Éste es el título con el que Naciones Unidas lanza este año el Día Internacional de la Tolerancia que se conmemora el próximo día 16 de noviembre.
El propio título es ya una declaración de intenciones. La tolerancia es un valor activo que se cultiva y promueve. No se trata de una actitud indulgente frente a los demás o de indiferencia hacia otros, sino de una actitud de respeto que surge porque previamente ese respeto se ha promovido.
Y es que las propias Naciones Unidas afirman que la tolerancia no es sólo un deber moral, sino que además se convierte en un requerimiento legal y político para los individuos, las comunidades y los propios estados.
Esto supone que nuestras sociedades están obligadas a establecer medidas que promuevan la tolerancia y otras que luchen contra la intolerancia, e incluso que se legisle para que dichas medidas comprometan individual y colectivamente a la ciudadanía a implicarse en la construcción de una sociedad tolerante.
Creo que este es un tema de candente actualidad tanto a nivel internacional como a nivel nacional, ya que los acontecimientos a los que asistimos últimamente parecen recorrer un camino totalmente contrario a la tolerancia. Desde distintas instancias lo que se jalea es la intolerancia y la falta de respeto hacia lo diferente, ya sea por circunstancias ideológicas, territoriales, religiosas, económicas, étnicas, culturales, de idioma, y un largo etc. Es patente que en los últimos años están surgiendo estas actitudes con especial virulencia, cuando parecía que ya habían sido superadas.
Y manifestación de esa intolerancia no son sólo las guerras, sino también la injusticia, la pobreza, la discriminación, la marginación, los enfrentamientos ideológicos, los ultranacionalismos, o las violencias cotidianas. Podríamos poner ejemplos en distintos ámbitos donde la intolerancia ha ganado el terreno al diálogo, a la aceptación, a la bondad, a la justicia; el enfrentamiento, la discordia, la amenaza, la extorsión son los frutos más frecuentes de la intolerancia y, cada día más, la violencia verbal y física.
Las propias Naciones Unidas hacen algunas propuestas para luchar contra la intolerancia:
1. “Luchar contra la intolerancia exige un marco legal
Los Gobiernos deben aplicar las leyes sobre derechos humanos, prohibir los crímenes y las discriminaciones contra las minorías y debe garantizar un acceso igualitario a los tribunales de justicia, a los responsables de derechos humanos y a los defensores del pueblo.
2. Luchar contra la intolerancia exige educación
La intolerancia nace a menudo de la ignorancia, del miedo a lo desconocido y de un sentido exagerado del valor de lo propio. Por eso, es necesario educar sobre el tema y enseñar la tolerancia y los derechos humanos a los niños.
3. Luchar contra la intolerancia requiere acceder a la información
La intolerancia es más peligrosa cuando se usa con fines políticos o territoriales. Se usan argumentos falaces, se manipulan los hechos y las estadísticas y se miente a la opinión pública. La mejor manera de combatirlo es promover leyes que protejan el derecho a la información y la libertad de prensa.
4. Luchar contra la intolerancia requiere una toma de conciencia individual
La intolerancia en la sociedad es la suma de las intolerancias individuales. Por eso, debemos examinar nuestro papel en el círculo vicioso que lleva a la desconfianza y violencia en la sociedad.
5. Luchar contra la intolerancia exige soluciones locales
Los problemas que nos afectan son cada vez más globales pero las soluciones pueden ser locales, casi individuales. Todos formamos parte de la solución. La no violencia puede ser una herramienta muy efectiva para confrontar un problema, crear un movimiento, o demostrar solidaridad con las víctimas de la intolerancia”.
El Papa Francisco con motivo de la Conferencia Mundial sobre el tema de la Xenofobia, racismo y nacionalismo populista en el contexto de las migraciones mundiales, celebrada en Roma, en septiembre de 2018, decía: “Vivimos tiempos en los que parecen reavivarse y difundirse sentimientos que muchos consideraban superados. Sentimientos de sospecha, de miedo, desprecio y hasta de odio frente a individuos o grupos considerados diferentes a causa de su origen étnico, nacional o religioso y, como tales, no considerados lo suficientemente dignos de participar plenamente en la sociedad.
Desafortunadamente, también sucede que en el mundo de la política, se ceda a la tentación de explotar los temores o las dificultades objetivas de algunos grupos y de usar promesas ilusorias para intereses electorales miopes.
La dignidad de todos los hombres, la unidad fundamental del género humano y la llamada a vivir como hermanos […] En esta perspectiva, el otro no es solo un ser que debe ser respetado en virtud de su dignidad intrínseca, sino sobre todo un hermano o hermana para ser amado. En Cristo, la tolerancia se transforma en amor fraternal, ternura y solidaridad operativa”.
Así, podríamos concluir que por encima de todo está la persona. La dignidad de la persona no puede ser pisoteada por ninguna ideología, nacionalismo, cultura, idioma o frontera.
Ahora que se celebran los 30 años de la caída del muro de Berlín, no caigamos en la tentación de levantar nuevos muros ideológicos y conceptuales que nos separen del resto de la humanidad. Toda la humanidad está vinculada por una misma dignidad y desde una fraternidad universal que se consolida con respeto y tolerancia como camino hacia la “solidaridad operativa”.