No un año cualquiera, sino 2023. ¿Qué tiene de extraordinario? Nada especial. O mucho. Nada más y nada menos que es el último que hemos vivido tú y yo, nosotros, todos. Y para cada uno ha tenido un sentido especial. Uno concreto. No ha sido igual a ningún otro año. Ha sido único. Un hecho determinado que ha podido dar un nuevo giro, una nueva expectativa a nuestra vida. Mi primer trabajo; o he cambiado de ocupación; me he casado; el primer hijo o el segundo o …; ¿me he divorciado?; ‘se ha ido’ un ser querido o un amigo del alma; he llorado, he reído; he amado; ¿he odiado?, he crecido interiormente o ni me lo he planteado…
Haremos fiesta la noche del 31 de diciembre. Una fiesta distinta según el pensar de cada uno. El 1 de enero nos despertaremos “cuando Dios quiera” y con la resaca correspondiente según haya sido nuestra fiesta. Será un día igual al anterior. Amanecerá cuando salga el sol y terminará cuando éste se oculte. Como cada día. Pero será un día distinto, según nos lo propongamos cada uno.
Habremos hecho fiesta. Porque el tiempo es igual, pero el sentido del tiempo, no. El sentido es el que le damos cada uno de nosotros. Unos harán fiesta=juerga. Y punto. Otros harán fiesta y reflexionarán sobre el tiempo que pasa y cómo lo viven. Y se alegrarán infinito de poder compartirlo.
Podremos dar gracias a todos los que nos han ayudado a vivir en el año que termina. Momento para recordar y experimentar la importancia del agradecimiento. Sin los demás, somos poco o, más bien, nada. Si nos creemos autosuficientes, nos convertiremos en ortigas que molestan a los demás, que desprecian, que pican.
Reconocer que, sin los otros, somos poco o nada, es aceptar la realidad de la fraternidad, de la empatía, de la sencillez, de la necesidad de los demás. Sólo los agradecidos pueden y saben disfrutar de la belleza humilde y profunda del acompañamiento, del vivir unidos y sostenidos mutuamente.
¡Qué gran gozo es encontrarnos con una persona sencillamente agradecida! ¡Qué tristeza topar con quien piensa que todo se le debe por lo importante que cree que es! ¡Qué alegría encontrarte con una familia en la que todos, sin acentos especiales, saben dar las gracias! El marido a la esposa y viceversa. Los hijos a los padres y éstos a los hijos. Los hermanos a los hermanos. Todos a todos. Crecerá el amor entre ellos con un gesto tan sencillo. Tan importante.
Y no faltará en el corazón, en las palabras y en la vida del creyente la acción de gracias a Dios, al Padre, por todo y por tanto. ¿Pedirle? Pues, sí. Para identificarnos con su voluntad. En todo auténtico creyente, la oración de petición es posterior a la de la alabanza y acción de gracias. Porque Dios ya nos ha dado todo. Ir identificándonos con la voluntad de Dios es el auténtico objetivo de la oración.
Así nos lo recuerda con fuerza, belleza y claridad absoluta nuestro San Juan de la Cruz: “Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad. Porque le podría responder Dios de esta manera, diciendo: «Si te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo en él, porque en él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas”. (Subida al monte Carmelo 22,5).
Así, todo fin de año y comienzo de otro nos empuja, desde el corazón, a dar gracias al Padre de todo don. “Todo buen regalo y todo don perfecto viene de arriba, procede del Padre de las luces en el cual no hay ni alteración ni sombra de mutación” (Sant 1,17)
El tiempo no se detiene. Un año termina y otro comienza…