Opinión

Jesús Moreno

A pie de calle

Siempre es Pascua y… Semana Santa

15 de abril de 2020

Nos espera y esperamos la Pascua Eterna, la felicidad en Dios y con Dios.

La Pascua es también compañera en la vida ordinaria, cuando el dolor, el miedo, la angustia… nos acompañan. Como en este tiempo de pandemia.

Es la simultaneidad del mal y del bien. De Semana Santa y Pascua. Su coexistencia.

La persona humana es un ser pascual: en medio del dolor y de la frustración es capaz de esperar, de luchar contra el mal, de hacer el bien. Aunque sea a oscuras y llenos de preguntas, de dudas, de rebeldía.

Hoy, miércoles de Pascua, ofrezco el testimonio real de personas que, en medio del mal, en su particular Semana Santa, están “haciendo sitio” en sus vidas al “dinamismo del bien”.

Son los presos y personas cercanas a ellos que escribieron el Vía Crucis que Francisco presidió en el impresionante vacío y silencio de la Plaza del Vaticano el pasado Viernes Santo.

Son impactantes testimonios de dolor y esperanza, testimonios pascuales.

“En esa no-vida, siempre busqué algo que fuera vida. Es extraño decirlo, pero la cárcel fue mi salvación. No me enfado si soy todavía Barrabás para alguien. Percibo en el corazón, que ese Hombre inocente, condenado como yo, vino a buscarme a la cárcel para educarme a la vida”. (Una persona condenada a cadena perpetua)

“Haber hecho de la caridad nuestro mandamiento es para nosotros una forma de salvación, no queremos rendirnos ante el mal”. (Padres cuya hija fue asesinada)

“No busco excusas ni rebajas, expiaré mi pena hasta el último día porque en la cárcel he encontrado gente que me ha devuelto la confianza que perdí”. (Encarcelado por asesinato)

“Rezo continuamente por él para que, día tras día, pueda convertirse en un hombre distinto, capaz de amarse nuevamente a sí mismo y a los demás”. (Madre de un encarcelado)

“Dentro de las cárceles, a Simón de Cirene lo conocen todos; es el segundo nombre de los voluntarios, de quien sube a este calvario para ayudar a cargar una cruz. Es gente que rechaza las leyes de la manada poniéndose a la escucha de la conciencia… Además, Simón de Cirene es mi compañero de celda… Estoy envejeciendo en la cárcel. Sueño con volver a confiar en el hombre algún día, con convertirme en un cirineo de la alegría para alguien”. (Un detenido)

“Desde pequeño experimenté la cárcel dentro de mi casa; vivía en la angustia del castigo, alternaba la tristeza de los adultos con la despreocupación de los niños. De esos años recuerdo a la hermana Gabriela, la única imagen alegre. Fue la única que percibió en mí lo mejor dentro de lo peor.

En la cárcel me convertí en abuelo; me perdí el embarazo de mi hija. Un día, a mi nieta no le contaré el mal que cometí, sino solamente el bien que encontré. Le hablaré de quien, cuando estaba caído, me llevó la misericordia de Dios… Es verdad que me rompí en mil pedazos, pero lo más hermoso es que esos pedazos todavía se pueden recomponer. No es fácil, pero es lo único que aquí dentro todavía tiene un sentido”. (Un encarcelado)

“Elegí este trabajo después de que un joven, que estaba bajo los efectos de estupefacientes, matara a mi madre en un choque frontal. Enseguida decidí responder a ese mal con el bien. Pero, aun amando este trabajo, en ocasiones me cuesta encontrar la fuerza para llevarlo adelante”. (Una educadora de instituciones penitenciarias)

“Las personas detenidas son, desde siempre, mis maestros. Hace sesenta años que entro en las cárceles como fraile voluntario, y siempre bendije el día que, por primera vez, encontré este mundo escondido. En esas miradas comprendí con claridad que yo mismo, si mi vida hubiera tomado otra dirección, hubiera podido estar en su lugar… Pasando de una a otra celda veo la muerte que habita en su interior… Sólo debo detenerme en silencio delante de esos rostros devastados por el mal y escucharlos con misericordia. Es la única manera que conozco para acoger al hombre, quitando de mi mirada el error que cometió. Solamente así podrá confiar y encontrar la fuerza para rendirse ante el Bien, imaginándose distinto de como se ve ahora”. (Un fraile voluntario).

“En mi misión de agente de policía penitenciaria, cada día experimento el sufrimiento de quien vive recluido… Conozco el sufrimiento y la desesperación; los experimenté siendo niño. Mi pequeño deseo es ser punto de referencia para quienes encuentro detrás de las rejas. Hago todo lo que puedo por defender la esperanza de aquellas personas que se encierran en sí mismas, que sienten temor ante la idea de salir un día y correr el riesgo de ser rechazadas una vez más por la sociedad. En la cárcel les recuerdo que, con Dios, ningún pecado tendrá jamás la última palabra”. (Un agente de policía penitenciaria).

Y el punto y seguido

Con todo esto que estamos viviendo, ¿se puede hablar del Cristo que venció a la muerte?

Como cristianos, ¡claro que sí! Esta circunstancia nos permite afirmar con más fuerza: ¡Sí! ¡el Señor ha resucitado!

Creer y celebrar la resurrección del Señor no significa que la cosas vayan bien, que los problemas se arreglen, que no haya sufrimiento, ni muerte.

La resurrección significa que el Espíritu del Señor nos fortalece y vive en nosotros para afrontar la vida como ella es y como la hacemos y, entonces, reconstruirla de otro modo. Poniendo a la persona por encima de todo, defendiendo a la casa común, trabajando por un mundo justo y fraterno, etc. haciendo presente al Señor Resucitado en medio de la permanente presencia de Semana Santa en nuestro mundo. Semana Santa y Pascua siempre unidas en un estilo de vida que hace visible la esperanza y la presencia de la Pascua.

Como están haciendo tantas personas, en los días tristes que vivimos. Las que merecidamente aplaudimos cada día y las que encarnan esa entrega con pequeños gestos de atención, de afecto, de oración.

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