“Me parece que tampoco tiene razón de ser el que (un papa emérito) siga vistiendo de blanco, color que solo lleva el Obispo de Roma, aunque soy del parecer de que no conviene caer en una costumbre nefasta en la Iglesia, la de dar una importancia desmesurada y poco evangélica a los ‘trapos’, a la vestimenta tanto litúrgica como protocolaria, a los colores, puntillas, bordados y bodoques de todo orden, como si el ropaje formara parte del vocabulario, como si el protocolo católico del vestido tuviera carácter teológico. Y si lo tiene, algo funciona mal”.[1]
Dura, fuerte y clara la afirmación del teólogo-historiador Laboa: si los ‘trapos’ son valorados en la Iglesia “como si… tuviera carácter teológico…, algo funciona mal”.
“¿Quién tiene más dignidad en la Iglesia: el obispo, el sacerdote? No… todos somos cristianos al servicio de los demás. ¿Quién es más importante en la Iglesia: la monja o la persona común, bautizada, el niño, el obispo…? Todos son iguales, somos iguales y cuando una de las partes se cree más importante que los otros y levanta un poco la barbilla, se equivoca. Eso no es la vocación de Jesús. La vocación que Jesús da, a todos —también a aquellos que parecen estar en lugares más altos—, es el servicio, servir a los otros, humillarte”.[2]
No es la primera vez que el Papa Francisco hace esta afirmación. Ya nos lo dijo en su primera Misa Crismal como Obispo de Roma (28 marzo 2013): “Al revestirnos con nuestra humilde casulla, puede hacernos bien sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel, de nuestros santos y de nuestros mártires.
De la belleza de lo litúrgico, que no es puro adorno y gusto por los trapos, sino presencia de la gloria de nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y consolado, pasamos a fijarnos en la acción” (la unción).
Evidentemente, las vestiduras litúrgicas no son ‘trapos’. Otras vestiduras eclesiásticas pudieran serlo.
Trapo, según la Real Academia Española de la Lengua (RAE) es “Trozo de tela, normalmente vieja, de baja calidad o que queda como retal, que tiene distintos usos, en especial limpiar, secar o cubrir algo. 1. m. Pedazo de tela desechado. 2. m. Paño de uso doméstico para secar, limpiar, quitar el polvo, etc.”. Este no es el sentido de ‘trapo’ en el lenguaje que comentamos sobre vestiduras eclesiásticas.
Francisco no llama ‘trapos’ a las vestiduras litúrgicas en este sentido. El las emplea (Solo faltaba eso, ¿verdad?). Aunque ha dejado ya algunas no tan litúrgicas y sí expresión de distinción y superioridad eclesiástica. Lo que convierte en ‘trapos’ a las vestiduras es el ‘gusto’ por esas prendas vistas como expresión de superioridad, de diferencia o de lucimiento. O como si el carácter sagrado de nuestras celebraciones dependiera de las vestiduras empleadas. Son signos de respeto ante EL SOLO SANTO, no de superioridad y rango ante el pueblo que concelebra, ni necesarios para la validez sacramental. Sí a la dignidad y respeto. No a la centralidad o importancia desmedida.
Y, junto al no a los ‘trapos’, Francisco usa otra expresión que se refiere a la calidad o riqueza de esos ornamentos. Aspecto de riqueza que, creo, va muy unido al gusto por los trapos: a mayor gusto por los trapos, trapos más ricos y vistosos. Por eso me parece que conviene detenerse en esta otra afirmación de Francisco: “nuestra humilde casulla”. Que adquiere su valor y significado, según Francisco, al “sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel, de nuestros santos y de nuestros mártires”. Bellísimo significado que, interiorizado por quien las lleva,deja de correr el riesgo de verlas como ‘trapos’. También por parte de quienes no valoran absolutamente nada las vestiduras litúrgicas.
Ni el ‘gusto por los trapos’, ni la no valoración de otros. No a la chabacanería y vulgaridad. No al vestir desaliñado o exquisito o muy caro. Sí a la sencillez, la dignidad, la corrección, el respeto, la limpieza. Porque estamos celebrando como Pueblo de Dios reunido los grandes acontecimientos de nuestra salvación. ‘Memorial’ que los hace presentes.
También el pueblo cristiano está llamado a ver así el Misterio que celebramos. No como aquella buena mujer que, después de la concelebración eucarística en la fiesta Patronal del pueblo, nos dijo a los presbíteros concelebrantes: ¡Qué Misa más bonita! A lo que respondió uno de nosotros sonriendo: “Señora, la Mia no es bonita ni fea. La Misa es la Misa”. Creo que lo entendió la buena mujer.
Y ‘como la Misa es la Misa’, siempre: sencillez, dignidad, corrección, limpieza. Y que los ‘trapos’ no hagan que la Misa parezca menos Misa porque nos pueden ‘despistar o alejar de lo esencial’… LOS TRAPOS
[1] Juan María Laboa (teólogo e historiador de la Iglesia), EL VALOR DE UNA DECISIÓN. Rev. ECCLESIA. Febrero 2023. Nº 4116. Pág. 83
[2] FRANCISCO. Audiencia General – 15 marzo 2023