Opinión

Pedro Escartín

Todo lo ha hecho bien. Un café con Jesús

4 de septiembre de 2021

Flash sobre el Evangelio del Domingo XXIII del Tiempo Ordinario


El domingo pasado, Jesús cerró la tertulia recordando lo del apóstol Santiago, que “la verdadera religión es visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo”; en el evangelio de hoy (Mc 7, 31-37) Jesús ha anunciado, en tierra de paganos (Tiro, Sidón, la Decápolis) despreciada por los que se consideraban justos, que el Reino de Dios está llegando; me parece que tenemos el germen de una nueva diatriba. Todo esto rondaba mi cabeza, cuando la voz de Jesús ha llegado a mis oídos:

– Otra vez vienes preocupado. ¿Qué no ves claro, de lo que hoy os ha dicho el cura? -ha soltado cuando ponía los pies en la puerta de la cafetería-.

– Lo que no veo claro es tu empeño por hacer lo que molestaba a los jefes, no lo que ha dicho el cura – he respondido, mientras pedía la consumición y nos acomodábamos-.¿Por qué curaste al sordomudo y a la hija de la mujer sirofenicia en territorio pagano? ¿No habías dicho que sólo habías sido enviado a las ovejas perdidas de la casa de Israel?

– Estás siempre con la escopeta cargada -me ha respondido riendo y complacido-. Ya veo que recuerdas bien lo que dicen los cuatro evangelistas. Sí -ha añadido con paciencia-. Ese fue el encargo inicial; pero, cuando los invitados no quieren acudir a la boda, hay que llenar la sala del banquete con los que atienden a la invitación, sean de donde sean. Y, además, una fe tan grande como la de los que me presentaron al sordomudo, o la de la madre sirofenicia, o la del
militar romano, que me pidió la curación de su criado, no siempre la encontré en Israel.

– Ya veo que lo que a ti te puede es la sinceridad -he concluido mientras degustaba mi café-.

– La sinceridad del corazón y la pasión que siento por señalar cuál es el camino de la vida. No olvides lo que dije a mi apóstol Tomás, que andaba un poco despistado: “yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no por mí” -ha afirmado con rotundidad, dando un buen sorbo a su café. Mira, me trajeron a un pobre sordomudo. Era incapaz de una vida autónoma: no podía oír ni comunicarse; era un símbolo perfecto de todo el que carece de libertad interior: está atado. Es como el sordomudo: incapaz de escuchar un buen consejo y mucho menos de decir una palabra de ayuda, aunque quiera hacerlo. Carece de libertad, aunque la desee con toda su alma -ha concluido apurando su café-

El tema se ha puesto interesante y he intentado pedir más café para seguir hablado, pero Jesús me ha hecho un gesto indicando que el tiempo se está agotando y otro día podemos volver a hablar sobre esto.

– ¿No dice vuestro refranero que “hay más días que longanizas”? -ha cortado-. Sólo añadiré una reflexión para que la vayas rumiando: la gente habla mucho de libertad, pero casi siempre la entiende como poder hacer “lo que le apetece” o “lo que le viene en gana”. La libertad que se necesita es otra: la capacidad de hacer lo que es bueno y lo que es responsable, aunque me cueste; la capacidad de amar al que me necesita cuando resulta más cómodo desentenderme de él… Por decirlo con palabras de mi apóstol Pablo: la capacidad de “hacerse esclavos unos de otros por amor”. Esto quise dar a entender curando al sordomudo. Piénsalo.

– No me extraña que aquellos paganos, asombrados dijeran: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”, aunque tú les dijiste que fueran discretos y no contasen lo que había ocurrido. Hemos de hablar de esa manía tuya de imponerles silencio.

– Otro día será -concluyó pagando y despidiéndose-.

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