Opinión

Pedro Escartín

Un café con Jesús. Así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre

13 de marzo de 2021

Flash sobre el Evangelio del IV domingo de Cuaresma (14/03/2021)

En el Evangelio de hoy (Jn 3, 14-21) aparece un personaje algo extravagante, comparado con otros reseñados en los evangelios, pues era fariseo y estaba sinceramente interesado por Jesús. Nada más vernos, él se ha dado cuenta de que me quemaba un nombre en los labios.

– Estoy seguro de que quieres preguntarme por Nicodemo; se te nota en la cara -me ha dicho con una franca sonrisa-.

-Pues sí. ¿Quién era ese Nicodemo con el que mantuviste una conversación de altura teológica, me atrevo a decir?

-Igual te sorprendes -ha respondido mientras recogía los cafés en la barra y los acercaba a una mesa-. Nicodemo era un hombre bien acomodado, era fariseo y, como tantos otros, pretendía nadar y guardar la ropa al mismo tiempo.

-¿Por qué dices que nadaba y guardaba la ropa?

-El relato del evangelista Juan es más largo de lo que hoy se ha leído. Al principio lo presenta como magistrado judío, además de fariseo, y deja caer un dato muy significativo: vino a verme de noche, porque no quería que se supiese que había hablado conmigo; estaba interesado por comprobar si yo venía de Dios, pero prefería pasar desapercibido.

-¿Como los que ahora dicen que son creyentes pero no practicantes? -he preguntado-.

-No del todo -me ha corregido-, porque más adelante los evangelios recogen dos actuaciones suyas con las que se puso en evidencia. Una, ante el Sanedrín; allí se atrevió a decir que, según la Ley, no se me podía condenar sin haberme escuchado, lo que le valió una reprimenda de sus colegas. La otra fue el día de mi muerte, cuando ayudó a José de Arimatea a enterrarme con dignidad y trajo nada menos que cien libras de mirra y áloe para embalsamar mi cadáver como era la costumbre entre los judíos, aunque no se hiciera con los crucificados.

-Ya veo que le tenías afecto…

-Sin duda, pues era un hombre sincero. Estaba preocupado por saber si lo que yo decía y hacía venía de Dios y, de entrada, lo dejé aún más perplejo, porque le dije que para entrar en el Reino de Dios había que nacer de nuevo. Él lo entendió al pie de la letra y preguntó cómo era posible volver a nacer cuando se es viejo. Yo le insistí en que el Espíritu es capaz de eso y de mucho más. Le recordé el episodio de las serpientes en el desierto, cuando el pueblo andaba en busca de la tierra prometida, y añadí: “Como Moisés elevó una serpiente de bronce en un estandarte y el que la miraba quedaba curado, así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre”, aludiendo a mi muerte en la cruz, y añadí: “para que todo el que crea tenga vida eterna”.

-Es que tu paso por nuestras vidas es un misterio; no es fácil hacerse cargo enseguida…

-Por eso, en aquella conversación por la noche, recalqué a Nicodemo que el Padre os ha amado tanto que me ha enviado para que todo el que crea en mí no perezca, sino que tenga vida eterna. No me ha enviado para condenar, sino para que la gente se salve.

-¡Está claro! Por eso, sólo se condena a no ver quien se empeña en cerrar los ojos a la luz – he exclamado como quien por fin ha encontrado lo que se le había perdido-.

-Así es. Nicodemo, y otros muchos, han tenido que andar lo suyo para encontrarme, pero al final el Espíritu ha conseguido que vean -ha dicho sonriendo mientras pagábamos y daba por concluida la tertulia de este domingo-.

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