Opinión

Pedro Escartín

Un café con Jesús. Jesús se marchó a Galilea

22 de enero de 2021

Flash sobre el Evangelio del III domingo del tiempo ordinario (24/01/2021)

Nos ha dicho el párroco que, con el Evangelio de san Marcos (Mc 1, 14-20), entramos de lleno en aquellos tres cortos años que duró la “vida pública” de Jesús. Cuando Juan el Bautista fue arrestado, víctima de su honestidad y amor por la verdad, Jesús se marchó a Galilea y empezó a predicar. El oír que se marchó a Galilea me ha provocado una pregunta; así que nada más saludarnos, la he soltado:

– ¿Por qué te fuiste a Galilea? ¿Tenías miedo a que Herodes te arrestara como a Juan?

Jesús ha suspirado mientras recogía los cafés, me ha mirado a los ojos y me ha dicho:

– No es lo que estás pensando. Mi predicación tenía que marcar una diferencia con la del Bautista: él insistía en la amenaza del castigo divino, yo debía poner de manifiesto que la soberanía de Dios como padre compasivo y salvador -lo que el Evangelio llama “reino de Dios”- comenzaba a ser realidad. ¿Dónde mejor que Galilea para que la buena gente captase el cambio? Los de Judea y Jerusalén estaban demasiado apegados a las antiguas tradiciones.

– Es verdad -he reconocido-. Eran como el Jonás de la primera lectura de este domingo.

– ¿De dónde has sacado eso?

– ¿Tú me lo preguntas? Bien sabes que Jonás no quiso ir a Nínive en primera instancia, porque, como él mismo confesó después, si iba, si predicaba y se convertían, Dios les perdonaría; por eso se embarcó hacia Tarsis, lejos del rostro de Yahvé, aunque terminó en Nínive porque Dios lo llevó hasta allí en el vientre de la ballena, no porque él quisiera ir…

– Ya veo que estás bien informado -me ha dicho sonriendo-. Jonás tenía algo de esa “mala sangre” que atribuís a la gente que no sabe perdonar: predicó a los ninivitas, se convirtieron y mi Padre les perdonó; pero en la primera lectura no se ha leído todo el episodio. Dios perdonó a los ninivitas y esto sentó muy mal a Jonás; él quería que les cayese el peso de la justicia divina tal como amenazaba la clase dirigente de Jerusalén. Por eso era más fácil que en Galilea acogieran el mensaje de la misericordia del Padre, aunque los fariseos y doctores de la Ley ya se encargaron de confundir a la gente con sus constantes diatribas.

– Pero tú también comenzaste la predicación diciendo: «Convertíos y creed en el Evangelio».

– Efectivamente, porque al que anda perdido hay que señalarle el camino y, si no cambia de rumbo y se queda donde está, seguirá inevitablemente perdido. Debéis permitir que Dios sea Dios y romper con vuestra cerrazón, debéis abandonar la autosuficiencia y vivir la vida como un regalo del Padre. Sin este cambio, nada ni nadie os puede salvar; esto quería decir cuando proclamé: «Convertíos», y, al mismo tiempo, «creed en el Evangelio»: creed que Dios os quiere y os ofrece lo mejor para vosotros. No es lo mismo cambiar por miedo que cambiar porque uno se siente amado.

– Tienes razón. En Galilea encontraste desde el principio gentes que dieron crédito a tus palabras y confiaron en que les decías la verdad.

– Como aquellos hermanos pescadores: Simón y Andrés, y los Zebedeos: Juan y Santiago. Fueron capaces de dejar todo lo que tenían: las redes, su familia, los jornaleros…, y se vinieron conmigo. No eran perfectos y alguna vez vacilaban, pero tuvieron el coraje de seguirme.

– Eso es lo que ahora nos cuesta tanto, aunque quienes se deciden dicen que son felices.

– Y lo son, porque yo doy el ciento por uno, -concluyó al despedirnos-.

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