Opinión

Pedro Escartín

Solo la lucha contra el mal es innegociable. Un café con Jesús

25 de septiembre de 2021

Flash sobre el Evangelio del Domingo XXVI del Tiempo Ordinario (26/09/2021)


Han quedado grabadas en mi memoria unas palabras del cura en la homilía. Al tratar de explicar las dos partes del evangelio de hoy (Mc 9, 38-48), ha dicho: para Jesús, sólo la lucha contra el mal es innegociable. Me ha parecido una afirmación un poco fuerte, demasiado rotunda, y quiero saber si Jesús comparte el punto de vista de su “ministro”. Como veo a Jesús entrando en la cafetería, pronto lo sabré.

– ¿Qué traes hoy entre manos? -me ha dicho a modo de saludo-.

– ¡Feliz “domingo”! ¡Feliz “Día de tu Padre”! -he respondido, recordando lo que me dijo el domingo pasado al encontrarnos y ocupando la mesa que ha señalado vacía-.

– El “día” de mi Padre y el de mi resurrección, y también el de la Iglesia y de la solidaridad, y del ser humano… El “domingo” es un día especial, aunque para algunos resulta insignificante a cuenta de su ansiedad por desconectar…

– Y que lo digas -he dicho después de tomar el primer sorbo de café-. Pero yo quería saber qué piensas de la opinión de nuestro cura sobre lo innegociable que es la lucha contra el mal.

– Pues que tiene razón y que resume bastante bien los dos temas del Evangelio de hoy -ha replicado sonriendo y ocupándose de su café-.

– Explícamelo -he respondido-, porque veo una contradicción: a Juan y a los demás del grupo de los Doce, que reivindicaban la exclusiva de la relación contigo, les dijiste: «el que no está contra nosotros está a favor nuestro», pero a continuación soltaste una filípica contra los que escandalizan a los débiles y, según los evangelistas Mateo y Lucas, también dijiste: «el que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama». ¿En qué quedamos?

– Pues, justamente, en lo que os ha dicho el cura -ha replicado-. Y ante el asombro de mi rostro, ha proseguido:

– Cuando Juan quiso impedir al exorcista que hiciera el bien, porque no pertenecía al grupo de discípulos, les dije que ellos no tenían la exclusiva de hacer el bien, y que debían ser tolerantes y magnánimos, dos virtudes que se olvidan con frecuencia. Pero cuando alguien siembra trampas y tropiezos en el camino de los que todavía son débiles en la fe, es preciso que sepa que no está conmigo, que está contra mí y que desparrama…

– ¿Por eso te mostraste tan radical, al decir que más les valdría ser arrojados al mar atados a una piedra de molino? -he dicho con un poco de candidez en mis palabras-.

– Sí; y lo de cortarte la mano y sacarte el ojo. Con estas expresiones tan duras para los oídos modernos, pero comprensibles para aquellos contemporáneos, quise subrayar que hay que eliminar de raíz lo que produce esos tropiezos o escándalos, y que esa raíz se encuentra en el interior de cada uno: en la voluntad de dominio, en la ambición insaciable y egoísta. Son metáforas que indican perfectamente que la lucha contra el mal es innegociable…

– Tienes razón -he reconocido-. ¡Cuántos niños y jóvenes, cuánta gente de buena voluntad ha quedado herida para toda su vida por los turbios manejos de la droga, de la prostitución, del juego, la pornografía y otros muchos escándalos, provocados por el egoísmo!

– Y no olvidéis a vuestros hermanos que han tenido que emigrar o que buscan refugio. Hoy la Iglesia os los recuerda y vuestro corazón será de piedra si miráis hacia otro lado, si criticáis las ayudas que se les proporcionan o si pensáis que amenazan vuestro bienestar… -ha concluido muy serio mientras nos despedíamos-.

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