Quedé muy gratamente sorprendido y cuestionado cuando el 2 de abril, a muy última hora, leí la homilía del Papa en el encuentro de oración, esa misma tarde, en el Santuario Nacional de Ta’ Pinu, Gozo (Malta).
Así que no me sorprendió leer al día siguiente: “Ante las tres mil personas que se congregaron frente al santuario de Ta’ Pinu, en la isla maltesa de Gozo, a última hora de la tarde del sábado, el Papa Francisco habló sobre lo esencial de la fe. Y llamó la atención su elección de añadir al texto preparado la frase: «La alegría de la Iglesia es evangelizar». Francisco no lo repitió sólo una vez, sino siete veces. Al final de cada párrafo repitió que esa es la alegría de la Iglesia, evangelizar”.[1]
Hay que añadir tres veces más. Las del día 6 en la Audiencia General: “María nos ayuda a reavivar la llama de la fe tomando del fuego del Espíritu Santo, que anima de generación en generación el alegre anuncio del Evangelio, ¡porque la alegría de la Iglesia es evangelizar! No olvidemos esa frase de san Pablo VI: la vocación de la Iglesia es evangelizar; la alegría de la Iglesia es evangelizar”. Frase que Francisco terminó así: “No la olvidemos porque es la definición más bonita de la Iglesia”.
Francisco colocó 7 veces esa afirmación en una homilía cuyo mensaje central formuló así: “¿Qué significa volver a los orígenes? En primer lugar, se trata de redescubrir lo esencial de la fe”. (Sin omitir la historia posterior a los orígenes y sin idealismos). “Volver a los orígenes significa más bien recuperar el espíritu de la primera comunidad cristiana, es decir, volver al corazón y redescubrir el centro de la fe: la relación con Jesús y el anuncio de su Evangelio al mundo entero. ¡Y esto es lo esencial! Esta es la alegría de la Iglesia: evangelizar”. (Primera vez).
Quiero detenerme en cómo aplica Francisco el tema de lo esencial de la fe y la alegría de evangelizar a la vida de la Iglesia. Y lo mejor es copiar sus afirmaciones:
“La principal preocupación de los discípulos de Jesús no era el prestigio de la comunidad y de sus ministros, no era la influencia social, no era el refinamiento del culto. No. La inquietud que los movía era el anuncio y el testimonio del Evangelio de Cristo (cf. Rm 1,1), porque la alegría de la Iglesia es evangelizar”.
“La vida de la Iglesia —recordémoslo siempre— no es solamente “una historia pasada que hay que recordar”, sino “un gran futuro que hay que construir”, dóciles a los proyectos de Dios. No nos puede bastar una fe hecha de costumbres transmitidas, de celebraciones solemnes, de hermosas reuniones populares y de momentos fuertes y emocionantes; necesitamos una fe que se funda y se renueva en el encuentro personal con Cristo, en la escucha cotidiana de su Palabra, en la participación activa en la vida de la Iglesia, en el espíritu de la piedad popular”.
“La crisis de la fe, la apatía de la práctica creyente… y la indiferencia de tantos jóvenes respecto a la presencia de Dios no son cuestiones que debemos “endulzar”, pensando que al fin y al cabo un cierto espíritu religioso todavía resiste, no… Es necesario vigilar para que las prácticas religiosas no se reduzcan a la repetición de un repertorio del pasado, sino que expresen una fe viva, abierta, que difunda la alegría del Evangelio, porque la alegría de la Iglesia es evangelizar”.
“Para ser una Iglesia a la que le importa la amistad con Jesús y el anuncio de su Evangelio, no la búsqueda de espacios y atenciones; una Iglesia que pone en el centro el testimonio, y no ciertas prácticas religiosas; una Iglesia que desea ir al encuentro de todos con la lámpara encendida del Evangelio y no ser un círculo cerrado… porque la alegría de la Iglesia es evangelizar”.
“El culto a Dios pasa por la cercanía al hermano”.
“¡Y qué importante es en la Iglesia el amor entre los hermanos y la acogida del prójimo!… La acogida recíproca, no por mera formalidad sino en el nombre de Cristo, es un desafío permanente. Lo es sobre todo para nuestras relaciones eclesiales, porque nuestra misión da fruto si trabajamos en la amistad y la comunión fraterna… Y siempre avanzando en la evangelización, porque la alegría de la Iglesia es evangelizar”.
“No podemos acogernos sólo entre nosotros, a la sombra de nuestras hermosas iglesias, mientras fuera tantos hermanos y hermanas sufren y son crucificados por el dolor, la miseria, la pobreza, la violencia”.
“Este es el Evangelio que estamos llamados a vivir: acoger, ser expertos en humanidad y encender hogueras de ternura cuando el frío de la vida se cierne sobre aquellos que sufren… Para cuidarlo, es necesario volver a la esencia del cristianismo: al amor de Dios, motor de nuestra alegría, que nos hace salir y recorrer los caminos del mundo; y a la acogida del prójimo, que es nuestro testimonio más sencillo y hermoso en la tierra, y así seguir avanzando, recorriendo los caminos del mundo, porque la alegría de la Iglesia es evangelizar”.
Para los que evangelizan con alegría dentro de la comunidad y, sobre todo, fuera y con puertas abiertas, Francisco termina con un deseo: que María “reavive en nosotros sus hijos el fuego de la misión y el deseo de cuidarnos unos a otros. ¡Que la Virgen los cuide y los acompañe en la evangelización!” Si alguien ‘evangeliza’ mirando hacia atrás, repitiendo ‘lo de siempre’ (es decir: el siglo XIX) o si alguien añora “el elegante guardarropa de los hábitos religiosos” (Francisco en esta misma homilía); si alguien anda decepcionado y triste ante la realidad actual y ha perdido la alegría de evangelizar, estas palabras de Francisco pueden ayudar a devolver esa alegría esperanzada. Por eso lo escribo y me lo escribo.
[1] Andrea Tornielli, director de los medios de comunicación vaticanos. LAS PALABRAS DE FRANCISCO A LA IGLESIA DE MALTA Y ESA FRASE REPETIDA SIETE VECES. Religión Digital – 03.04.2022.