Opinión

Carmen Herrando

Una monja prodigiosa

7 de abril de 2019

A quien esto escribe no le gusta nada “dar jabón”; mucho menos, adular, elogiar más de la cuenta o “soltar” meros cumplidos. Y no voy a hacer tal cosa. Sin embargo, esta vez me brota muy desde dentro una acción de gracias especial. Va dirigida a una persona que, tras casi dos años en la diócesis (no sé si me equivoco o acierto con este dato, pero es poco relevante), parte ahora a otra misión, y nunca mejor dicho, porque se va a África.

Me refiero -algunos habrán adivinado- a una religiosa Esclava de Cristo Rey, la Hermana Almudena, que acaba de dejar la comunidad de Esclavas que viven y trabajan en la Casa de ejercicios Quinta Julieta, porque ha sido enviada por sus superioras a fundar una casa de ejercicios nada menos que en Tanzania; será la primera fundación en África que lleva a cabo la congregación.

Con una gran discreción, pero al mismo tiempo con cierta “mano de hierro” -y enseguida me explicaré, no vayan a pensar que estoy apuntando hacia alguien como la señora Thatcher-, la hermana Almudena, una joven que aún no ha cumplido los treinta -¡atención al dato, que no es asunto menor!-, nos ha acompañado a muchas personas durante este su tiempo zaragozano. Con una sólida formación teológica y humana, con un verdadero don para el acompañamiento espiritual, y con una sabiduría que sólo de una auténtica vida de fe puede ser fruto, esta religiosa, mujer entregada desde la plena asunción de su donación a Cristo en la Iglesia, es una de las personas más íntegras que he conocido.

Tuve la oportunidad, que pronto habría de tornarse en dicha, de hacer ejercicios en la Quinta Julieta bajo su dirección, y puedo asegurar que es una de las cosas más importantes que me han sucedido. Fue duro, todo hay que decirlo, y de ahí viene lo de su “mano de hierro” porque, en efecto, no le tiembla el pulso al orientar y conducir los adentros de las personas a las que dirige en experiencias de este tenor, pero raramente he encontrado tal firmeza al lado de una sutileza que no podía sino recordarme el esprit de finesse al que se refería el señor Pascal. Sabiduría y delicadeza, pero también contundencia, la de esta joven religiosa, mujer, sin embargo, muy del tiempo de hoy, que no deja de ser y saberse persona del presente y arraigada, a la vez, en una tradición de siglos, cuya riqueza conoce y sabe transmitir admirablemente.

Jóvenes como Almudena son la esperanza de la Iglesia, me atrevo a decir. Jóvenes formadas, que viven con gran fidelidad y alegría la llamada del Señor Jesús a vivir en su Evangelio (en y desde él, para transmitir la Buena Nueva a todos). Cuando abandoné la Quinta Julieta a finales de junio del año pasado, tras aquella dura “ejercitación”, hablé a muchas personas con entusiasmo de la “monja prodigiosa”; y a algún sacerdote llegué a expresarle que Almudena podía dar ejercicios a sacerdotes, a obispos… hasta al mismo Papa.

Algunos me miraban con esa expresión simpática, pero no exenta de retranca, a la que una ya se viene acostumbrando, y que suele querer decir algo como “ya sale ésta otra vez con una de sus cadaunadas” (no olviden los lectores que de esta expresión se servía don Miguel de Unamuno…). Sin embargo, cuál no sería mi alegría cuando el domingo pasado, en una Misa seguida de un cordial piscolabis, sencilla celebración de despedida de la hermana Almudena, un sacerdote allí presente me dijo que él se disponía a hacer ejercicios guiado por ella, pero que, claro, ahora ya no podría ser.

Y no se trata de alegrarse por ver confirmadas las intuiciones de una, sino por el hecho de que una persona de autoridad en estos temas confirmase esta apreciación sobre la sabiduría de esta querida hermana que se nos va a África, a acompañar, pasado un tiempo, claro, a no pocos tanzanos en estas aventuras espirituales -las más importantes de la vida-, y a hacerlo, además, en suajili…

Gracias, querida hermana Almudena. Gracias a tu familia, a las Esclavas de Cristo Rey; gracias al Señor y a la Virgen por haberte traído a Zaragoza estos últimos años. Aunque seguimos en comunión -estamos “en casa”, seguimos “en casa”, como decía el sacerdote en la Eucaristía de despedida-, quienes te hemos conocido te vamos a recordar con verdadera alegría de la de los adentros, y te encomendamos en tu nueva misión evangelizadora. Los caminos de Dios son ciertamente insondables. Y una servidora va a seguir rezando por la “monja prodigiosa”…

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