdona.
– Porque acostumbramos a fijarnos más en lo malo que en lo bueno.
– Será por eso también por lo que el hijo mayor no quería entrar en casa y participar en la fiesta, porque no le gustaba que el padre hubiera perdonado a su hermano; pero así, se cerraba a sí mismo la puerta del perdón.
– ¡Y de la felicidad! -he añadido mirando el reloj y despidiéndome-.