Flash sobre el Evangelio del VI domingo del tiempo ordinario (14/02/2021)
El cura ha recordado que, con este evangelio, se cierra un ciclo; el próximo será ya el primer domingo de Cuaresma. Pero hoy el evangelista culmina la presentación de Jesús como evangelizador del reinado de Dios curando a un leproso (Mc 1, 40-45). La narración me ha impresionado y, en cuanto nos hemos acomodado, he preguntado a Jesús con algo de retintín:
-¿Por qué tocaste al leproso, si sabías que estaba prohibido?
-No me lo reproches -me ha respondido-. Ya sabía que en Israel, desde los tiempos del libro del Levítico, ni se podía tocar a los leprosos ni éstos podían acercarse a la gente; el libro de Job los describía como “primogénitos de la muerte”. Sus conocimientos sobre la enfermedad no daban entonces para más y lo único que sabían hacer para evitar los contagios era aquel drástico e inhumano aislamiento: vivir en descampado y, si se acercaba alguien, gritar: “¡Leproso, soy leproso!” ¡Ése sí que era un “confinamiento perimetral” verdaderamente penoso! La lepra era la mayor barrera social; en lo que se refiere a la medicina y a la sensibilidad social, algo habéis avanzado.
-Pero en esta ocasión, tanto el leproso como tú os saltasteis las reglas…
-Es verdad, aunque fue imprescindible. El pobre hombre se me acercó con aquella fe convencida que manifestaba en su súplica: “Si quieres, puedes limpiarme”. ¿Cómo no iba a sentir lástima de él? Además, yo debía hacer aún otro gesto para anunciar que, en el reinado de Dios, será superada toda marginación.
-Ya lo entiendo -le he interrumpido-. Con la expulsión de los demonios, anunciabas libertad interior para no seguir atados al atractivo del mal; con la curación de la suegra de Pedro y de otros muchos enfermos, señalabas que era posible superar la debilidad que produce nuestra frágil condición humana; con la curación del paralítico anunciabas el perdón de los pecados, que tanto nos paralizan para hacer el bien…
-¡Exacto! Y aún faltaba echar fuera de vuestra vida aquella marginación, que causa más dolor que la misma enfermedad, aunque bien que os resistís a eliminarla. Como dice mi Vicario, el papa Francisco, la “cultura del descarte” campa todavía por sus respetos en esta tierra. Hoy en día se puede curar o minimizar los efectos de la lepra y de otras enfermedades, pero, habiendo alimentos suficientes, aún hay millones de mujeres, niños y hombres que pasan hambre todos los días. Lo recordáis hoy con la campaña contra el hambre, que hace más de sesenta años pusieron en marcha unas buenas y valerosas mujeres, a las que estoy muy agradecido.
-Todo sería distinto si siguieras haciendo ahora los milagros que entonces hiciste -me he atrevido a provocar con una pizca de torcida intención-.
-Y, entonces, nada cambiaría en vuestras vidas. Seguiríais disputándoos los milagros como si fueran una lotería. ¿Por qué piensas que le encargué severamente al leproso que no dijera a nadie lo que le había ocurrido? Ya lo hablamos el domingo pasado: no soy un curandero que busca el aplauso; quiero discípulos responsables, capaces de hacer el bien aunque les cueste, y no marionetas movidas por los hilos del egoísmo que el Maligno siempre sabe cómo manejar. Yo me he solidarizado con vosotros incluso en el dolor, la marginación y la muerte para que os convenzáis de que el Espíritu os hace capaces de ser “hombres nuevos”.
-Aún nos queda tela por cortar -he murmurado mientras me levantaba para pagar-.
Pero el camarero me ha dicho mirando de reojo a la mesa de al lado: “Está pagado”