Flash sobre el Evangelio del I domingo de Cuaresma (21/02/2021)
Al escuchar el evangelio de este primer domingo de Cuaresma (Mc 1, 12-15), me ha sorprendido que el evangelista dijera que «el Espíritu lo empujó al desierto», después de que Jesús fuera bautizado en el Jordán. Como si el Espíritu Santo hubiera tenido que utilizar alguna violencia para que Jesús se confinara durante cuarenta días en el desierto. Por eso, después de los habituales saludos, le he dicho:
– Parece que no te apetecía demasiado guardar aquella cuarentena en el desierto…
Se ha sonreído y me ha respondido con gesto condescendiente:
– Supongo que lo dices por lo de “empujar”. También se puede usar este verbo de otra manera. Con él, el evangelista quiso dar a entender que todo lo que ocurrió en el desierto: la oración a solas con el Padre, el ayuno, las tentaciones… formaba parte del plan divino sobre mí. Otros evangelistas dicen que fui “impulsado” o “llevado” al desierto y subrayan lo mismo: que era Dios quien quería aquel retiro. ¡Otras veces me retiré por propia iniciativa para hablar con el Padre, mientras la gente me buscaba!
– ¿Y por qué debías retirarte durante tanto tiempo? Con lo corta que fue tu vida de predicador y lo mucho que había que hacer…
En este momento, me ha mirado a los ojos, ha dado un largo sorbo al café y me ha dicho:
– ¡Ya ha aparecido vuestra típica impaciencia! ¿Cuándo aprenderéis que necesitáis del silencio o del “desierto” para que vuestro encuentro con Dios no sea un puro trámite?
– O sea, que hemos de tomarnos en serio la Cuaresma.
– ¡Por supuesto! Vosotros la veis sólo como un tiempo de privaciones y austeridad. El desierto, con su soledad, donde únicamente se cuenta con el cielo y la arena, es un lugar privilegiado para tener la gran experiencia mística del encuentro con Dios. Allí se siente, incluso físicamente, que uno está a solas consigo mismo y puede percibir la presencia envolvente de Dios como en ningún otro lugar. Una presencia que no es aterradora, sino gratificante y transformadora. Del desierto se regresa siendo otro.
– ¡Qué difícil resulta en estos tiempos entrar en ese “desierto” del que hablas! Hasta la famosa carrera París-Dakar se ha encargado de devaluar esa experiencia mística del desierto…
– Por eso mi Iglesia os propone todos los años cuarenta días de “desierto” sin que tengáis que iros al Sahara. Basta con que reservéis cada día un tiempo para rezar con seriedad y tomar decisiones definitivas. Durante aquellos cuarenta días fui tentado por Satanás, como escribió el evangelista; pero la tentación no es una trampa para ver si caes o sigues siendo fiel; es sobre todo el momento de la decisión. Durante la vida, tú, como yo y como todos, nos encontramos en la encrucijada de decidir si servimos a la verdad o a lo que llamáis “políticamente correcto”, si preferimos lo que nos gusta y nos hace sentirnos cómodos o lo que es justo, bueno, digno y razonable…, en una palabra: si servimos a Dios o al dinero, como dije muchas veces. Esas decisiones -esas tentaciones- no se adoptan alegremente mientras tomamos una caña; requieren la seriedad de encontrarse con uno mismo y con el Padre, en soledad y oración.
– De modo que no tenemos excusa; hemos de vivir la Cuaresma como tú la viviste -he concluido como quien no tiene escapatoria-.
– Pues la verdad es que no tenéis excusa, si queréis tomar en serio vuestra vida y la de los otros -ha respondido mientras dejaba sobre la mesa el precio de la consumición-.