Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

Una vida más sencilla

4 de octubre de 2023

                Cuando uno lee sin anteojos ideológicos, se puede encontrar en revistas a las que nunca se suscribiría, aunque fueran gratuitas, auténticas perlas humanas, religiosas, cristianas. Eso me ha pasado a mí con este artículo de una revista que envían gratuitamente y que enviaban a un compañero que ya descansa en la paz del Padre. No sé si esta revista (MISIÓN, se llama) llega a muchas manos. Así que me voy a permitir esta semana copiar y difundir esta perlita que me ha gustado un montón.

“Primero vivimos en un pisito en el barrio madrileño de Lavapiés. Tenía una única habitación y en ella solo cabía una cama de 1,35 pegada a la pared y una caja que hacía las veces de mesilla. Nació nuestro primer hijo y, meses después, nos mudamos a otro pido, esta vez de dos habitaciones. Fue un avance importante: ya cabía una cama de 1,50 y mesillas a ambos lados. La familia fue creciendo y se sucedieron las mudanzas.

Tras quince años de matrimonio hemos vivido en seis casas. Más hijos, algunas habitaciones más… pero, sobre todo más y más cosas.

Escribo estas líneas rodeada de nuevo por decenas de cajas. Hace solo unos días nos volvimos a mudar. Y en el reto de meter una vida en cajas, una se da cuenta de que vivimos en sobreabundancia de objetos. Incluso después de deshacernos de todo lo que parecía prescindible, siento que seguimos acumulando demasiado. La proporción del desastre podría ser esta: por cada objeto que consigo sacar fuera de casa, los niños meten otros seis. Y generalmente son ese tipo de chuminaditas inclasificables que ni una organización profesional podría categorizar.

Pero el problema no son solamente ellos. Reconozco que, en mi caso, tengo algunos agujeros negros, como son los libros o la ropa que les va quedando pequeña a los niños y que voy guardando para el siguiente. En estas cosas, como en casi todas, suele haber una búsqueda de seguridad.

Atesoramos por miedo; por la incertidumbre que nos genera necesitar algo en el futuro y no tenerlo a mano (eso si lo encontramos, claro), pero también por apegos a veces desordenados o incluso por una falsa sensación de ahorro. Las cosas ocupan espacio, necesitamos casas más grandes para guardarlas, y también ocupan mucho tiempo para mantenerlas, limpiarlas y, por supuesto, encontrarlas. Cuando el cuidado de las cosas nos roba el tiempo para el cuidado de las personas, he aquí que tenemos un problema.

Es por eso por lo que me parece tan interesante el estilo de vida minimalista. No hablo de reducir nuestras pertenencias a una mesa y un colchón […], sino más bien de encontrar el equilibrio justo para que la ocupación por los objetos materiales no nos lleve a despreocuparnos o mal-ocuparnos de las personas y de Dios. Se trata de llevar una vida más sencilla y sin excesos, con el objetivo de zafarnos de lo irrelevante para centrarnos en lo verdaderamente importante. “No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen […]. Amontonaos más bien los tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan […] porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6,19-21)

Esta vida más sencilla en la que me gustaría embarcarme (y contagiar, si es posible, a mi familia) no consiste en vivir sin cosas; puesto que estas nos son útiles, dan color a nuestra vida y algunas se convierten incluso en esas ‘cosas queridas’ (así las llama Byung.Chul Han) que nos aportan sentido de permanencias y nos vinculan a personas o a una historia frente a la extendida cultura de lo desechable.

Un minimalismo con tono cristiano supone despojarnos de las ataduras materiales (y también de tanto ruido digital y ocupaciones banales) que nos desvían de nuestro camino de santidad. Es entrar en la confianza en la providencia, en no preocuparse por qué comeremos o vestiremos mañana, en alejarnos de la inercia consumista y en no atesorar más tesoros que aquellos que dan vida eterna. Es desapegarnos de lo irrelevante para apegarnos más a Dios, tener más tiempo para Él y para las personas a las que estamos llamados a amar y servir.

Miro la pila de cajas sin abrir: “¿Y si las despacho todas?”, me reto. No. Aún no. Quizá haya todavía alguna cosa querida por ahí”.

                ¡Qué bien termina su reflexión nuestra amiga Isis! Quizá todavía queda algo querido por ahí. Y, claro, le hacemos un hueco en alguna caja ya atiborrada. ¡El tener! ¡El poseer! ¡Cuánto nos tientan y cómo les obedecemos! Leamos las frases que he subrayado en negrita. Quizá nos despierten un poquito. Aunque no sea más que un poquito. Poquito. Por algo se empieza.

                Se camina mejor, se vive mejor ‘ligeros de equipaje’ (A. Machado). Si no lo creemos, leamos, por favor, al Maestro. No nos atreveremos a llevarle la contraria, aunque en la práctica podemos no hacerle mucho caso. Encontramos al Maestro en Mt 6,19-34: No atesorar. O Dios o el Dinero. No os agobiéis. Mirad los pájaros del cielo. Los paganos se afanan por esas cosas

                Gracias a Dios (nunca mejor dicho), esas frases son del Jesús verdadero. Otros, hacemos lo que podemos, ¿no es así?


[1] Para el título y el tema, cfr. Isis Barajas. UNA VIDA MÁS SENCILLA. Revista ‘MISIÓN’. Madrid. Sept-Nov 2023, Pág. 30. La forma negrita es mía.

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