“Sara Mesa explica cómo la caridad es el monstruo que nos hace sentirnos buenas personas” (El País. 21 ENE 2019).
De esta manera se resalta en titular un comentario al libro Silencio administrativo. La pobreza en el laberinto burocrático cuya autora es Sara Mesa. En él desarrolla con ejemplos cómo la burocracia oficial complica y complica la necesaria ayuda a los pobres.
No he leído el libro. Por el comentario que lo presenta parece interesante y denunciador. Pero el titular del periódico me llamó la atención. La caridad, ¿monstruo? ¿De verdad?
Ciertamente la caridad no mola en muchos ambientes. Creo que con cierta razón. Los pobres no necesitan obras de caridad, sino de justicia, se dice, decimos. Y es verdad. “Se debe reconocer que en esta argumentación hay algo de verdad, pero también bastantes errores”, escribió Benedicto XVI.
Por otra parte, hemos actuado con ciertas prácticas como si la caridad sustituyera a la justicia. Según este modo de actuar: “Las obras de caridad -la limosna- serían en realidad un modo para que los ricos eludan la instauración de la justicia y acallen su conciencia, conservando su propia posición social y despojando a los pobres de sus derechos”. También lo escribió Benedicto XVI en ‘Dios es Amor’. Pero, claro, este modo de pensar y de actuar no es la caridad. Y si lo entendemos así, que la caridad sustituya a la justicia, igual llamarla monstruo no sería tan exagerado.
Pero esto no es la caridad, aunque algunos lo sigan entendiendo así en muchos ambientes sociales o culturales.
Porque la palabra ‘caridad’ podríamos traducirla por ‘dar el corazón’. Y entonces nos vamos acercando más al significado real no solo de la palabra ‘caridad’, sino de las obras que surgen de esa palabra convertida en vida. Y que no se identifica ni directa ni primeramente con la limosna. Aunque la limosna, que es un modo de compartir ante necesidades que no pueden esperar, es necesaria todavía, precisamente porque no hay justicia.
Todos tenemos la obligación y la tarea de trabajar para que la justicia esté cada vez más presente en nuestro mundo. Y cierto que falta mucho. Bueno, más que mucho. Además, también “es cierto que una norma fundamental del Estado debe ser perseguir la justicia y que el objetivo de un orden social justo es garantizar a cada uno su parte de los bienes comunes”. De nuevo, Benedicto XVI.
Pero, la ‘justicia más justa’ –hablamos de la justicia social, no de la que juzga delitos, aunque también- puede convertirse en justicia a medias o directamente en justicia sin alma, cuando le falta caridad, es decir, amor.
Benedicto XVI lo dice mejor que yo: “El amor -caritas- siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo… Porque el hombre, más allá de la justicia, tiene y tendrá siempre necesidad de amor”.
Porque la caridad da, primero de todo, el corazón. Un amor concreto al prójimo concreto o lejano. La caridad es un corazón que mira, que no pasa de largo.
Y si “un monstruo anda suelto”, ese monstruo que da el corazón, no lo detengamos, por favor. Puede estar al lado de tu casa, a pie de calle.