“El Nacimiento del Señor. El nacimiento del mayor SOÑADOR de la historia… Tener sueños es de lo más cristiano porque creemos en el gran Soñador que, hasta de la cruz y de la muerte, convierte su sueño en realidad”. Así terminaba mi aporte de la semana pasada. El sueño de Jesús fue el Reino de Dios. Y su vida una total dedicación a ese sueño. Ni vivía en las nubes, ni levitaba sobre la dura realidad, no era un fantasioso, ni daba consejos espiritualistas sin conexión con la vida. Contemplando a Jesús, todos tenemos motivos para soñar con los pies en la tierra y con las manos trabajando.
2021. 1 de enero. También un tiempo psicológico, cultural, simbólico para tener sueños. Desde la reflexión para la acción. Solo los sueños que nos llevan a la acción por conseguirlos, son sueños imprescindibles para vivir con dignidad. No es suficiente con el “Año Nuevo, Vida Nueva”, ni con el “Feliz Año Nuevo”. Será un año según lo hagamos nosotros y según como reaccionemos ante las dificultades que nos vendrán. Y todo será distinto según nuestros sueños encarnados, no solo soñados.
Ser un soñador es vivir con la convicción de saber que toda lucha por lo bueno, lo bello y lo verdadero engendra a la larga verdadero humanismo. Y auténtico ser cristiano. Ser un soñador es tener esperanza: “Sin esperanza no es posible echar a volar los sueños”, escribía la semana pasada. El buen soñador se sabe llamado no a juzgar al mundo, sino a transformarlo y a sembrar esperanza.
“En este día de fiesta pienso de modo particular en todos aquellos que no se dejan abrumar por las circunstancias adversas, sino que se esfuerzan por llevar esperanza, consuelo y ayuda, socorriendo a los que sufren y acompañando a los que están solos”(Francisco. Mensaje Urbi et orbe 25 dic 2020).
Tener un sueño, un proyecto, un ideal en la vida nos lleva a acoger, escuchar, acompañar, servir, transformar. Estos son los verbos activos de todo sueño realista. Pero hay una cosa que no se puede olvidar: la finalidad de nuestros sueños y de nuestras acciones es el amor.
Vivimos en medio de un mundo en el que siguen existiendo numerosas formas y situaciones de injusticias, alimentadas por el egoísmo de unos y la despreocupación de la mayoría y mantenidas por un modelo económico basado en la pura ganancia y no en la dignidad de la persona. En este mundo -no tenemos otro- el ser humano que sueña ama el bien común, busca el bien de todas las personas, sintiéndose parte activa en la transformación y mejora de nuestra sociedad. Sueña con ir haciendo de nuestro mundo un lugar en el que todos sean respetados sin distinción de raza, religión, sexo…
Navidad, el mayor riesgo soñador decidido y asumido por el Padre, y el dato psicológico y temporal de un año nuevo, son una magnífica ocasión para soñar otro mundo, otro modelo social, otra fraternidad. Y poner nuestras humildes posibilidades a la obra. Ese es el gran desafío que tenemos todas las personas de buena voluntad, porque solo así podremos dar pasos a una sociedad más humana, más fraterna y sin marginados ni descartados.
Los sueños auténticos reclaman una vida llena de cercanía, cuidado, respeto, atención, compasión, ternura. Los sueños nos movilizan, desde nuestro lugar, hogar, trabajo, amistad; el sueño no es para estar estáticos, el sueño es para movilizarnos, desde una conversión permanente, por una sociedad más fraterna en la que todas las personas puedan gozar de su intocable dignidad.
Quiero terminar esta reflexión, compuesta en una buena parte por textos ajenos, con un pequeño fragmento del discurso de Martin Luther King sobre los sueños y la fe-confianza en ellos: “Yo tengo el sueño de que un día cada valle será exaltado, cada colina y montaña será bajada, los sitios escarpados serán aplanados y los sitios sinuosos serán enderezados, y que la gloria del Señor será revelada y toda la carne la verá al unísono. Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la que regresaré al sur. Con esta fe seremos capaces de esculpir en la montaña de la desesperación una piedra de esperanza. Con esta fe seremos capaces de transformar las discordancias de nuestra nación en una hermosa sinfonía de hermandad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, de rezar juntos, de luchar juntos, de ir a prisión juntos, de luchar por nuestra libertad juntos, con la certeza de que un día seremos libres”.