En nuestro entorno no se bebe, me supongo, mucha agua en Navidad. Aunque, parece, bebemos más otras `aguas’ y de colores. Sí la usamos para asearnos y para cocinar. Por eso nos podemos preguntar: ¿cómo sería una Navidad sin agua? La tenemos tan a mano, fría y caliente, que ni nos lo preguntamos. Ni se nos ocurre hacernos tal pregunta.
Sí nos deberíamos preguntar en Navidad y siempre, ¿todo el mundo puede usar agua como nosotros, con tanta abundancia y limpia?
El 23 de enero de 2019, en uno de mis primeros ‘A pie de calle’, titulado “131 litros”, escribí: “En España desperdiciamos a través de lo que tiramos en alimentos un total de 131 litros de agua por persona y día, una cifra preocupante” (Alejandro de Blas. Dicho en el Foro del Agua). ¡Por persona y día… 131 litros de agua desperdiciada! Más que preocupante. Cuestión de vida o muerte para muchos. ¿Cómo es posible? Es una simple pregunta a la que cada uno podemos y debemos respondernos”.
Como muy bien ‘sabemos’ (estamos ‘enterados’, sin más), el agua es un bien escaso y a la vez vital para la supervivencia humana. Que es vital para la supervivencia de cada una de las personas, lo experimentamos -no solo lo sabemos- cada uno de nosotros.
Que sea ‘escaso’ ya no lo sabemos tanto porque no lo experimentamos. Y la muestra es la cantidad de agua que malgastamos. Sin embargo, que sea un bien escaso es tan cierto como la primera afirmación: “3 de cada 10 personas carecen de acceso a servicios de agua potable seguros.... Un número, bien es cierto, que se ha reducido con el paso de los años y los esfuerzos internacionales. ‘El 45 % de los países está en camino de lograr sus objetivos de cobertura de agua potable definidos a nivel nacional’, señala la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su último informe… Aunque, ‘solo el 25 % de los países está en camino de lograr sus objetivos nacionales de saneamiento’, advierte”.[1]
La verdad de esta afirmación la podemos contemplar en la fotografía que acompaña esta reflexión. Una niña sale de un retrete hecho sobre pilares de madera, donde los residuos se vierten directamente en una fuente de agua abierta en Mumbai, India. (Fuente UNICEF).
El saneamiento del agua es una tarea pendiente que cuesta la vida diaria de 1.000 niños, según Unicef. «Fallecen a causa de enfermedades diarreicas asociadas con agua potable contaminada, saneamiento deficiente o malas prácticas de higiene», añaden. «No es una cuestión tecnológica, sino de voluntad política», señala Johannes Cullman, vicepresidente de ONU-Agua, el mecanismo de coordinación del organismo mundial para cuestiones relacionadas con el agua.
La falta de inodoros e infraestructuras saludables aumenta el riesgo de esparcir los excrementos humanos en ríos, lagos y suelos, contaminando así los recursos hídricos subterráneos que suponen el 99% del agua dulce líquida del planeta . Además, se desconoce la salubridad de estos embalses bajo tierra debido a la falta de datos.
En el momento en el que el agua usada y sucia se vierte directamente en la tierra, contamina de inmediato la capa freática de la que sale el agua potable y «expone a la población a un sinnúmero de agentes infecciosos asociados al agua contaminada y a una insuficiente higiene», destaca el informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Si bien ha habido un aumento en los presupuestos relacionados con esta materia en algunos países, más del 75% de los países informó de fondos insuficientes para implementar sus planes y estrategias de saneamiento e higienización del agua. Una merma que se refleja, por ejemplo, en que 3.600 millones de personas no tienen acceso a un retrete y 892 millones hacen sus necesidades básicas al aire libre todos los días. «Vivir sin un saneamiento gestionado de forma segura supone una amenaza para su salud, es perjudicial para el medioambiente y obstaculiza el desarrollo económico… los más jóvenes son los principales afectados», advierte Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas (ONU).
Y un dato que debería hacer pensar a los gobiernos del mundo, especialmente los enriquecidos: «Por cada dólar invertido en retretes y saneamiento, se consigue ahorrar hasta cinco dólares en gastos médicos», detalla Guterres.
«Hacemos un llamado a los gobiernos y socios para el desarrollo para que fortalezcan estos sistemas y aumenten drásticamente la inversión para extender el acceso a servicios de agua potable y saneamiento administrados de manera segura para todos para 2030, comenzando con los más vulnerables», revela Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS.
Si el llamado es solo para los gobiernos, los demás, por tanto, ¿nos seguimos ‘lavando las manos’, y, además, con abundante agua fría o caliente, a elegir?
¿Que no lo vamos a solucionar tú y yo? El problema global, seguro que no. Pero nuestro pequeño aporte personal de un uso razonable, correcto, del agua y nuestra limpieza de conciencia, sí ayudarán como una gota en el océano. Al menos, salvemos nuestra conciencia personal y ahorramos diariamente unos buenos litros de agua. Lo afirmo por experiencia personal de algo que no cuesta absolutamente nada.
Termino como he empezado: Por eso nos podemos preguntar: ¿cómo sería una Navidad sin agua? La tenemos tan a mano, fría y caliente, que ni nos lo preguntamos. Ni se nos ocurre hacernos tal pregunta. Ojalá esta Navidad nos hagamos esta fácil pregunta.
Con alegría creyente y gozo desbordante: Intensa y cristiana Na-ti-vidad del Señor para todos.
[1] Vivir sin retrete: la realidad diaria de 3.600 millones de personas. JOSÉ A. GONZÁLEZ. Periódico La Razón 15/12/2022.