Estos días se habla, se opina, se discute sobre la conveniencia o no de quitar la cruz del Valle de los Caídos, tal y como propone el Gobierno en la nueva ‘Ley de memoria democrática’. No es mi intención hacer política de este asunto, pero sí poner de relieve el rechazo que genera la cruz en la actualidad, tanto a nivel público como privado.
A nivel público, gubernamental, está clara la intención que hay detrás de este derribo, que no es otra que acabar físicamente con un símbolo que representa las creencias de millones de españoles.
Se cae de nuevo en el juego de palabras, en la manipulación del lenguaje para crear una realidad paralela que haga creer que España es un Estado laico y que, por lo tanto, no deben exhibirse signos de una religión concreta en espacios públicos.
Y digo realidad paralela dado que España no es un país laico: es un país aconfesional porque no hay ninguna religión oficial. Nuestra Constitución así lo proclama en el artículo 16.3. Ello significa que el Estado español debe valorar y reconocer el sentimiento religioso, aunque no haya ninguna religión oficial en España. Siendo así, la católica es la predominante, tanto por el número de españoles que la profesamos como por las raíces culturales e históricas de nuestro país, que son claramente cristianas.
Respeto y cumplimiento de la legalidad
La tolerancia religiosa que el actual Gobierno quiere desconocer no hace sino poner de manifiesto un pensamiento totalitario que quiere eliminar de la vida de los españoles el hecho religioso y, sobre todo y sin disimulos, acabar con la Iglesia Católica.
Destruir cruces, acusar a la Iglesia a través de los medios afines gubernamentales de apropiarse de lo que no es suyo o dificultar la práctica religiosa con excusas de salud pública cuando no se restringen otras actividades de mucho más riesgo son pasos encaminados a quitar a Cristo de la sociedad española, de nuestras actividades cotidianas, de nuestra vida.
Y, ante esto, debemos reaccionar y exigir respeto y cumplimiento de la legalidad porque cualquier Gobierno, en cumplimiento del precepto constitucional citado, debe apoyar y fomentar de manera equitativa las diferentes religiones practicadas por sus ciudadanos y no parece que la destrucción de sus símbolos, como la Cruz, vayan por ese camino.
Vida auténtica
Mirar una cruz no te obliga a creer, no es ofensivo para nadie y, sin embargo, para muchos es un recordatorio de cuestiones esenciales de nuestra fe.
A nivel privado, la cruz nos repugna porque vivimos pensando que esta vida es la auténtica, la verdadera y no nos encaja que el sufrimiento forme parte de ella.
La sociedad trata de esconder todo lo doloroso, lo defectuoso tapándolo con un consumismo y hedonismo que nos haga olvidar aquello que nos duele.
Solo desde la fe entendemos que la cruz es necesaria en nuestras vidas para asemejarnos más al maestro, para dejarnos completamente en sus manos.
Pero de todo esto hablaremos otro día…