Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del I Domingo de Cuaresma
El párroco nos ha recordado que hemos empezado la Cuaresma. Pero, a juzgar por lo que se respira en la calle, lo que hemos empezado son los Carnavales; es lo poco que queda de aquel tiempo de austero recogimiento y oración que fue la Cuaresma de la Iglesia. Me pregunto si no estamos desfasados al mantener estos tiempos litúrgicos que ahora tienen tan poca resonancia práctica. Tengo curiosidad por saber cómo lo ve Jesús. Acomodados, pues, y con los cafés humeantes sobre la mesa, le he metido los dedos en la boca.
– No te engañes – me ha dicho después de tomar un sorbo de café- . El que vuestros antepasados se echaran en brazos de unos días de desmadre y diversión antes de comenzar el estricto ayuno cuaresmal solo testifica vuestra incoherencia. Ni aquello ni el actual desinterés por la Cuaresma es lo que el Padre desea.
– Pues, ¿qué es lo que el Padre quiere de nosotros?
– Que “anheléis la fiesta de la Pascua, con el gozo de haberos purificado”, tal como reza la oración de la Iglesia. Si para ello necesitáis pasar un tiempo de oración en el desierto, ejemplo os di, tal como os ha recordado el evangelio que hoy habéis escuchado (Lc 4, 1-13).
– Por cierto, ¿cómo pasabas el tiempo en un lugar tan inhóspito? No me extraña que al final te sintieras tentado – me he sincerado, no sin temer alguna puntualización por su parte- .
– Vuelves a desvariar – me ha dicho pacientemente- . El tiempo dedicado a estar con el Padre es un tiempo extraordinariamente fecundo. Me puso a punto para rechazar las tentaciones que me acosaron mientras viví con vosotros y que son las mismas que os acechan a vosotros.
– ¿Quieres decir que también nosotros deberíamos vivir esa experiencia de estar a solas con el Padre? ¿Él y nosotros cara a cara?
– Efectivamente – ha asegurado antes de tomar un largo sorbo de café; luego ha proseguido-. Dos tentaciones pusieron a prueba mi confianza en el Padre: «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan». «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti”». El tentador desconfía del Padre y quiere que vosotros también desconfiéis. Por eso pide una prueba y pone las condiciones de la prueba. Es la tentación de todos los tiempos, desde el pecado de Adán y Eva hasta el del último ser humano. «Bien sabe Dios que, si coméis del fruto de este árbol, seréis como Él…», dijo el tentador e inmediatamente sintieron una comezón ¿irresistible? de comprobar si podían ser como Dios. Es la tentación con la que mis enemigos me atormentaron cuando yo estaba muriendo en la cruz: «Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz y creeremos en ti».
– ¿Cómo pudiste soportar el “silencio de Dios” en aquel momento terrible? ¿No era razonable que el Padre hubiera adelantado la resurrección y hubiera tapado la boca de tus enemigos para siempre? – he exclamado sin poderme callar- .
– ¿Y qué hubiera sido de mi confianza en el Padre? Vuestra impaciencia os pierde; por eso, necesitáis purificaros de vuestras prisas con el ejercicio cuaresmal. Y, de paso, adquirir el gusto por la austeridad frente a otra tentación, la del poder – «te daré el poder y la gloria, si te arrodillas delante de mí»- . ¡Cuánta corrupción, dolor y guerra origina esta tentación! Mira lo que está pasando en Ucrania. Sólo es posible vencerla afirmando que sólo Dios es digno de ser adorado, que solo Dios basta. ¿Seréis capaces de no adorar a nadie más que a Él? – ha concluido con ánimo sereno y preocupado- .
– Vamos a orar y ayunar, como nos ha pedido el Papa – le he dicho al acercarnos a la barra- .