El título es una de esas felices expresiones que salen de la boca del Papa Francisco y que todos podemos entender a la primera. Frases sencillas, de andar por casa, pero que suponen una reflexión anterior en el silencio y en la contemplación de uno mismo y del ser humano. En esta ocasión, refleja una de esas situaciones muy frecuentes en nosotros: andamos muy volcados al exterior y poco centrados en nuestro interior. Lo dijo el Papa en su homilía del pasado 25 de octubre de esta manera:
“Es importante saber qué pasa dentro de nosotros. Es importante vivir un poco dentro, y no dejar que nuestra alma sea una calle por donde pasan todos. “¿Y eso cómo se hace, Padre?”. Antes de acabar la jornada, toma dos o tres minutos: ¿qué ha pasado hoy de importante dentro de mí? “Oh, sí, he tenido un poco de odio y he criticado; he hecho aquella obra de caridad…”. ¿Quién te ha ayudado a hacer esas cosas, tanto las malas como las buenas? Hacernos esas preguntas para saber lo que pasa dentro de nosotros. A veces, con esa alma chismosa que todos tenemos, sabemos lo que pasa en el barrio, lo que pasa en la casa de los vecinos, pero no sabemos lo que pasa dentro de nosotros”.
Quizás sea esta una de las situaciones más frecuentes entre los seres humanos: dejarnos influenciar por lo que y los que nos rodean y no entrar tanto dentro de nosotros mismos para pensar, reflexionar y decidir qué hacemos de modo personal y responsable. Para llegar a tener nuestra propia opinión y una actuación de acuerdo con nuestras convicciones.
Hemos de estar ‘en la calle’ para conocer la realidad que nos rodea. ‘La calle’, la vida compartida, la necesitamos para no encerrarnos en nosotros mismos y para que el interior no se nos llene de telarañas o solo tenga dentro viento y aire. Vacío. Irresponsabilidad.
Además, no solo estamos ‘en la calle’, sino que ‘somos calle’: por nosotros pasan todos con los que nos relacionamos y todo lo que sucede a nuestro alrededor. Es imposible y absolutamente negativo no ser esa calle por la que discurre la vida y el viento que posibilita que nuestra existencia sea humana, hecha de relaciones imprescindibles.
Lo que vivimos, palpamos y sentimos en la calle ha de pasar por el filtro del propio discernimiento para poder tomar decisiones bien pensadas y no simplemente arrastradas por la dirección del viento. Si no damos este segundo paso -la reflexión-, aportaremos poco o más bien nada de positivo a nuestro entorno y a nuestro mundo. No llegaremos a ser, por otra parte, personas conscientes de nuestra dignidad y de nuestra responsabilidad.
Bien entendido, es verdad que estamos llamados a ser esa ‘calle por donde pasan todos’. Pero no esa calle en la que ‘se quedan todos’, adueñándose de nuestra vida, de nuestra responsabilidad. Cuando dejamos que se queden todos en nuestra calle personal, también les dejamos el dominio sobre nuestra propia existencia arrastrados por la fuerza del ambiente. Podemos llegar a ser muñecos de guiñol manejados al antojo y propio interés por los dueños del poder, del dinero, de los medios de comunicación… o de cualquiera que domine las redes sociales.
Estamos convocados de nuevo a unas Elecciones Generales. La calle por la que pasamos todos está cansada y harta del proceder de nuestros políticos. Esa calle nos está diciendo que nuestros políticos nos han castigado a votar para paliar su incompetencia.
La calle que somos cada uno de nosotros está llamada -estamos llamados- una vez más a ser una calle responsable que, vistos los vientos que nos azotan, debe actuar responsablemente a la hora de depositar el voto. ¿Difícil? Probablemente. Ciertamente. Pero hay que tomar una decisión, aunque sea con las narices apretadas. Pero siempre con los ojos abiertos y actuando la responsabilidad
Estamos convocados a cambiar el ruido y la apariencia de la calle por la que caminamos. Y a poner en su lugar la seriedad del propio corazón de la calle que somos cada uno para no ser víctimas del viento más fuerte o que más ruido mete atacando a los contrincantes políticos.
Porque, ciertamente, pensemos lo que pensemos cada uno, unas elecciones generales es uno de los momentos donde se recupera la soberanía popular vulnerada. De ahí que, si como ciudadanos demócratas, no salimos a votar, la amenaza a la democracia somos todos y cada uno. Así podremos ser ‘calle por donde pasan todos’, pero no -repito- esa calle en la que ‘se quedan todos’, adueñándose de nuestra vida, de nuestra responsabilidad.