Escribía la semana pasada, en esta sección A PIE DE CALLE, estas palabras de Pedro Rodríguez Panizo y de Jaume Plensa.
Sin esperanza creativa, daremos la impresión de ser poco creyentes, de haber sucumbido a la tentación de pensar que la nuestra es una época dejada de la mano de Dios, sin rastros de su presencia, sin inspiración de su Espíritu: lo que a todas luces es imposible, a tenor del final del evangelio de San Mateo, “Y sabed que estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo” (28,20)
No hay ninguna época, ni período, ni minuto de nuestra vida que no estén acompañados por su presencia salvadora y actuante.
Hablar del dolor y la tristeza está muy bien, pero también tienes que hablar de la esperanza. A mi edad ya me faltan muchos de mis amigos y parientes. Hay más pasado que futuro. pero no me quita el entusiasmo. Todo lo contrario. Hemos de pasar esperanza, sobre todo, a los más jóvenes.
La esperanza siempre mantiene, pase lo que pase, que todos los tiempos son para construir con novedad. Construir con novedad es lo mismo que vivir siempre en tiempo de esperanza.
“Ha llegado la hora en que…”, es una expresión continua en boca de Jesús. Y así nos sucede a nosotros, ha llegado la hora de construir con novedad. Pero ¿de qué hablamos al construir y con novedad?[1]
Gota a gota se llena el mar, sí, es verdad, pero gota a gota, y si pasa demasiado tiempo entre ellas, el sol las consume y evapora. La vida tiene siempre este vaivén, la verdad social y comunitaria, también. Entonces, ya tenemos un punto de partida, la hora de construir es la de las personas con su vida buena y lúcida, y la de los espacios y procesos sociales justos con todo lo creado y con los humanos más frágiles en el corazón y los ojos.
Construir con novedad significa que siempre es momento histórico y y nos da la buena dirección (con novedad) para ir hacia algo nuevo; nuevo porque todavía no es y porque es bueno. Nuevo aquí ya no es algo que viene al tiempo sin más, sino algo que viene a la existencia con carga renovadora de conversión. A la medida humana pensada y dicha esta palabra, a la medida humana siempre, con sus conflictos y sus límites, con su complejidad en lo real.
La salvación de Dios es en Jesús a la medida humana; la eucaristía de la fraternidad del mundo es a la medida humana. La santidad de los mejores entre nosotros, santos y santas de toda vocación por la justicia y el cuidado, es a la medida humana.
Luego la novedad de nuestros días y la construcción que pretendemos, ha de ser, va a ser, a la medida humana. Ay de los hombres y mujeres que olvidan o ignoran esta máxima en su empeño compartido por la equidad y el amor. Les tentará ser dioses que expulsan de su lado a los frágiles.
Pero íbamos a construir con novedad. Moviéndonos en la reducida casa del cristianismo que se quiere atento al mundo como éste se nos da; y si se nos da bajo una experiencia de dolor por la injusticia, es la hora de repensarnos en el evangelio de las bienaventuranzas, en las necesidades más elementales de la vida digna de todos, en la vida digna de los más pobres del mundo, y reclamarnos del humanismo integral que apela a que con menos y de otro modo podemos vivir todos y bien.
No somos seres solitarios caídos al lado de otros, sino seres solidarios en nuestro ser de sujetos morales y corporales. A partir de esta condición construimos lo nuevo como Iglesia y como Sociedad, en un trenzado de todas estas dimensiones que nos permite ser sujetos convertidos y frágiles; somos esto antes que vanguardias que lo saben todo para los demás, antes que privilegiados de cualquier perfección moral que nos impide para reconocer al débil y su cuidado.
Esto requiere modestia y perspectiva para reordenar la vida eclesial, su estructura, su espíritu, pensamiento y acción, desde los pobres y, en ellos, ver de dar vida a las ascuas de un fuego que ahora mismo tiene que quemar casi todo para reiniciar la marcha desde el Evangelio, en las comunidades de los iguales en derechos, deberes y ministerios diversos por su fin, que no por el género de sus candidatos, y celebrar, contar, compadecer y retirar medios y cauces mundanos que no son ni de lejos necesarios.
Pues bien, lo que vamos a construir con novedad tiene sobre todo que ver con lo que estamos dispuestos a dejar de lado y superar definitivamente, porque no va con esa igualdad sustantiva de los bautizados y la vida de los más pobres del mundo; con esa sencillez de medios que la sobriedad de vida necesita y elige; con esa experiencia de comunión con Jesús y su proyecto de fraternidad entre los hombres y mujeres que lo acogen, lo siguen y lo cuentan como Reinado de Dios que llega, ya sí-todavía no en plenitud. Veamos qué pasa con estas buenas intenciones, animadas por no pocos y frenadas por otros tantos. Veamos.
[1] Texto basado en J. Ignacio Calleja. Religión Digital – 02.01.2021