Opinión

José Manuel Murgoitio

Duc in Altum

Sin paliativos

16 de octubre de 2024

Recientemente se ha celebrado el Día de los Cuidados Paliativos, que coincide con el segundo sábado de cada mes de octubre. El estudio «Atlas de Cuidados Paliativos en Europa», elaborado en 2019, pone de relieve que en Europa cerca de 4,5 millones de personas fallecen con sufrimiento derivado de su enfermedad. Igualmente señala que, del conjunto de servicios especializados en cuidados paliativos en esta región, el 47% se concentra en países como Alemania, Francia, Italia y Reino Unido. España ocupa el lugar 31 de 51 en cuanto a servicios especializados por habitante, al mismo nivel, por ejemplo, que Rumanía o Georgia.

Y así es como, mientras que la Ley Orgánica 3/2021, de 24 de marzo, de regulación de la eutanasia, entró en vigor el pasado 25 de junio de 2021, la regulación normativa de los cuidados paliativos en nuestro país, ni está ni se le espera.

Esta asimetría normativa entre la regulación de los cuidados paliativos y la eutanasia nos sitúa ante una conciencia social o política más preocupada por dar solución rápida y sin molestias al sufrimiento humano que abordar el mismo desde un autentica cultura del cuidado. Del cuidado de la propia ecología humana, podemos decir, porque se nos llena la boca con el cumplimiento de los ODS para el planeta (esos objetivos de desarrollo sostenible que hemos elegido entre todos democráticamente) pero hemos arrojado el auténtico desarrollo humano a macerar en el montón del compostaje.

El desarrollo humano, ese que responde a su propia naturaleza, mira al principio y al final de la vida como un continuo, desde la misma concepción hasta nuestro último aliento, sin solución de continuidad. Ambos, alfa y omega, forman parte de un mismo don, el don de la vida. Reconocer la eutanasia como una amable solución de continuidad a aquel devenir, no deja de ser más que respuesta de una autonomía individual devenida en un absoluto.

Frente a la eutanasia, la cultura de los cuidados paliativos propone humanizar el proceso de la muerte y acompañar hasta el final, porque no hay enfermos «incuidables», aunque sean incurables como nos ha recordado la Conferencia Episcopal. El propio papa Francisco ha puesto de manifiesto, sin paliativos, el valor inviolable de la vida como una verdad básica de la ley moral natural y un fundamento esencial del ordenamiento jurídico.

De ahí que, también sin paliativos, se deberían poner la investigación científica de la sociedad entera al servicio de la dignidad de todo ser humano, a través de una política pública que desarrolle una oferta más que suficiente de cuidados paliativos, para que nadie se vea abocado a la eutanasia. 

Una cultura del cuidado para la ecología humana al término de la vida, como señala la Carta Samaritanus Bonus, nos revela un principio de justicia, en su doble dimensión de promoción de la vida humana y de no hacer daño a la persona. Es el mismo principio que Jesús transforma en la regla de oro positiva «todo lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos».

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