Opinión

Carmen Herrando

Un caso para detenernos

2 de junio de 2019

Ha sonado mucho estos días en los medios el caso de Vincent Lambert, ciudadano francés de 42 años, enfermo tetrapléjico y en estado de coma desde 2008 a causa de un accidente. A petición de algunos de sus familiares (su mujer y otros), los jueces de la región francesa donde vive Vincent decidieron que se le dejase de proporcionar alimento e hidratación y que se iniciara una sedación lenta para que no le afectasen mucho las consecuencias de la desnutrición a la que iba a ser sometido. Pero los padres de Vincent recurrieron esta orden judicial y un alto tribunal de París de mayor competencia les dio la razón y ordenó una semana después, el pasado 20 de mayo, reanudar la alimentación y la hidratación. No era la primera vez que la justicia francesa ordenaba “parar el tratamiento” en este paciente, pues en 2013 sucedió lo mismo: un tribunal regional decidía detener el soporte vital, y otra instancia judicial superior ordenaba reemprenderlo. El caso es muy complejo y está siendo controvertido en Francia, donde ha llegado a intervenir el mismo Gobierno.

Pero no es esta una cuestión de detención y reanudación del tratamiento. No nos confundamos. Lo que está en juego en este caso es mucho más elemental que un tratamiento médico, pues se trata de algo ligado de raíz a la humanidad (la esencia humana) del paciente, y a la humanidad (valor moral, y por lo tanto humanizador) de las personas que le atienden y acompañan, y no es otra cosa que el deber básico y principal de alimentar a las personas, es decir, de proporcionar comida y bebida a nuestros semejantes necesitados de ellas. ¿A qué paciente en un hospital se le va a negar el alimento y el agua? La cuestión se entiende pronto si nos ponemos en una de las tareas cotidianas de los auxiliares de enfermería. Estos profesionales sanitarios, cada día, en la planta del hospital donde trabajan, son los encargados de distribuir las bandejas de comida entre los pacientes. Las auxiliares, además, ayudan a comer a quienes lo necesitan, bien porque no estén acompañados, bien porque necesiten algún tipo especial de alimentación o de administración de la misma: comida triturada, alimentación por sonda nasogástrica o estomacal con ayuda de una jeringa, pongamos por caso. Las auxiliares ayudan de manera especial a los pacientes discapacitados, si los hay, sobre todo si se da el caso de que estén solos, porque es evidente la dificultad de estos pacientes para comer sin ayuda. ¿Alguna auxiliar se negaría a dar de comer a un paciente? ¿Alguna se negaría a ayudar a comer a un discapacitado? ¿Por qué razón, pues, iban a dejar de dar de comer y de beber a alguien como Vincent, llegado el caso? ¿No se trata de un enfermo más de la planta? ¿No es, además, un enfermo con una discapacidad mucho más incapacitante, puesto que se trata de un caso de discapacidad extrema?

La parte de la familia de Vincent que pide que se deje de darle comida y bebida, apela a la ley de voluntades anticipadas (directives anticipées) vigente en Francia desde 2005, y lamenta que Vincent no acudiese a un documento de este tipo para expresar lo que hubiera querido que hicieran con él en caso de hallarse en un estado similar al que padece. Pero tampoco es una cuestión de voluntades anticipadas. No estamos ante una decisión de un paciente, sino ante la ejecución de unos cuidados mínimos (higiene, alimentación e hidratación) que no se pueden negar a ningún ser humano, pues constituyen una obligación moral ineludible hacia él por parte, no sólo de las personas a las que la sociedad encarga de su cuidado, sino también de esta misma sociedad, que tiene el deber de ser justa y equitativa con quienes la constituyen. Es una cuestión de respeto a la dignidad de la persona, al carácter sagrado de toda vida humana. Esta dignidad consiste en reconocer el valor absoluto de cada ser humano y obrar en consecuencia.

Todas las grandes culturas reconocen el valor de la vida. Los antiguos egipcios decían que un alma no quedaba justificada tras su muerte, si no podía afirmar que no había dejado pasar hambre a nadie. El caso de Vincent Lambert apela al reconocimiento de la vida humana por encima de otras formas de vida. Y en él se añade el mayor respeto debido a las vidas más desvalidas, a las más vulnerables.

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